En una mañana de fuego solar, indolente, Celina Padilla Valdez de Cassiani, en hombros de los suyos, hizo su último viaje por las polvorientas calles del palenque de San Basilio.
Las campanas de la iglesia del pueblo repicaron, a las 10 y 23 de la mañana, en su honor, despidiéndola por siempre; y cuando a la procesión con los tambores, los cantos, el baile y el llanto del lumbalú (rito fúnebre heredado de los africanos), ya le quedaba pocos pasos para llegar a la morada final de la cantadora.
Palenque de nuevo estuvo triste. Celina, la cantadora de bullerengue, de chalupa, pajarito y fandango; la voz que acompañó a la gran Graciela Salgado, por años, en la legendaria agrupación de Las Alegres Ambulancias, se fue a los 93 años. Casi un siglo de vida, bien vivido, mejor gozado. Murió el pasado sábado, en Cartagena.
Su canto, que nació en este palenque de herencia africana, se inmortalizó en los Montes de María y atravesó los mares hasta llegar a Francia, donde hace unos años fue ovacionada y querida.

El sepelio de la cantadora recorrió las principales calles del municipio al son de tambores y maracas.
(Vea la galería Lumbalú, el rito con que Palenque despide a sus cantadoras).
Su nieto Abel Cassiani relató que ella cantaba desde niña y que le aprendió a su madre Josefa Valdez Valdez a componer.
Desde entonces no dejó de hacerlo. Cuando no estaba en las presentaciones con el grupo, solía cantar en el patio de su casa de palma, en Palenque. Abel contó que a ella le hubiera gustado morir cantando.
Evelinda Reyes, la hija de desaparecida, Graciela Salgado, encabezó el lumbalú por las calles de Palenque, como el año pasado Celina cantó en el sepelio de su madre.
Bailó y lloró durante el cortejo fúnebre, que salió, como lo es la tradición, desde la casa donde vivió Celina hasta el cementerio, donde está enterrada toda la dinastía de las cantadoras y tamboreros que han dado gloria al pueblo.
La recordó como una mujer que llevaba en la sangre el canto y la música. 'Le cantaba a la vida, a las cosas de Palenque', dijo.
Celina, contó su nieto Abel, era el centro de la familia. Alrededor de ella giraban sus hijos y sus nietos. Era una matrona buena y generosa.
A la despedida también llegó Tomás Salgado, Batata III, heredero de gran tamborero. Tocó en honor de Celina.
Antes del mediodía, ya Palenque había dado el adiós final a otra de las grandes cantadoras del folclor afrocaribeño, Celina Padilla Valdez de Cassiani, quien se fue al cielo con su canto de bullerengue, a hacerle compañía a su gran amiga Graciela Salgado y a Batata y a tantos otros que se despidieron por siempre.
Palenque está triste. Se fue Celina. Se fue a cantar con los suyos. A cantar versos al son de tambores; versos con sabor a tierra y a hojas secas, del caliente San Basilio, al reino de los cielos.