El Heraldo
Las casas que se caían a pedazos han sido adquiridas y restauradas por extranjeros o colombianos de la altiplanicie que las convirtieron en lujosas mansiones. Wilfred Arias y Shutterstock
Bolívar

Getsemaní, el nuevo barrio ‘encopetado’ de Cartagena

La transformación de este sector histórico donde nació la independencia cartagenera del yugo español no la para nadie. Sin embargo, sus habitantes de siempre se preocupan porque creen que el desarrollo turístico y comercial se los llevará por delante.

“Yo soy getsemanicense, barrio de bravos leones, sinceros de corazones y amables en el tratar”, fragmento de ‘Soy getsemanicense’, canción compuesta por Lucho Pérez, grabada por la Sonora Dinamita y considerada un himno de Cartagena.
 
La vieja calle de farmacias y cacharrerías, donde las putas tristes y pintarrajeadas esperaban por sus clientes y los borrachos se peleaban por su amor, ahora es una zona de movimiento, donde Bill Clinton, ex presidente de EEUU, ha oído y bailado música cubana; y los mochileros del mundo toman cerveza y duermen la siesta entre las 12 y 3 p.m. sin sobresaltos.

Ya no hay bacanes amanecidos cantando rancheras y vallenatos en bares de mala muerte, donde los bravos de los barrios se iban con el cinto ocupado por si las moscas. Ahora existen tascas y tabernas refrigeradas, con luces de carnaval y ambientes europeos, donde señores y señoras de buen vestir vienen a tomar una copa de vino y a hablar de la última moda en París.

La transformación. Es la Calle de la Media Luna, del antiguo arrabal de Getsemaní, barrio de encantamientos y bohemia, murallas y callejuelas, donde nació el movimiento de la independencia definitiva de Cartagena y donde, hasta hace unos años, las casas antiguas se caían a pedazos y olía a rancio, a perfume barato de mujer, a hierbas malas y alcohol anisado.

La transformación de esta famosa calle, donde vivían las clases populares en los tiempos del dominio español, es una realidad. Tan contundente que reconocidas revistas internacionales de turismo la recomiendan a sus encopetados suscriptores como uno de los sitios del planeta que no hay que dejar de visitar. Algo descabellado hace 15 años. Hoy es tan convulsa esta calle como en la era colonial. Pero quienes la concurren no son, en su mayoría, mulatos y criollos, sino monos ojiazules, con pintas y hablados raros, morrales a cuestas, que, muy tiesos y muy majos, toman café en restaurantes a las seis de la tarde, cuando el sol agoniza y su luz produce una magia cataclísmica.

La calle pasó de ser la antigua zona de tolerancia, a sitio in, de rumba y moda, donde doctores y poderosos bien peinados y perfumados se embriagan, sin temer que pueda salirles en  una esquina del viejo barrio un Pedro Navaja, con el tumbao de esos que tienen los guapos al caminar.

El temor de raizales. Getsemaní, donde aún van poetas y enamorados a respirar su aire y caminar sus callecitas de colores y figuras pintadas en las paredes, cambió de la ‘noche a la mañana’. Tanto que ya sus habitantes no son los mismos. Ni saben a ciencia cierta, los que quedan, si aún son los dueños de su propio barrio, ni hasta cuándo lo seguirán siendo.

“Mucha gente se fue porque no pudieron sostener sus casonas, porque les ofrecieron mucho dinero por ellas para construir hostales y hoteles boutique”, dice Ramiro Morelos,  que lucha por no dejar que una avalancha de forasteros borre por siempre la vida, las voces, las costumbres, la tradición y la alegría de Getsemaní.

Pero es que la transformación del barrio, que queda a 97 pasos de la Torre del Reloj, avanza a pasos de galope. En esta área, que siempre fue residencial, hay cerca de un centenar de pequeños hoteles y decenas de bares y restaurantes.

Forasteros en su barrio. Muchos extranjeros o pudientes colombianos de la altiplanicie compraron casas en ruinas y las convirtieron en mansiones de descanso para temporadas específicas del año.

Jairo Bolaños, trabajador de un hostal, dice que la zona es un hervidero durante las temporadas de turismo y que a veces no cabe un alfiler por tanta gente que viene desde EEUU, Canadá, Argentina y países de Europa, en su mayoría mochileros.

Pero muchos nacidos en Getsemaní, orgullosos de su cuna, se duelen de la nueva era de oropeles y costumbres modernas y venidas de otros mundos.

La comunicadora social Francys Caballero,  quien tiene un blog en el que se refiere a la vida y futuro de su barrio, escribió una vez: “Ya Getsemaní no es de los getsemanicenses, somos forasteros en nuestro barrio”.

La plaza histórica de La Trinidad es muy concurrida por nativos y extranjeros.

Y agregó, quejándose de que los niños no pueden jugar en las calles como lo hicieron por siempre: “Y encima de todo salimos a deber, pues pareciera que a los ‘nuevos vecinos’ no les agradara mucho el estilo de vida al que estamos acostumbrados los ‘sobrevivientes’ de este desplazamiento”.

A pesar de las inquietudes y quejas de los raizales, no hay duda de que Getsemaní vive su cuarto de hora. Un fulgor comercial que trascendió las fronteras. El año pasado la prestigiosa revista Forbes, de EEUU, recomendó a sus lectores visitar este encantador barrio.

La nueva era de Getsemaní salta a la vista. La plaza de la Trinidad, de donde partieron los lanceros y el cubano Pedro Romero para decir a los españoles que no querían más su gobierno, en las noches es una Torre de Babel o una Naciones Unidas, como dicen unos, donde no se sientan líderes ensacados a arreglar el mundo, sino gentes de todo el planeta a tomar cerveza y reír bajo las estrellas.

Por las calles aparecen mesas y sillas de restaurantes que ofrecen deliciosas comidas a los comensales. La Calle de El Arsenal, otro sector de diversión, ha sido recuperada por estos días y es también un referente nacional e internacional.

Es otro Getsemaní, que embruja, que trajo a negociantes y veraneantes de otros lares, pero que sigue teniendo a su gente, a los viejos getsemanicenses, orgullosa de su historia, de sus murallas y de su vida, sencilla y feliz, a pesar de todo.

Hotel de lujo

Para el 2016 la cadena internacional Viceroy abrirá en la zona de la Calle de la Media Luna un hotel de lujo que se llamará Obra Pía. Funcionará en un antiguo convento, hospital, orfanato y colegio del siglo XVII, que hoy está en ruinas y que será restaurado. La inversión es de unos 50 millones de dólares.
 

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