Este hecho sin precedentes deja a Colombia en una crisis diplomática, política y con consecuencias económicas profunda. La Casa Blanca ha tomado distancia de las declaraciones, pero el daño está hecho: el país pierde apoyo internacional, mientras el gobierno se enreda en disputas ideológicas y responde con discursos que agravan el conflicto.
Hablar de paz no es ingenuidad, es valentía. La paz no se construye con misiles ni con muros, sino con justicia, memoria y humanidad. Requiere reconocer el dolor del otro, tender la mano donde antes hubo un arma y aprender que ninguna tierra vale más que una vida.
Tenemos todo para ser grandes, pero nos falta la voluntad colectiva para lograrlo. Tal vez el verdadero cambio empiece cuando cada colombiano entienda que la patria no se salva con discursos, sino con acciones, responsabilidad y amor por lo nuestro.
La mitomanía puede tener repercusiones en la vida personal de cualquier individuo, pero cuando el mitómano es el jefe de un Estado que alberga a cincuenta millones de personas, el daño colateral que se genera es inconmensurable.
La infiltración del narcotráfico se ha extendido a todas las instituciones del Estado, abarcando las ramas del poder público: legislativa, ejecutiva y judicial.
Un jefe de Estado representa la voluntad del pueblo, del poder soberano que lo eligió en las urnas y no solo es el líder natural, es la imagen del país, de una nación. Como colombiano, no me siento representado por el señor presidente ni por sus actos y mucho menos con la forma en que viene manejando su cargo.
La salvación de nuestro país no radica en la imposición de nuevos impuestos; la verdadera solución está en combatir la corrupción y en enfrentar a los corruptos.
Las posturas del presidente Petro no reflejan la voz del pueblo colombiano; se enmarcan más en su esfera personal que en un compromiso con la realidad nacional.
Para mejorar la educación hay que aumentar el hábito de la lectura. Mientras no nos eduquemos, seremos idiotas útiles al servicio de la corrupción y estaremos sometidos en la pobreza, a la desgracia y a la violencia.
Este espacio actúa como un puente entre el mundo humano y el universo, donde se comparte conocimiento y se toman decisiones vitales, siendo quizás la más significativa el contacto con lo espiritual y la naturaleza.