Caracolí Grande. No parece una mañana del Caribe. A las siete horas del nuevo día de febrero una neblina espesa y helada se posa sobre los picos de las montañas de María. Impera un silencio como de fin del mundo. Antes, hace varias décadas, había algarabía de campesinos y comerciantes, vendiendo y comprando productos que daba esta tierra bendita. Era una época dorada. De calma y prosperidad.
Un tiempo no lejano, en los 90, llegó la mala hora. Aparecieron las explosiones, los balazos, el derramamiento de sangre inocente y el desplazamiento. Fueron los días de la guerra.
Este remanso de hoy solo lo alteran los cantos de los mochuelos, monte adentro.
Pero no todo ha vuelto a ser como en los viejos tiempos en este que es el corazón de la alta montaña de la región de los Montes de María: el cerro de La Cansona, una vereda del corregimiento de Caracolí Grande, en El Carmen de Bolívar, que tiene una historia de alegrías y lágrimas.
El playón de La Cansona, donde se esparcen hacia el firmamento las ramas de una ceiba moribunda, de más de cien años, está desolado. Los vientos lo cruzan a su albedrío y pocas almas se ven merodeándolo por estos días. A veces un campesino en su burro o un perro desvalido de la montaña pasa por aquí.
‘EL ORO VERDE’
En los buenos tiempos, por los años 70, esto era una plaza de mercado que hervía de campesinos, mercaderes, vendedores de frituras, jugadores del azar y tiendas de diversión. En los días de cosecha se podían contar a más de 400 personas, entrando y saliendo, provenientes de El Carmen y de otras veredas cercanas.
Era la buena época de los Montes de María, los tiempos del ‘oro verde’ después de la desaparición de los cultivos de café por causa de la roya. Fue cuando la región empezó a disfrutar de la bonanza del aguacate tipo criollo antillano, que inundaba los centros urbanos de la Costa y algunos del interior del país.
Las fincas estaban llenas de árboles de este fruto y sus cosechas eran tan abundantes que muchas veces no había suficientes campesinos para recogerlos y se pudrían en el suelo.
El Centro de Estudios Económicos Regionales del Banco de la República, en un análisis reciente sobre el aguacate en los Montes de María, indica que en 2010 la producción alcanzó 38.252 toneladas, 'lo que significó un aumento del 88,6% con respecto a 1992'. Los campesinos recuerdan que en las bonanzas de las cosechas se sacaban hasta 650.000 aguacates diarios.
En 2008 el Ministerio de Agricultura consideró a Bolívar como el primer productor de aguacate en Colombia, con una superficie sembrada de 6.800 hectáreas y una producción anual de 72.000 toneladas.
El líder campesino Dionisio Alarcón Fernández dice que hubo unas 4.000 hectáreas sembradas, en la buena época, en esta región montañosa. Pero se duele que ahora 'solo queden, si acaso, unas 20'.
El labriego Omar Luis Fernández, de la vereda Ojito Seco, quien se enorgullece de que su madre lo 'parió debajo de un palo de aguacate' y de que empezó a cultivar el fruto desde los 10 años, de mano de su papá, dice que por aquellos abriles era mejor tener un árbol que una vaca.
'La vaca lechera era el palo de aguacate. Uno solo, por cosecha, podía dejarme más de un millón de pesos', cuenta.
Sobre el cadáver de uno de sus mejores árboles, vencido por la plaga –el hongo Phytophthora– Fernández humedece sus ojos cuando habla de lo que ha pasado con aquellas cosechas.
DE LA PAZ A LA GUERRA
Su amigo Dionisio Alarcón, líder de la Acción Comunal de La Cansona, lo resume en tres palabras: 'Es una catástrofe'.
Y no deja de pensar en los, a veces, indescifrables designios de la vida. Recuerda que fue la violencia de los 80 y 90, cuando aparecieron la guerrilla y los paramilitares en sus montañas, la que les quitó la tranquilidad y sus tierras, sus cultivos de aguacate y otros productos.
Alarcón cuenta que muchos aguacates bajaron, por aquellas horas aciagas del conflicto armado, 'manchados de sangre' de inocentes.
En una oportunidad los paramilitares mataron a más de cuatro conductores de camperos Willys y lanzaron sus vehículos cargados de aguacate a los barrancos. Dieron la orden de no entrar ni salir a nadie a La Cansona. Era la primera cosecha de aquel año y los frutos se perdían.
