Soy una persona a quien le gusta bailar y si me coge un día sin pena hasta puedo bailar en la calle. Recuerdo que una ocasión me pidieron que mostrara un baile típico de mi país en un instituto en donde estudiaba en el exterior. Al principio me quería morir de la pena porque me verían muchas personas de distintas partes del mundo y sobre todo latinos, que tienen buena fama de bailarines, pero acepté presentarme. Cuando lo hice lo disfruté. Primero, porque estaba emocionada ya que podría mostrar a la gente mi cultura y además porque me encanta bailar. Me sentía como pez en el agua. Sentía cómo mis piernas y mis brazos iban adonde yo quería con el ritmo de la música.
A fin de cuentas lo hice bien. Y lo supe porque la gente me decía que quería bailar como yo y eso me halagaba. Días después alguien me mostró el video de mi baile, pero cuál fue mi sorpresa que no quise terminar de verlo, ¡me daba pena la manera cómo se veía! Yo que sentí que lo había hecho tan bien me avergoncé al ver el video, porque la verdad no pensé que se viera así. A pesar de eso la gente en el instituto me seguía recordando como la que mejor bailaba, porque en las fiestas me hacían ronda, y yo disfrutaba hacer los pases que les gustaban y que a mí me divertían.
Esto me hizo cuestionarme, ¿si no me parecía que me veía bien bailando, por qué la gente disfrutaba al verme? ¡Y lo entendí! Lo que pasaba es que estaba feliz cuando bailaba. Me divertía y se sentía en serio que gozaba, y la energía era mejor que cualquier pase medio bien hecho. He contado esta anécdota para defender a Marcela García, la reina del Carnaval. Ella tal vez en el video no se aprecia bien, pero hay algo que salta a la vista y que es muy importante: ella está feliz. Lo está gozando y de eso se trata el carnaval, que seas feliz y lo goces mientras lo vives, porque sino no es así entonces de nada vale ser buen bailarín.
María Camila Mendieta Acosta
Estudiante de Ciencia Política y Gobierno