Ser tía chévere implica apoyar el proceso de formación de los padres, pero desde una galaxia afectiva pacificada y con libertad a las locuras que alimentan el espíritu, no nos creemos las madres, tenemos claro nuestro rol y nuestra presencia, somos felices compartiendo el crecimiento de esa nueva generación que se atreve más que nosotras, que tienen menos sometimiento a prejuicios, que están decididos a conquistar el mundo.
Se refiere al “exceso de positividad” que nos obliga a buscar de manera permanente nuestra propia aprobación y la de las personas de nuestro entorno, que nos somete a la fragilidad de experimentar sentimientos negativos. En su obra, el surcoreano describe la negatividad como la posibilidad de oponerse, de manifestar si algo no es de nuestro agrado, es decir, la opción de decir que no.
En estos ambientes trato de estar distante de la tecnología; aunque llevo el celular –porque uno nunca sabe alguna emergencia-, trato de no usarlo, ni siquiera para tomar fotografías, porque creo que mis ojos guardan mejor las imágenes que la cámara. Trato que sea una oportunidad de distanciarme de las rutinas del diario vivir, por lo cual termino descansando.
Agradezco las lágrimas que algunas veces me cegaron, porque ellas me enseñaron a amar hasta el extremo, dando lo mejor de mí en cada relación. Levanto los brazos con alegría por aquellas caídas, que aunque dolieron, me enseñaron a ser más fuerte y a adaptarme a situaciones que no deseaba. Celebro esos momentos que me hicieron sentir la ausencia de personas que aprendí a gozar en cada instante que compartimos.
Si bien al comienzo de su historia, la motivación de quienes realizaban el camino de Santiago era netamente religiosa, hoy en día ha evolucionado para albergar la mayor cantidad de propósitos como hacer deporte, reto personal, promesas, entre otros.