Tengamos claro que encender una luz esta noche es dar gracias por todo lo vivido, por todo lo que tenemos. Encender una vela es presentarle nuestras necesidades al Dios de la vida para que él actúe con poder en nuestra existencia, es abrir nuestro corazón y dejarnos iluminar por Jesús, que es la luz del mundo.
Transformar no es destruir lo anterior, es darle un nuevo sentido, es conectar conocimiento con acción y teoría con vida. Es enseñar a cuidar la casa común, a construir paz y justicia desde cada aula, cada pantalla, cada conversación.
Estos días he estado pensando en el sufrimiento que causa la discriminación, en las oportunidades que a diario le son negadas a las personas con discapacidad, y en la necesidad de vencer esa mirada estrecha y apática que nos impide notar el enorme fracaso que significa no estar preparados para responder a la diversidad.
Una de las cosas que me emocionan de volver al Caribe es tener partidas de dominó. Tropezándome con esos corazones abiertos que tanto me interesan, entiendo que la vida vale la pena.
Lo navegamos con las mismas expectativas que siempre tenemos ante lo nuevo, sin prejuicios, sin querer que eso se parezca a lo nuestro. No tendría sentido ir a otra cultura a ver lo mismo que uno tiene en la suya.
Hay que tener claro que la vida no siempre se comporta como lo prevenimos. Asumir nuestra condición implica lanzarnos hacia adelante, aceptar los riesgos y dejar que las nuevas inseguridades pongan a prueba la creatividad infinita que somos.
Una lágrima se escurre cuando recuerdo a mi papá lleno de vida, alto y fuerte, llevándome una pantaloneta blanca y una camiseta azul nuevas para jugar en el campeonato de fútbol intercursos. Ese día supe que me adoraba.
Las olas del mar van y vienen, los colores explotan en unas degradaciones que parecen infinitas. Y afino mi oído para escuchar en silencio lo que dice mi corazón y lo que me susurra la naturaleza.
La fe se traduce en esa certeza de que todo lo que sucede trae bendiciones, y eso es lo que llamamos confianza: estar seguros de que Dios no nos deja solos, sino que nos acompaña. Esa confianza se manifiesta en dos actitudes concretas: ser valiente y estar motivado.
Esta vida es corta y pasa rápido. Por ello, lo mejor es aprender a gozar lo que se tiene, y entender que hay relaciones, trabajos y experiencias que ya no nos hacen bien y que debemos soltar.