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Gregorio Eljach vino al mundo en Fusagasugá, Cundinamarca, decidió que su sitio de nacimiento iba a ser el municipio guajiro de San Juan del Cesar y escogió a Barranquilla, a la que considera la capital del fenómeno más importante de metropolización a nivel mundial hoy día, como su ‘patria chiquita’.

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Desde esta tierra, que fue por estos días el corazón del desarrollo local, el jefe del Ministerio Público abrió el suyo para hablarle fuerte y claro al presidente Petro. Con la naturalidad del hombre caribe, ese que dice las cosas con absoluta franqueza, Eljach le pidió al jefe de Estado sensatez, sindéresis la llama él. Afirma que no es posible que desde la más alta dignidad de Colombia se descalifique, insulte, erosione la honra de los demás, denuncie sin pruebas, hasta llegar a ser un disolvente de la unidad nacional. Rechazó el sarcasmo, las ofensas e improperios como formas para controvertir o expresar diferencias. Y, sobre todo, fue enfático al sentenciar que no se puede gobernar por Twitter.

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¿Es posible jalonar desarrollo local en función de su mensaje institucional de dialogar para construir consensos?

Hay que pensar en el ser humano, un ser social, comunitario, que se aglutina en las ciudades para resolver sus necesidades y protegerse. El diálogo para construir consensos que, como propuesta metodológica atraviesa todas esas circunstancias, nos convoca a los colombianos a entendernos.

Tenemos que sentarnos a hablar, dejar la pendejada de enfrentarnos unos contra otros sin saber por qué ni cómo. Debemos ponernos la tarea conjunta de ver para dónde vamos a llevar el destino de nuestras comunidades pequeñas, medianas, grandes, es decir, del ámbito local, distrital, departamental, de lo metropolitano, y nacional, en el caso de los mandatarios.

Si no conversamos, si no hablamos, si no construimos, si no hacemos cosas nuevas, no llegaremos a acuerdos nacionales o sobre lo fundamental. Entonces, veámonos a los ojos, digámonos las cosas en forma civilizada, amable, respetuosa, con énfasis, pero sin agredir al otro, con carácter, pero sin ofender al otro, para que pueda de ahí salir algo nuevo, algo bueno.

Nada de eso está pasando…

No es sano que se descalifique por vía de cualquier forma de comunicación moderna lo que otros piensan, dicen, hacen, no hacen y que eso termine en insulto, en erosionar la honra de los demás, en desacreditar lo que otros buenamente hacen. El llamado es a construir consensos, a ponernos de acuerdo. Sentémonos con actores de diferentes matices buscando un punto común de entendimiento para hacer las cosas, en vez de no dejar que los demás las hagan.

Hablar, entre otros asuntos, sobre las garantías electorales, porque 13 partidos políticos estiman que el Gobierno no se las ofrece, en la medida en que el propio presidente Petro denuncia “falta de transparencia” de la Registraduría, ¿no le parece?

Con confianza y tranquilidad digo que entre más alta responsabilidad tenga un ciudadano, entre más distinción le hayan dado sus congéneres, sus cohabitantes, sus electores, tiene que ser mayor su responsabilidad en el manejo de lo público. Lo privado, pues es lo privado y ahí no hay que meterse, pero lo público es sagrado.

¿Qué quiere decir?

No puede ser que un país, un Estado, una sociedad, tan diversa como la nuestra, día a día encuentre actuaciones, hechos, sucesos que desdicen de la estatura intelectual, moral, académica, política, de poder, de dirigir, de liderar del presidente. La unidad nacional no solo por orden de la Constitución, también por un fenómeno sociológico inatajable, está consagrada en quienes los colombianos de manera legítima, libre y espontánea decidieron escoger para que presida sus destinos.

Entonces, no puede ser que desde esa cúspide, en vez de construir, de aglutinar, nos convirtamos en un disolvente de lo que ha costado sangre, sudor, lágrimas, esfuerzo, espera, tiempo e ilusión, por una forma, digamos, desenfocada de entender y de decir las cosas, lo que al final genera un mal ambiente. Eso es evitable, es corregible.

Dígaselo al jefe de Estado…

Hace un mes que nos convocó el cardenalato para hacer un alto en el camino, desescalar el lenguaje, moderar las intervenciones y no ofendernos ni atacarnos. Fue un pequeño bálsamo y generó tranquilidad. A partir de ese encuentro, se hizo la primera reunión de la Comisión de Seguimiento Electoral. Pero una ausencia, como la del jueves pasado, nos pone a pensar, porque si los partidos políticos, destinatarios de esa protección, deliberadamente se resisten a asistir al manifestar abiertamente que no se sienten tranquilos, el tema se puede poner más pesado.

