Hay turistas a los que 'les agrada que los claven (que les cobren de forma excesiva)', expresa Rafael Blanco, mesero de la caseta ‘Baranoa’, ubicada en las playas de Caño Dulce, a pocos minutos de Barranquilla, en la vía a Cartagena.
Rafael, o Rafa como lo llaman la mayoría de personas que pasan por su lado mientras le hago esta entrevista, dice que ya perdió la cuenta de los años que lleva atendiendo a los turistas que se acercan al balneario. Usa una gorra desteñida, escucha reggaetón en su celular y los rayos solares han profundizado sus arrugas.
Su teoría es: dependiendo del turista y su perfil, es decir 'si es monito y llega en un buen carro', así se le cobra.
'Yo tengo varios clientes a los que les ofrecen pescados más baratos, pero ellos prefieren que los atienda Rafa (…) saben lo que les estoy dando. Todo va en la personalidad del turista, así como hay bobos hay otros que no lo son', narra de forma desprevenida, pero consciente de que está hablando con un periodista de EL HERALDO que graba la conversación.
No opina igual Diego López, mucho más joven que Rafa, propietario de la ‘KZ Restaurante Pastrana’, también en Caño Dulce. Cuenta que a principio de año la Alcaldía de Tubará llegó a un acuerdo con todos los caseteros del sector para unificar una lista de precios, según el pescado y el tamaño. La entidad municipal –cuenta– hizo solo en Semana Santa un acompañamiento con la Policía para verificar que se cumpliera el acuerdo.
Afirma que el problema de especulación radica en que el pescado sale de la cocina a $20.000, en el caso de la mojarra, y el mesero la ofrece en $30.000 sin la autorización del dueño de la caseta.
'Esa es la pelea que tenemos con ellos porque a raíz de eso ahuyentan la clientela. Uno como propietario del negocio siente el bajón de los clientes. En este momento, de pura cosa, llegan los domingos, traen su comida y solo alquilan el quiosco. Antes, los sábados eran movidos y como se puede dar cuenta, ya ni vienen', describe López.
El ejercicio. EL HERALDO hizo el ejercicio de acompañar a dos turistas francesas a las playas de Sabanilla, Puerto Colombia y Caño Dulce para ser testigos de los precios que les cobraban por los platos de mar que allí venden. Lo mismo hicimos en estos sectores con una barranquillera. En ambos casos fueron visitados los mismos restaurantes.
La primera visita fue con las ciudadanas francesas, a las que llamaremos Claudia y Mónica. Al llegar a Caño Dulce nos encontramos con varios jóvenes que peligrosamente corren al lado de los carros que arriban al balneario. Por momentos estos atletas empíricos cierran el paso de los vehículos para llevarlos hasta la caseta que ellos desean. La escena se repite, con más peligrosidad, en las playas de Sabanilla.
Una vez Claudia y Mónica están cómodamente sentadas en un quiosco frente al mar, un mesero se les acerca a ofrecerles los 'manjares' del restaurante para el que trabaja.
El mesero, conocido como Daniel o ‘el Mello’, les llevó los pescados crudos en una bandeja para que ellas escogieran. Luego les dio los precios en los que en cada producto cobró más de lo que indica la tabla acordada entre los dueños de los restaurantes y la Alcaldía de Tubará.
Por un róbalo el mesero cobró $45.000, cuando el precio máximo es de $30.000; una mojarra negra la propuso en $30.000 y su valor normal oscila entre $20.000 y $22.000; una mojarra roja la ofreció en $35.000 y su precio es de $24.000. Por un lebranche cobró $45.000, sumándole $15.000 por encima de su precio normal.
Al final Claudia y Mónica se decidieron por una mojarra negra y otra roja por las que les cobraron $65.000. También ordenaron dos limonadas que costaron $8.000, cuando en realidad valen $6.000, más $10.000 atribuidos a un 'servicio de alquiler' del quiosco. La suma total dio $83.000, pero según la tabla de precios esta debía dar $52.000; es decir $31.000 menos de lo que les cobró el mesero.
No volvería. Luego de esta primera parte del ejercicio, Claudia le dijo a EL HERALDO que a pesar de que le había 'gustado el balneario y el sabor de la comida', no volvería por sus 'precios excesivos'.
'Incluso en euros o dólares, que nosotras manejamos, los precios son altos. Tampoco me gustó que no nos mostraran una carta, como sí sucede en otras partes de Latinoamérica y en Europa. Esto le da tranquilidad al turista porque corrobora que no le están cobrando de más', señala.
Una semana después hablamos con el mesero. Al preguntarle qué opinaba de que estaban cobrando por un lebranche $45.000, contestó que le parecía 'una exageración' y añadió, como si nunca lo hubiese hecho, que hay una tabla de precios por las que todos se rigen.
