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El río Badillo, fuente de inspiración de cantos vallenatos y una de las reservas hídricas más importantes en el norte de Valledupar, está muriendo lentamente por cuenta del saqueo de sus aguas.

Las 139 concesiones autorizadas por la Corporación Autónoma Regional del Cesar, Corpocesar, con base en una norma nacional de 1969, están a cargo en su mayoría por finqueros que la usan para cría de ganado y el riego de grandes extensiones de cultivos de arroz. A ello se suman las captaciones ilegales a lo largo de la corriente y la fuerte sequía que tienen en estado agónico al afluente que nace en la Sierra Nevada de Santa Marta.

La situación se torna más preocupante en la época de verano, como la actual, cuando la corriente base de unos 8.500 litros por segundo se reduce a la mitad. Pese a ello los hacendados siguen captando el líquido con trincheras artesanales o canales construidos con maquinarias para garantizar el éxito de sus cosechas, el pasto y agua para los animales de cría, sin más medición que la que ellos autodeclaran ante la autoridad ambiental, debido a que esta no cuenta con un sistema efectivo para controlar el uso real de las aguas concesionadas.

Ni medidores ni control. Tampoco hay medidores que indiquen cuánto es el aprovechamiento de la corriente. Solo las inspecciones periódicas de campo o denuncias ciudadanas permiten establecer si hay captaciones más allá de las autorizadas, o desviaciones ilegales. Le toca a Corpocesar confiar en lo que los mismos finqueros, en su mayoría, reportan. 'Cuando hay denuncias, los funcionarios llegan, cierran las trincheras, pero cuando se van vuelven y las abren', indicó un lugareño.

El caudal de reparto autorizado entre todas las concesiones es de 3.800 litros por segundo, de los cuales más del 90% se destina para uso agropecuario; por esa cantidad de agua, los beneficiarios pagan una tasa de uso anual que promedia los 220 millones de pesos, recursos que de acuerdo con las normas, deben reinvertirse en la recuperación de la cuenca. Estos son mínimos frente al grave impacto ambiental que genera el desvío sin control real.

Para el ambientalista Rubén Estrada, el daño ecológico es 'incuantificable', y lo que pagan los concesionarios es 'irrisorio' frente al impacto ambiental negativo que produce la pérdida del agua.

'Corpocesar debería exigir a los concesionarios además del pago por tasa de uso, que es mínimo frente a todo el aprovechamiento, una compensación ambiental como reforestar la zona donde están ubicados. Corpocesar no tiene cómo controlar el uso del agua'.

Añadió que los litros por segundo que capta cada concesión están en el papel, pero en la práctica muchas captan más, y no tiene la corporación un control sobre esto', puntualizó.

 Mientras las fincas se abastecen de agua para ganado y cultivos, en su mayoría, la población de Badillo padece por falta del líquido debido a que hace más de dos años una creciente arrasó con el acueducto y ahora se abastecen en carrotanques que llegan desde Valledupar.

Hombres, mujeres y niños de esta comunidad hacen fila en un camión cisterna que envía la Gobernación del Cesar cada ocho días. Con canecas, ollas, tanques o cualquier otro recipiente ‘pelean’ puestos para tener agua para consumo, pero a unos cuantos metros se observan las acequias, canales y trincheras construidas donde la corriente se desvía en cantidades mayúsculas hacia los cultivos de arroz y los pastizales donde están los animales.

Mervín Rodríguez, habitante de Badillo, manifestó que 'el río tiene muchos desvíos, hay fincas grandes que lo aprovechan, pero a nosotros nos hace falta el agua. El camión llega cada ocho días, y cuando se nos acaba tenemos que comprar la caneca de cinco galones a 2.000 pesos a un señor que la trae de Valledupar'.

John Andrés Ortiz, otro lugareño, sostuvo que a veces usan maquinaria para canalizar, otros abren zanjas a punta de herramientas o simplemente dejan boquetes en las orillas para llevar el agua a las fincas.