La mesa del cielo
Una de las cosas que me emocionan de volver al Caribe es tener partidas de dominó. Tropezándome con esos corazones abiertos que tanto me interesan, entiendo que la vida vale la pena.

Una de las cosas que me emocionan de volver al Caribe es tener partidas de dominó. Tropezándome con esos corazones abiertos que tanto me interesan, entiendo que la vida vale la pena.
Lo navegamos con las mismas expectativas que siempre tenemos ante lo nuevo, sin prejuicios, sin querer que eso se parezca a lo nuestro. No tendría sentido ir a otra cultura a ver lo mismo que uno tiene en la suya.
Hay que tener claro que la vida no siempre se comporta como lo prevenimos. Asumir nuestra condición implica lanzarnos hacia adelante, aceptar los riesgos y dejar que las nuevas inseguridades pongan a prueba la creatividad infinita que somos.
Una lágrima se escurre cuando recuerdo a mi papá lleno de vida, alto y fuerte, llevándome una pantaloneta blanca y una camiseta azul nuevas para jugar en el campeonato de fútbol intercursos. Ese día supe que me adoraba.
Las olas del mar van y vienen, los colores explotan en unas degradaciones que parecen infinitas. Y afino mi oído para escuchar en silencio lo que dice mi corazón y lo que me susurra la naturaleza.
La fe se traduce en esa certeza de que todo lo que sucede trae bendiciones, y eso es lo que llamamos confianza: estar seguros de que Dios no nos deja solos, sino que nos acompaña. Esa confianza se manifiesta en dos actitudes concretas: ser valiente y estar motivado.
Esta vida es corta y pasa rápido. Por ello, lo mejor es aprender a gozar lo que se tiene, y entender que hay relaciones, trabajos y experiencias que ya no nos hacen bien y que debemos soltar.
Aquí la espiritualidad como esa conciencia de que hay algo más grande que nosotros, es una dimensión fundamental, porque entendemos que, al no ser absolutos, podemos rompernos y volvernos a armar con nuevas piezas, desechando las que ya no nos dan sentido. No es magia, es la decisión constante de ir encontrando formas y maneras para no desfallecer.
Sí, yo soy Caribe Universal y eso es demostrarle al mundo que desde esta orilla, con vallenato, guineo verde y palabras gritadas, también podemos aportar sabiduría, filosofía de vida y esperanza.
Abro los ojos y me sonrío, porque el problema sigue ahí, la dificultad se manifiesta intensa, la adversidad me amenaza, pero ya no le tengo miedo, porque sé que “Dios es mi amparo y mi fortaleza, mi pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46, 1).