Abro los ojos y me sonrío, porque el problema sigue ahí, la dificultad se manifiesta intensa, la adversidad me amenaza, pero ya no le tengo miedo, porque sé que “Dios es mi amparo y mi fortaleza, mi pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46, 1).
Su actitud nace de la relación que tiene con Dios, sabe que es importante para el que todo lo creó, que es amada y que Él no abandona a los suyos. Estoy seguro que tú necesitas confiar más. Es la única manera de estar más calmado, más seguro, menos ansioso y de construir con firmeza la vida.
Entre más pequeño sea el ego, más sanos seremos, porque nos habremos aceptado tal cual somos: única posibilidad de realización verdadera. El poder —sea político, religioso o económico— atrae cortesanos incapaces que buscarán recursos de cualquier tipo para sostenerse.
Quiero invitarte a que, si tienes hermanos, des gracias por ellos, les escribas y les hagas sentir que, a pesar de los dolores y las distancias, los amas. Y si no tienes hermanos de sangre, seguro la vida te ha premiado con algunas personas que están ahí para hacerte vivir la fraternidad o la sororidad.
La pérdida duele. Negarlo o minimizarlo solo alarga el sufrimiento. No se trata de aparentar fortaleza silenciando lo que sentimos, sino de atravesar el dolor con autenticidad. Permitirse la tristeza, la nostalgia, incluso la rabia, es parte del proceso.
Hoy, cuando los ánimos están caldeados y nos jugamos nuestro futuro como país, cuando conocemos la tragedia que representa la manipulación y la violencia, necesitamos defender el derecho a opinar, pero también promover la responsabilidad de hacerlo con ética, humildad y compromiso con lo real.
Creo que tenemos que insistir en que con Él vivimos a plenitud y tenemos la dicha de gozarnos lo que somos y hacemos sin destruirnos. Sí, Dios nos quiere felices.
Tengo siempre esperanza y por eso espero que la conmemoración de estos 500 años ocasione algo más que ganas de bailar y cantar, y se convierta en un compromiso de todos por hacer mejor nuestra ciudad en esa relación entre ciudadano y territorio.
Sus platos son, de alguna manera, crónicas que exponen parte de nuestra identidad sin temores y con el orgullo de lo que nos define. Ahí encuentro el valor del amor propio, tan necesario para la felicidad y el desarrollo.
A veces somos muy pretenciosos espiritualmente, tenemos unas exigencias demasiado complejas que nadie puede satisfacer, esperamos que la vida se realice según nuestros caprichos. Para vivir en bienestar necesitamos ser más simples y encontrarle una razón a lo que sucede en medio de la sencillez de la vida.