Esa falta de garantías electorales y de seguridad se ha advertido desde tiempo atrás en el país y, entremedias, se produjo el repudiable atentado contra el senador y precandidato Miguel Uribe…

Uno puede disentir del otro, pensar diferente, contradecir, pero hay que hacerlo en forma armónica, cordial, amable e inteligente. No con el improperio, no con el sarcasmo, no con la ofensa. Además, todo tiene unas formas. No se puede gobernar por Twitter. No está bien, Colombia no está acostumbrada a eso. Tenemos unas tradiciones democráticas que reclaman pronunciamientos serios, muchas veces solemnes, enderezados, bien puestos. No somos una nación que acaba de formarse, aquí hay una tradición democrática de más de 200 años.

No podemos nosotros creer que es el primer día de la creación y que estamos descubriendo cómo se hace la política o se dirige una nación. Hay que tener algo que mi mamá me recordaba mucho y mi profesor Pelongo en San Juan César me inculcó, sindéresis.

¿El procurador le pide sindéresis al presidente Petro?

A todos los colombianos, a toda la dirigencia, desde el más alto cargo hasta el más pequeñito de los ciudadanos debemos actuar tratando de construir soluciones, no para empeorar los temas. Y con toda claridad digo que cuando uno hace manifestaciones tan delicadas, de tanto calado y efecto disuasorio, como descalificar en general, en forma abstracta, gaseosa, a la institución que organiza las elecciones, por ejemplo, eso se tiene que medir. Los servidores públicos tenemos el deber de denunciar los delitos y de hacerlo con pruebas, porque si no lo hacemos de esa manera estamos incumpliendo ese deber.

¿Se excede el presidente en sus pronunciamientos? Se lo pregunto por lo que dice, por ejemplo, sobre la Thomas Greg & Sons, objeto de su inquina en el caso Registraduría y pasaportes, por el que dos de sus exministros y su jefe de despacho están siendo investigados por la Procuraduría.

El problema no es con quién se contrata, sino si el proceso para hacerlo estuvo conforme con lo que dictan las normas. Y nadie es nadie ha dicho lo contrario, fuera de señalamientos genéricos, abstrusos que no se entienden o que quienes lo hacen no tienen el valor civil ni institucional de denunciar con nombre propio, con hechos y pruebas. Eso lo que genera es un mal ambiente, una zozobra que no sabemos a dónde quiere conducir. Por eso lo que reclamo es actuar con sindéresis.

Con este diagnóstico sobre la realidad nacional con partidos políticos que sienten que el Gobierno no les da garantías y los poderes Legislativo y Judicial exigiendo respeto a su autonomía e independencia, ¿qué hacemos?

Confiar en las instituciones. Salvo algunas pequeñas excepciones importantes, pero no absolutas, la institucionalidad funciona. Lo hizo cuando el presidente expidió un decreto ordinario para convocar una consulta popular y el resto de Colombia consideró, fuera de quienes lo acompañan en sus propuestas, que esa no era la forma jurídicamente válida porque atentaba contra el ordenamiento constitucional. El árbitro natural, el Consejo de Estado, dijo no y hasta ahí llegó. El presidente no insistió y cumplió su promesa de retirarlo. Eso es sindéresis, pero para llegar allá necesitamos el diálogo entre todos. Como lo hicimos en la simbólica invitación del cardenal Rueda en la mesa redonda como caballeros en igualdad de condiciones. A lo mejor me atrevo a ser el próximo anfitrión, aunque no tengo la autoridad espiritual de monseñor o los cardenales.

Pero es el jefe del Ministerio Público, y los partidos políticos, tras su paso por el Congreso, lo respetan. Urge dar una respuesta de unidad ante el accionar criminal de los armados ilegales que con su barbarie, como la del burro bomba, nos están devolviendo al pasado…

Es censurable, reprochable, que ocurran cosas como las que relata, pero no todo está perdido. Al contrario, tenemos que ser inteligentes para entendernos. Ese es un reto, lo hemos hecho en otras etapas de la historia y hemos salido bien librados. No veo que esta no sea una oportunidad para volver a aplicar ese método en otras circunstancias históricas con unos actores diferentes.

Lo que tenemos que defender es la institucionalidad, más allá de las personas, respetando la forma como piensan los demás, incluyendo los líderes políticos, aunque antes de nosotros están las instituciones y la Constitución. Están las cortes, los medios de comunicación, el sector privado, los partidos políticos, la academia y la espiritualidad. Somos un crisol de circunstancias al que debemos convocar para dialogar, mirarnos a los ojos, despojándonos de la pugnacidad, del odio.

