El Heraldo
Vista panorámica de la bonga que se levanta sobre el bulevar de la calle Esperanza, en el centro del barrio La María, en Soledad. Mery Granados
Atlántico

La gente de mi cuadra | La vida bajo la sombra de una bonga emblemática

Esta ceiba, de la que los vecinos no saben quién la sembró ni hace cuánto, se convirtió en una insignia del barrio La María, que –popularmente– se le conoce por este árbol.

No es de místicos ni supersticiosos creer que la vida viene de los árboles. Incluso en esos reinos de la mente, en los que lo subjetivo y lo espiritual gobiernan sin disputa, lo frondoso y fresco, los frutos de la tierra son importantes, al igual que lo son en el mundo físico y en nuestro planeta.

Las sociedades, ciudades e imperios han crecido en torno a los árboles, a su sombra y a sus frutos. El mismísimo pecado, al que se refieren en el Génesis como una manzana –ofrecida por la serpiente a Eva– viene de una de estas plantas altas, de cuyas ramas se han desprendido los anales de la historia humana. Tan es así, que tanto tiempo después, luego de la edificación de las pirámides y de la construcción de la Torre Eiffel, la humanidad sigue sembrando árboles, y alrededor de estos han forjado sus propios caminos.

En Soledad, una tierra calurosa, un árbol –específicamente una bonga– se ha convertido en el epicentro de un barrio, el de La María. Tal es la importancia de éste que, aun con el nombre que lleva este sector, toda la ciudad lo conoce como La Bonga, haciendo referencia al árbol frondoso y de basta sombra que se levanta en medio de la calle 23, también conocida como la de La Esperanza.

Lejos de esas tierras y entre las montañas y praderas verdes, los mayas creyeron que la ceiba representaba el árbol que sostiene al universo, quizás inspirados en su altura –que puede llegar hasta los 40 metros– y en su longevidad, pues superan los 70 años de vida.

“La bonga le ha dado sombra y vida a todo este sector”: Edgardo Gutiérrez, vecino del sector.

En Soledad, bajo sus ramas entrelazadas, tejidas con firmeza sobre el asfalto caliente de la calle, miles de vehículos transitan todos los días. Carros, motos, carricoches y bicicletas pasan con prisa, quizás sin conocer –o sospechar– la importancia que tiene esa bonga para quienes habitan en esa zona, una que, dicen, “se ha hecho cada vez más insegura con el pasar de los años”.

Convertido en un punto de referencia y hasta en insignia del barrio, este árbol de bonga se levanta orgulloso sobre los tejados. Cuentan los residentes de La María que basta con mencionar el árbol para que los taxistas o las motos se ubiquen, obviando así el trámite de entregar la dirección y de dar indicaciones. “Todo el mundo conoce La Bonga”, dicen, “son pocas las personas que a este sector le llaman La María”.

Frente al árbol, ubicado en un pequeño bulevar, viven en su mayoría personas de la tercera edad, asentadas en el barrio La María hace varias décadas. Entre ellos, que por esta época navideña descansaban en sus casas –sin camisa y sentados en mecedoras–, Nicolás De Moya, antiguo comerciante, recordó los años en que sembraron La Bonga. Para él, el árbol tiene casi su misma edad: unos 74 años.

“Ese árbol es más viejo que yo”, dijo entre risas. “Yo recuerdo haber jugado bola e’ trapo bajo su sombra, cuando estas calles por acá no estaban pavimentadas y todos los niños corríamos sin mayor preocupación. Ahora, con toda esta cantidad de carros, ya nadie juega ni camina bajo esa bonga tan bonita”.

Los motocarros transitan por la calle, bajo la sombra de la bonga.

Y como fruto de la modernidad y de los nuevos tiempos nació, frente a la Bonga, también una licorera que –en honor también a la ceiba– lleva el nombre del árbol. Alrededor, las casas están enrejadas y los vecinos sentados detrás de ellas. Antes –dicen– había paz y tranquilidad, ahora “toca estar encerrados como presos”.

Si los vecinos coinciden en su longevidad, difieren en cuanto a sus años de sembrado, pues son algunos los que –con total seguridad– indican que la Bonga “no tiene más” de 20 años. Desmentido fue Nicolás De Moya por su vecino Edgardo Gutiérrez, quien contó que, en sus 60 años en el barrio, recuerda que ese árbol no tiene tanto tiempo, pero sí sus varias décadas.

“Hombre si yo jugué bola’e trapo a pie pelao también en esa calle, y ese árbol todavía no estaba”, fue enfático Edgardo. “Eso tiene unos 20 años, pero desde que lo sembraron –que no sé quién fue– le ha dado más aire y sombra a este sector. También renombre, porque todo el mundo sabe dónde queda La Bonga y nos traen o vienen sin problemas”.

El misterio –que ninguno de los pobladores del sector supo contar– es quién sembró la famosa Bonga, pues todos recuerdan que “siempre” ha estado ahí, pero no la persona que la trajo. En otras palabras, conocen el milagro, pero no el santo.

“Ese árbol está ahí desde que yo nací, hace 74 años”: Nicolás De Moya, vecino del sector.

“Eso debió haber sido algún vecino, porque que yo recuerde ese árbol siempre ha estado ahí. Nunca me había puesto a pensar en eso, pero creo que así es la cosa”, dijo Nicolás De Moya.

Según este hombre recuerda, al igual que varios de sus vecinos, en ese entonces lo que se hacía era jugar bola’ e trapo, compitiendo ferozmente con los otros equipos que venían de otras cuadras.

Sin zapatos, sudados y sedientos, decenas de niños corrían por las calles polvorientas, pateando el balón de trapo, anotando goles en arcos de madera y entre varillas de hierro. Así, sencilla, recuerdan estos ciudadanos su infancia, una que el progreso y la construcción de la calle 23 y del bulevar, poco a poco, les ha traído “más problemas que bendiciones”.

“Las motos nos traen inseguridad, ya no sabemos qué hacer. Han matado, atracado y otros problemas. Tenemos miedo de que algo pase”, dijo uno de los vecinos.

A futuro, los habitantes de La María –o del sector del árbol de Bonga– esperan recuperar la tranquilidad que tanto añoran, pues, dicen, cada vez más son los robos que se presentan en el sector. Según denuncian, la presencia de “pequeñas bandas criminales” y de atracadores en las cercanías del puente que lleva el mismo nombre del barrio ha complicado la situación.

“Nos toca estar encerrados, ya esto no es como antes. Muy bonito y todo por acá, pero menos mal arrendé un apartamento en el verdadero barrio La Bonga. Por aquí lo pisan a uno con las motos para robar los teléfonos, plata y otras pertenencias”, denunció Cidia De la Hoz, residente del barrio La María.

Bajo la sombra de la Bonga, en la que han pasado gran parte de su vida, algunos de estos personajes esperan seguir haciéndolo. Así, pensando en el más allá, en esos reinos místicos y subjetivos, quizás bajo las ramas de ese árbol respiren por última vez, así como –hace tantos años– lo hicieron por vez primera.

Nicolás De Moya señala el árbol que cree es mayor que él mismo.
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