Más allá de donde el ‘diablo’ dejó el ‘guayunco’ anda la señora Ángela Orozco a sus 108 años de edad. O al menos así lo explica ella.
La longeva mujer es la propia abuela terca que no se cansa. Que si fuera por ella cocinara aún en un fogón de leña. Que quiere y hace lo que puede. Que a veces hasta le dan ganas de arar tierra y sembrar yuca.
Casi no ve, pero pasa sus horas en una máquina de coser. Casi no escucha, pero se coge en el aire cuanto chisme anda regado por el pueblo. Es incorregible, en el buen sentido.
La señora Ángela es coqueta, demasiado. Sonríe siempre de oreja a oreja y quiere dar ‘pata’ por todo el pueblo y –de vez en cuando– piropear a cuanto muchachito bien vestido vea.
Siempre ha sido así y, a estas alturas de su vida, nadie ni nada le va a quitar su swing. Mucho menos cuando fue vacunada contra el coronavirus. 'Ahora es cuando', advirtió entre risas.
Su felicidad tiene razones de peso. A inicios del año pasado sufrió en carne propia los males del coronavirus y duró un mes sin comer bien.
Bajó de peso, tuvo dolores de cabeza, espasmos estomacales y diarrea constante. Por primera vez en su extensa vida vio ‘la vaina maluca’ y estuvo a punto de ser ingresada a una unidad de cuidados intensivos, pero advirtió a sus familiares que si pisaba –en ese momento– una clínica iba a salir, sí, pero muerta. Debido a lo anterior, se negó a salir de su vivienda, soportó la enfermedad y pudo salir adelante.
'¡Uhh, muchacho! Eso fue maluco por lo que pasé. Me sentía muy mal. No sentía ni gusto por la comida y eso me dio muy duro porque yo soy una mujer de buen comer (risas). Menos mal que toda la vida me he alimentado bien y eso me ayudó a superar la enfermedad', contó.