Según la psicología, ser apasionados es comportarnos de una manera más emocional que racional. De allí viene el refrán popular que alguna vez hemos escuchado “lleno de pasión, vacío de razón”. “La pasión a menudo convierte en necio al más sensato de los hombres”. La pasión nos puede llevar al sufrimiento, al dolor, o peor aún, a veces nos arrastra a un lado oscuro de ella, a la desgracia y al infortunio.
Para Platón las pasiones se centran en las órbitas del placer y del dolor, donde las nobles acciones se confunden con las bajas emociones. Las pasiones pueden ser calificadas de enfermedad cuando se aproximan al capricho y al impulso, pero también cuando llegan a mezclarse con las ambiciones y las compulsiones.
Para Aristóteles, pasión implica siempre una relación de imposibilidad. El amor pasional, por ejemplo, es el amor irrealizado. Si se realiza, ese amor, se acaba la pasión. La pasión, por tanto, no solo implica conflicto, sino que es, además, sufrir a causa del conflicto, que puede ser interior o exterior.
Cuando se quiere hacer de lo político un objeto de las pasiones, generalmente se llega a instancias no racionales, es decir, inadecuadas, y por lo mismo, no éticas del ser y se convierte en perturbación, en exagerado deseo, en afición vehemente o afecto intenso que domina sobre la voluntad y la razón.
El espacio político es donde pasiones y argumentos se encuentran entre sí, por ello se requiere, que al menos, las pasiones puedan ser llevadas al plano de la argumentación que, por muy agresiva que sea, cumple la función de reemplazar la violencia y de llegar a vencer dentro de la sana lógica de la discrepancia.
La política, como en el deporte, debe prepararse y ganarse con argumentos en el campo de juego y no con bravo pasionismo desde las tribunas o más allá de las canchas. Porque no es lo que uno apasionadamente se crea sino lo que razonablemente se argumenta con ideas.
El apasionamiento político, generalmente, hace que nos desviemos de nuestra sana convicción y nos alejemos de lo más esencial y razonable de nuestras vidas, para acercarnos a una vanidad tranzada por mezquinos intereses mercantiles y por promesas dadas a una comunidad que se entusiasma para salir a votar, pero que regresa, nuevamente, a la rutina del olvido.
Por eso es sumamente importante desapasionar la política y orientarla hacia la razón de ser, de sentir por la vida, por el trabajo, por la familia, por la dignidad; de dialogar con argumentos para deponer los ánimos violentos, para acabar con el cáncer de la corrupción, para eliminar el tráfico de influencias, para que las oportunidades sean más equitativas y que en un futuro próximo contemplemos una comunidad bien servida y atendida con amor.
Roque Filomena