Dos días después de la visita con las francesas regresamos a Caño Dulce para continuar con el ejercicio, esta vez sin el acento extranjero de la turista: Katherine, una barranquillera asidua visitante de las playas en el Atlántico los fines de semana. Camuflados entre la clientela, nuevamente pudimos registrar en video el valor de cada plato que ofrecía el mesero, que se identificó como Harold o ‘el Sopita’.
Esta vez los precios se ajustaron a lo que indica la tabla de precios, con pequeñas variaciones de $3.000. En esta ocasión el mesero no cobró el alquiler o lo que llaman 'servicio' y solo esperó a que le dieran una propina voluntaria.
En total, por las dos mojarras, Harold cobró 50.000 pesos; es decir, según la tabla de precios, $6.000 por encima del valor normal.
Segunda parte. Luego el turno fue para las playas de Sabanilla. Aleatoriamente las dos turistas francesas llegaron a la caseta ‘Los Cocos’. Por una picada de huevas de pescado el mesero les cobró $25.000, lo que se ajusta al precio promedio que en el sector vale ese plato.
Tanto Mónica como Claudia afirmaron que les gustó la atención y el buen sabor del plato que ordenaron. Asimismo, sintieron que 'el precio representaba lo que les estaban cobrando'. Les Llamó la atención que el valor de la mojarra oscilaba entre los $15.000 y $20.000.
Al siguiente día regresamos con Katherine. Ordenó el mismo plato, nuevamente en ‘Los Cocos’. Le cobraron con exactitud el mismo precio.
Tercera parte. Después escogimos los restaurantes ubicados antes de la entrada al Muelle de Puerto Colombia, o lo queda de este. El establecimiento al que llegaron Mónica y Claudia fue el ‘Calipso’.
Allí fueron atendidas por el mesero Luis Fernando Púa, que les ofreció los mismos tipos de pescados ya mencionados. Las turistas pidieron un lebranche para las dos y el costo fue de $28.000.
Al día siguiente asistimos, ahora con Katherine, y el valor fue el mismo.
Cuatro días después regresamos al sitio y hablamos con Púa. Explica que además de lo que le paga diariamente la dueña del restaurante, él se gana una comisión de $2.500 por plato vendido. Agrega que 'la idea es cobrarles a todos los clientes lo mismo, no importa si son extranjeros o si viven en Barranquilla o es una persona que vive aquí en Puerto'.
'Si tú le cobras un peso de más a ese cliente, él mismo se encarga de dañarte la imagen ante los demás. En cambio, si tú le cobras lo mismo, eso te va a traer más gente', es la lógica comercial de Luis, quien lleva año y medio trabajando como mesero.
Campaña para mejorar. Para el subsecretario de Turismo del Atlántico, Carlos Martín Leyes, cobrarles excesivamente a los comensales es 'cuchillo para la propia garganta' del mesero, el restaurante y el balneario.
Opina que el problema radica en 'el recorrido' que hay entre la cocina, el restaurante y el cliente.
'Una cosa es lo que te cobra el cocinero y otra es la ganancia que quiere tener el mesero. Esa ha sido siempre la diferencia con el precio final que les cobran a los visitantes. Es cuestión de libre mercado, pero, desde luego, eso causa molestia en los turistas. Lo sabemos muy bien'.
Este año la Gobernación del Atlántico ha hecho talleres en siete municipios, incluido Tubará, con el chef Álex Quessep. Comenta Martín Leyes que la idea de esa actividad era orientar a los comerciantes no tanto en la preparación sino en la presentación de los platos, con el fin de que 'usaran productos autóctonos de la región', como el ají topito o el suero, en vez de otras salsas prefabricadas.
Danys Palma, coordinadora de turismo de Tubará, corrobora lo dicho por los caseteros consultados en el balneario.
Dice que han hecho campañas porque 'allá se da lo que llaman la ‘correndilla’, que es el momento en el que el mesero atiende al turista'. Contra esto hicieron unos volantes para 'unificar los precios' en todas las casetas de forma concertada, pero por lo visto en Caño Dulce no se ha cumplido.
'El acuerdo es que si se cobraba de más, el dueño del restaurante podía ser suspendido', señala Palma.
Las cifras
La Secretaría de Turismo del Atlántico informó que en Puerto Colombia hay 160 casetas registradas, de las cuales, 43 están en Sabanilla, 35 en Salgar y el resto en las playas de la cabecera municipal. En Tubará hay en total 71 casetas que operan de la siguiente forma: 11 en Playa Tubará, 33 en Caño Dulce y 27 en
Puerto Velero.