El Tiburón, la Tasajera de Soledad
Esta invasión, ubicada a un lado del caño del río Magdalena, es uno de los sectores más pobres del municipio, en donde en los últimos 28 años se han conformado al menos 36 territorios ilegalmente.
En El Tiburón, una pobrísima invasión de Soledad que fue levantada sobre un ‘colchón’ de desperdicios, hay tres fenómenos que a toda hora les muestra sus ‘dientes’ a sus habitantes: en el día ataca el hambre, en la tarde los mosquitos y en la noche las culebras.
Las ratas se pasean por las vajillas y las esteras donde están postrados los discapacitados, mientras que los renacuajos, una centena de larvas que a simple vista causan asco, ‘nadan’ en el mismo charco de aguas empozadas, repletas de basuras, piedras y restos de comida donde los niños y jóvenes juegan en sus tiempos libres.

La insalubridad horrorosa que se vive en esta invasión tiene sus razones. El barrio, que según versiones de la comunidad nació hace un poco más de 10 años, fue ‘construido’ sobre un terreno pantanoso y que está próximo a uno de los principales brazos del río Magdalena.
Debido a lo anterior, los habitantes tuvieron que entrar a la zona con machete en mano para empezar a limpiar el lote y acabar con la flora característica de este tipo de territorios, donde el común denominador eran las plantas de más de tres metros de alto y la espesa maleza.


La titánica labor continuó con el relleno de la zona, que hacía agua por todos lados y que cuando llegaban las lluvias obligaba a que los invasores primerizos tuvieran que solicitar auxilio porque los pies se les atascaban en el barro, y la inundación amenazaba con ‘ahogarlos’ en el mismo terreno donde buscaban darle un aire nuevo a sus vidas.
“Nos tenían que venir a buscar en canoas y ayudarnos porque esto era pura agua y era difícil poder construir algo”, dijo uno de los nativos.
Meses después, tras mucho esfuerzo y basura apilada, El Tiburón tuvo sus cimientos y los más pobres de los pobres empezaron a llegar presurosos a la zona para pagar sumas cercanas a los $500.000 a terceros y poder levantar una casita en tabla.

“Yo llegué aquí porque vivía en otro lado alquilado y no podía pagarlo. Entonces alguien me vendió este terreno por $580.000 y era solamente un solar, pero, poco a poco, empecé a construir acá y dejé de pagar arriendo gracias a Dios. Lo que uno quisiera es salir adelante y que nos mejoren los servicios. No tenemos alcantarillado, agua potable ni energía. Las necesidades las hacemos en bolsa plástica y la tiramos al caño. La realidad es esa y no la podemos negar”, manifestó Óscar Manuel Pertúz, quien vive en El Tiburón hace 3 años.

El barrio creció en número de habitantes, pero en calidad de vida sus números están cada vez más a la baja. El Tiburón se quedó en el tiempo, entre el río Magdalena y los barrios constituidos de Soledad, y hoy en día solo engrosa los números de la lista de invasiones que crecen en el área metropolitana de Barranquilla, una bomba de tiempo que cada día tiene más metralla en su interior.
“Vivir aquí es duro porque pasamos muchos momentos críticos. Aquí se pasa hambre como todo, pero lo que necesitamos como tal es el apoyo de la Alcaldía para que nos mejoren los servicios. Aquí da miedo que los niños estén jugando y se caiga un cable de luz y pase una tragedia. En el día todo es bacano, pero en la noche es una mosquitera tremenda”, contó David Cárdenas, residente en la invasión desde hace siete años.

Soledad es el principal ejemplo de invasiones en el Atlántico. El segundo municipio más grande del departamento, que empezó a sufrir la ocupación ilegal de tierras desde la década de los 80, pero que se fue agudizando desde 1993, cuando apareció Las Colonias, según datos reflejados en un informe de Planeación Municipal.
Las cifras en el municipio no son exactas ni confiables, pues hace mucho no se actualiza el POT. Sin embargo, diferentes fuentes, entre ellas el concejal Brayan Orzco, coinciden en que Soledad tiene al menos 215 barrios, de los cuales 91 son invasiones.
Palabras más, palabras menos, el 42,3 % de Soledad está compuesto por invasiones, una cifra que podría ser mucho mayor y preocupante debido a que, según Orozco, en la actualidad no se cuenta con un nuevo Plan de Ordenamiento Territorial (POT),que dimensione de manera más exacta esta situación.

