Hoy, cuando los ánimos están caldeados y nos jugamos nuestro futuro como país, cuando conocemos la tragedia que representa la manipulación y la violencia, necesitamos defender el derecho a opinar, pero también promover la responsabilidad de hacerlo con ética, humildad y compromiso con lo real.
Creo que tenemos que insistir en que con Él vivimos a plenitud y tenemos la dicha de gozarnos lo que somos y hacemos sin destruirnos. Sí, Dios nos quiere felices.
Tengo siempre esperanza y por eso espero que la conmemoración de estos 500 años ocasione algo más que ganas de bailar y cantar, y se convierta en un compromiso de todos por hacer mejor nuestra ciudad en esa relación entre ciudadano y territorio.
Sus platos son, de alguna manera, crónicas que exponen parte de nuestra identidad sin temores y con el orgullo de lo que nos define. Ahí encuentro el valor del amor propio, tan necesario para la felicidad y el desarrollo.
A veces somos muy pretenciosos espiritualmente, tenemos unas exigencias demasiado complejas que nadie puede satisfacer, esperamos que la vida se realice según nuestros caprichos. Para vivir en bienestar necesitamos ser más simples y encontrarle una razón a lo que sucede en medio de la sencillez de la vida.
Recordamos las cosas no como fueron, sino como nos conviene, para justificar nuestras emociones y pensamientos de hoy. Ya sea para reafirmar el amor que sentimos por algunas personas o lugares, o para sostener nuestros rechazos o malos sentimientos ante otros.
Pienso en muchos de ustedes que quizás están llenos de preocupaciones, de inseguridades personales y también por el país, y le pido a Dios que les haga comprender que lo único que tienen es su hoy, y nada más.
Tenía claro que la plenitud no se encuentra en el cumplimiento de normas, sino en la gratuidad de un amor que nos acoge y nos impulsa a ser más bondadosos con todos. Por eso solo invita a vivir desde el amor, desde la gracia, desde la aceptación de la vulnerabilidad que somos, y a buscar ser como Dios: todo generosidad y entrega (Mateo 5,48).
Hoy hay que hacer un momento de silencio y buscar soltar tantas expectativas que tenemos con los demás. La espiritualidad debe ayudarnos a esa liberación y al compromiso solidario de la felicidad. Ya que tengo la certeza de que esa es la relación que podemos tener con Dios.
Es momento de alimentar la esperanza, no como una resignación pasiva que espera que lo bueno llegue, sino como el dinamismo que nos empuja a dar lo mejor de nosotros, a asumir las batallas de la vida con optimismo y a construir con otros las mejores respuestas posibles. Si nos dejamos arrastrar por el miedo, lo vamos a perder todo.