En estos ambientes trato de estar distante de la tecnología; aunque llevo el celular –porque uno nunca sabe alguna emergencia-, trato de no usarlo, ni siquiera para tomar fotografías, porque creo que mis ojos guardan mejor las imágenes que la cámara. Trato que sea una oportunidad de distanciarme de las rutinas del diario vivir, por lo cual termino descansando.
Agradezco las lágrimas que algunas veces me cegaron, porque ellas me enseñaron a amar hasta el extremo, dando lo mejor de mí en cada relación. Levanto los brazos con alegría por aquellas caídas, que aunque dolieron, me enseñaron a ser más fuerte y a adaptarme a situaciones que no deseaba. Celebro esos momentos que me hicieron sentir la ausencia de personas que aprendí a gozar en cada instante que compartimos.
Esta situación y los hechos que la generan deben obligar a los lideres políticos y sociales a parar sus campañas en ciernes y reflexionar profundamente, con el propósito de replantear los objetivos y la forma de hacer la política. Es importante dar prioridad al bien común; es importante la fijación de ideales, de ideas fuerza que arranquen de la realidad social para proyectarlos a un mejor futuro para la sociedad.
¿En qué nos enfocamos al hacer lo que hacemos? ¿Con qué objetivo estudiamos y trabajamos? ¿Es el dinero esa meta que todos tenemos en común? Advirtiendo que de 7.8 billones de personas en el mundo, más de 700 millones viven en condición de pobreza extrema, puedo afirmar que hacemos parte de una aldea global en la que la prosperidad compartida no es más que una triste y lejana utopía.
Así que sí, esta columna es un poco filosófica, y algo personal, pero sé que muchos vivimos tan preocupados por el futuro, por cumplir metas, y por hacer o comprar tal cosa antes de los treinta, de los cuarenta, de los cincuenta, etc., para ser felices más adelante, que olvidamos que el presente también es un estado del tiempo, y que no podemos olvidar que hay que vivir es en él.