“El Tiburón está lleno de miseria. Allá no llega nada. Esa invasión es otra Tasajera. Nosotros nos tapamos los ojos, pero nosotros en Soledad tenemos peores realidades que allá (Tasajera). En esos barrios hay más moscas que gente. Mientras a esa gente no le llegue una oferta social, principalmente de educación y de servicios públicos, esa bomba siempre termina estallando con la ola de violencia”, aseguró el cabildante soledeño.
Por su parte, la Alcaldía Municipal informó que en la actualidad Soledad tiene 237 barrios, de los cuales 63 son informales. Según informó la Secretaría de Planeación, cinco barrios fueron legalizados en la actual administración.

En El Tiburón, al menos en los diálogos iniciales, parece que sus habitantes se han acostumbrado a una vida llena de precariedades.
Sus moradores son jocosos y bromean constantemente por cualquier cosa, pero la caja de pandora se abre y los semblantes cambian apenas se habla por el presente de los niños, que crecen en un lugar completamente hostil, salvaje y peligroso para ellos.

En el día tienen que medir sus pasos por los roedores y los reptiles, mientras que en las noches, en medio de la luz titilante del fluido eléctrico ilegal, comparten las esquinas con vendedores de droga y delincuentes.
“Cuando uno vive en un sitio como esto, ¿ustedes creen qué de donde se saca el dinero? Aquí hay gente buena, gente que vive de una tienda, del motocarro o vende sopita, pero también están los que les toca salir a la calle a robar o a matar para conseguir algo de dinero. Uno le gusta esto y habemos (sic) personas que tratamos de que esa gente se vaya del barrio por el tema de los niños, pero es difícil. Además estamos rodeados de barrios muy complicados (Cachimbero, 12 de octubre y 7 de Agosto)”, explicó una mujer del barrio que prefirió reservar su nombre.

“Por acá hay muchos niños y pasan muchas cosas. Pasan muchas enfermedades por las aguas que hay aquí y por las culebras. Hay muchos animales de los que hay que tener cuidado. A mí me gusta vivir aquí, pero lo malo son las incomodidades que tenemos”, dijo por su parte Vanessa Jiménez Martínez, una mujer migrante venezolana que hace cuatro años se radicó en Soledad.

El Tiburón, a priori, es una invasión que tiene muchas similitudes con Tasajera (Magdalena). Los charcos de aguas residuales están por doquier, los huevos de moscas eclosionan por donde se le mire y las casas de tabla forman una fila hasta el principal cuerpo de agua de la zona.

Los niños lucen en sus pies los brotes de las picadas de animales, los jóvenes están flacos y viven del rebusque y los adultos, con lo que pueden, se ganan unos pesos para tratar de cumplir al menos con una de las tres comidas. Pero –a pesar de la pobrísima situación– parece que nada va a cambiar por ahora. Están olvidados y echados a su mala suerte.

Esta invasión, al igual que el festival de villas que nacieron en Soledad, se han formado por miles de familias pobres, desplazados de la violencia que llegaron al Atlántico desde los 80 y la avalancha de migrantes que se ha asentado en el municipio, que según el Dane asciende a 89.823 a corte de julio de 2019, un rejunte de diferentes y complejas problemáticas por resolver.

En El Tiburón está todo mal y casi nadie, que no viva a unas cuadras a la redonda, sabe de ellos, pero aun así sus habitantes guardan la esperanza de que algún día sean reconocidos y les tiendan la mano.
“Lo que pedimos es que la Alcaldía se apersone de este sector, ya que aquí viven muchas personas de escasos recursos y que viven de una forma inhumana. Aquí se ve la pobreza extrema y se vive en un alto riesgo porque se vive a un lado de un caño. Ojalá se logre, por lo menos, una reubicación”, concluyó Mariana Escobar, líder del barrio El Tiburón.
