La prensa de la época lo describía como un aparato que producía 'un ruido que es distinto al de los carros'. Uno cuyas alas y motor podían surcar los cielos y aterrizar en una improvisada pista en Puerto Colombia, municipio del Caribe colombiano que jamás había escuchado aquel sonido. Mientras Alemania tenía prohibido fabricar aviones de cualquier tipo, tras haber sido derrotada en la Primera Guerra Mundial, un aviador norteamericano armaba y desarmaba en Barranquilla un monoplano que parecía una cometa. La hazaña de hacer volar aquella máquina se escribiría como una de las proezas de la aviación del país. Un suceso que cien años más tarde no deja de ser recordado y conmemorado.
A William Knox Martin, nacido en Salem (Virginia, Estados Unidos) le apodaban 'el loco' por las acrobacias aéreas que deslumbraban a quienes alcanzaran a verlas. En algunos archivos de periódicos de 1919 todavía se puede leer –y apenas imaginar– cómo Knox Martin intentaba sobrevolabar entre las torres de la iglesia procatedral San Nicolás, lugar donde se casaría años después.
'Arriesgaba de una manera espantosa su vida pasando varias veces por entre las torres de la iglesia y saludando a sus admiradores que se tapaban la cara del miedo, mientras gritaban por las extravagancias del aviador', comenta una de las reseñas.
Cómo no impresionarse, si la Barranquilla de hace cien años, aunque atravesaba por uno de los momentos culminantes de su desarrollo económico –era lugar de paso obligado del comercio exterior del país a través del puerto fluvial y su conexión por ferrocarril con el muelle de Puerto Colombia–, vivía más bien bajo el modesto discurso de coches, buquecitos de río y ambiente parroquial.