A los 21 años, Gabriel García Márquez tenía ya tanta ambición literaria que se lanzó a escribir una novela cuyo propósito era derrotar al mismísimo Quijote, pero tenía también la prudencia suficiente para buscar un laboratorio que le permitiera ensayar su gran proyecto. Para él, que entonces estaba recién instalado de nuevo en la Costa Caribe después que el Bogotazo lo forzara a abandonar la capital de la República, ese laboratorio providencial fue la prensa.
Luego de un año y medio largo en El Universal, de Cartagena, donde hizo sus primeras armas, se vinculó en enero de 1950 a EL HERALDO, y fue este diario el que fundamentalmente le sirvió para someter a experimentación 'el novelón de setecientas páginas', como él mismo lo llamaría en marzo de 1952, y que, para esta última fecha, aspiraba a terminar en cuestión de dos años.
De modo que durante un período de tres años, los lectores de EL HERALDO disfrutaron por entregas irregulares de los bosquejos iniciales o borradores más germinales de Cien años de soledad, y tuvieron así el privilegio de ser los primeros en el mundo entero en entrar en contacto con la familia Buendía, con algunos de sus principales miembros (como el coronel Aureliano Buendía) y con la mítica casa que ellos habitaban en un pueblo ardiente que al principio ni siquiera se llamaba todavía Macondo.
En efecto, en la columna 'La jirafa', que publicó con una frecuencia más o menos diaria en la tercera página de EL HERALDO entre enero de 1950 y diciembre de 1952 (con una interrupción de siete meses, de agosto de 1951 a febrero de 1952), García Márquez dio a conocer, desde sus comienzos, numerosos fragmentos de aquella voluminosa novela que había empezado a escribir a finales de 1948 o comienzos de 1949, bajo el título de La casa. Dicha novela es, como bien se sabe, gracias al testimonio comprobado, y además fácilmente comprobable, tanto de él mismo como de sus más cercanos amigos de aquella época, la versión inicial e inconclusa de Cien años de soledad.