Nobleza obliga, aunque el presidente ya se fue de frente contra la Procuraduría… ¿Lo vio?

Como yo soy atrasado en tecnología, no le contesto en Twitter a nadie. Es que ni lo tengo instalado. Quienes trabajan conmigo me mandan las cosas interesantes, pero el procurador no puede ponerse a controvertir con los demás servidores públicos por elevados que sean. Si cada vez que en su libertad y albedrío dicen algo de lo que me debo ocupar, pues me desvío de mi tarea de hacer cumplir la legislación y defender los derechos de los colombianos. Eso no tiene ni sentido. O que se dicen a ver qué pasa y luego reculan como ha pasado otras veces.

¿Recientemente con Estados Unidos o no fue así?

Cada rato hay reculadas. Entonces, mejor que esperar la reculada, se debe evitar controvertir con una persona que uno tiene que respetar, acatar, a quien admiramos. Particularmente al presidente lo he tenido como un referente de cosas buenas en el Congreso de la República, como una forma de ser consecuente en la vida, coherente con lo que se pregona, se piensa y dice, así que no puedo entretenerme ni andar pendiente de qué circula en las redes, porque esa no es la forma.

¿Nos vamos a quedar sin pasaportes?

No, no creo que Colombia no tenga la inteligencia para buscar una solución pronta. Hemos salido de peores atolladeros. Tenemos que hablarlo para resolverlo. Esto no es poniéndonos de espalda como marido y mujer bravos, sino conversando institucionalmente para encontrar salidas. Ya vendrán luego las responsabilidades. Y quien tenga una acusación, que presente las pruebas, que tenga el valor de decir, acuso a fulano de esto y lo otro. Nosotros apenas estamos investigando.

Lo evidente es que la Imprenta Nacional no está lista para producir pasaportes desde el primero de septiembre…

Esa es la realidad problemática que se debe solucionar. Lo único que no puede pasar es que la gente se quede sin pasaportes ni que se malogren las elecciones, jamás.

¿Lo dice por los rumores de un supuesto aplazamiento de las elecciones?

Colombia no puede permitirse ese lujo malsano de alterar su calendario electoral, regido legalmente desde el 8 de marzo de este año, como establece la Constitución y las leyes. Es un propósito a defender del contralor, el registrador y el procurador, trabajando conjuntamente para garantizar que la gente salga a votar con tranquilidad, con el respaldo de la institucionalidad. Además, aplazar las elecciones necesita un pronunciamiento del Congreso, porque el calendario electoral lo determinan las leyes estatutarias. Habrá gente que quiera modificarlo y si creen que es fácil hacerlo no conocen el funcionamiento ni la normativa que rige el Estado. Eso no es posible. No pueden aplazar las elecciones, eso es una cosa de locos.

¿Ni tampoco dejar de celebrarlas?

Eso menos. Porque si hubiera una voluntad mayoritaria, aplastante, verdaderamente impuesta de la población colombiana, conscientemente decidida para que las elecciones no se realicen, uno podría pensarlo, pero no lo veo. Hay que llevar a cabo los procesos electorales como señala la Constitución, en los momentos que son y la Procuraduría velará para que eso se cumpla.

Ante tanta incertidumbre le va a tocar acelerar la reunión a manteles para calmar las aguas…

Pensemos en hacer esta segunda en un kiosco caribe, algo como un kiosko dialéctico, donde todos nos sentemos mirándonos a los ojos en mesa redonda, pero no con la solemnidad del escenario religioso del primer encuentro, sino con la soltura de vestirse de lino, de andar en chanclas o de ponerse unas bermudas, a ver si de pronto cambiamos.

Con honestidad, ¿le preocupan las elecciones?

Me preocupa mi trabajo, es una cosa de una responsabilidad muy grande, pero reconozco que he tenido el apoyo del Gobierno nacional para hacerlo. A la Procuraduría no le recortaron un solo peso de su presupuesto. Tengo una relación buena con el Ejecutivo, fluida, respetuosa, pero a veces la cosa se pone un poco ríspida, como decía mi abuelita.

Estos casi seis meses al frente del Ministerio Público han sido un aprendizaje permanente, porque me encontré con una institución complejísima, con estamentos que se interponen en su interior, con una burocracia del siglo pasado, que afectan el cumplimiento de términos, la eficiencia y hasta genera algo de impunidad. Haremos arreglos sin hacer reestructuraciones, como me comprometí. Al menos, no volvieron a decir que la quieren acabar, pero bueno, no faltará el creativo.