Porque gracias al libro de Loor Naissir, Asomándome al periodismo, comprendí que EL HERALDO no es solo un periódico: es un templo, una catedral del periodismo, de la cultura, de la vida social barranquillera y colombiana. Un espacio que honra la palabra y preserva la verdad.
Colombia merece servidores públicos que honren su palabra, defiendan la justicia con altura y comprendan que el verdadero poder no se demuestra con insultos, sino con integridad.
El Estado ha preferido mantenerse en manos de la corrupción, de la inexperiencia, de una democracia enferma que no se quiere curar, ha prefierido el deterioro de las instituciones de la justicia, de la libertad y de la dignidad humana.
Estar en la Lista Clinton es una condena civil, una medida que tiene un efecto devastador, pues afecta no solo a quien aparece en ella, sino a sus familiares, amigos y colaboradores.
El estado debe ejercer un control e imponer sanciones ejemplares a las entidades financieras que presenten continuas fallas en sus sistemas, porque la tecnología puede y debe avanzar, pero no a costa del ciudadano que necesita acceder a su dinero para sobrevivir.
Este hecho sin precedentes deja a Colombia en una crisis diplomática, política y con consecuencias económicas profunda. La Casa Blanca ha tomado distancia de las declaraciones, pero el daño está hecho: el país pierde apoyo internacional, mientras el gobierno se enreda en disputas ideológicas y responde con discursos que agravan el conflicto.
Hablar de paz no es ingenuidad, es valentía. La paz no se construye con misiles ni con muros, sino con justicia, memoria y humanidad. Requiere reconocer el dolor del otro, tender la mano donde antes hubo un arma y aprender que ninguna tierra vale más que una vida.
Tenemos todo para ser grandes, pero nos falta la voluntad colectiva para lograrlo. Tal vez el verdadero cambio empiece cuando cada colombiano entienda que la patria no se salva con discursos, sino con acciones, responsabilidad y amor por lo nuestro.
La mitomanía puede tener repercusiones en la vida personal de cualquier individuo, pero cuando el mitómano es el jefe de un Estado que alberga a cincuenta millones de personas, el daño colateral que se genera es inconmensurable.
La infiltración del narcotráfico se ha extendido a todas las instituciones del Estado, abarcando las ramas del poder público: legislativa, ejecutiva y judicial.