Pero algunos labriegos, desesperados porque sus familias estaban pasando hambre, se atrevieron, en sus burros, a bajar a las bodegas con cargas de aguacate para llevar algunos mendrugos a sus ranchos.
Por esos días de guerra, mataron a Mario Alfonso Malo, el tendero de La Cansona, de quien se decía que jugaba dominó en frente de su negocio con alias ‘Marín Caballero’ (Gustavo Rueda Díaz), jefe del 35 frente de las Farc.
El comerciante, en la víspera del Día de la Madre, a finales de los 90, bajó a El Carmen a peluquearse y a comprarle un regalo a su mujer. A la salida de un almacén del centro lo interceptaron hombres armados que en una camioneta se lo llevaron a la fuerza. En un sardinel empolvado solo quedó tirada la tarjeta del regalo que nunca dio a su esposa.
Días después apareció el cuerpo desmembrado en un paraje del vecino municipio de Zambrano. Los paramilitares hicieron saber en la montaña que el tendero que todos querían había corrido esta suerte por 'colaborador de la guerrilla'.
VOLVIÓ LA ESPERANZA
La ceiba que vio por años a Mario Alfonso y a tantos cultivadores pasearse por el cerro parece estar hoy muriendo de tristeza y abandono. En su tallo hay rastros de la guerra. Como la ‘cicatriz’ que le dejó un balazo durante un combate entre las Farc y la Infantería de Marina.
Las manos de los soldados que empuñaban su fusil para disparar contra el enemigo también escribieron en la ceiba los nombres de sus musas y algunas frases de amor para la eternidad, como si presintieran que después del combate nunca más las iban a ver.
Pero la guerra acabó el día en que la Fuerza Aérea y la Infantería de Marina dieron muerte al máximo comandante de las Farc en la región. ‘Martín Caballero’ encarnaba la violencia y parecía inmortal. El 24 de octubre de 2007 en la Operación Aromo, durante un bombardeo, murió en compañía de 18 guerrilleros. Fue la noticia que nadie podía creer en La Cansona ni en todo El Carmen.
Los paramilitares se habían desmovilizados en julio de 2005.
Entonces nuevos vientos empezaron a soplar por los montes. La ceiba se aprestaba a recibir a los que se fueron huyendo para salvar sus vidas. Los campesinos, poco a poco, regresaban a habitar sus ranchos abandonados. A buscar sus palos de aguacate.
Dunia Torres, una mujer de La Cansona que hace parte de los 35 a 40 habitantes que han retornado a la alta montaña, recuerda: 'Aquí cualquier ‘pelaíto’ tenía plata. Bajaba a la cañada y metía en una bolsa 10 y 20 aguacates y los iba a vender, allá abajo. No pasábamos hambre. Nos dábamos harturas de aguacate con yuca'.
'Ya de eso no queda nada', remata con su voz triste, como el canto de los mochuelos en la lejanía.
LA OTRA PLAGA
Después de tanto horror y miedo, en el que tuvieron que huir despavoridos, llegó la paz. Creyeron que volvería la prosperidad, pero cuando se aprestaban a disfrutarla, apareció el hongo que destruyó todo el poderío aguacatero en el que se había convertido la montaña.
Los estudios indican que el Phytophthora, que nunca pudo ser controlado, atacó en los últimos cinco años los sembrados de aguacates y los acabó.
La Asociación de Productores de Aguacates del El Carmen en 2009 dijo que la plaga acabó con 1.300 hectáreas sembradas. El hongo se llevó cerca de 200.00 árboles, que antaño dieron frutos en cantidad.
Después, en 2010, la producción cayó dramáticamente. Solo se cosecharon 25 millones del fruto.
La tragedia se expandió por otros municipios de los Montes de María, como San Jacinto, Bolívar, y Ovejas, Sucre. Nada ha servido para que vuelvan los buenos tiempos. La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) realizaron proyectos para tratar de erradicar el hongo, pero todo ha sido infructuoso.
Dionisio Alarcón concluye con dolor, mirando el paisaje yerto: 'La plaga hace que la esperanza se acabe. Todo el trabajo hecho ha sido en vano. Es hora de pensar en otra cosa'.
Más abajo de la ceiba agonizante, en la vereda Lázaro, van unos niños felices, que acaban de salir del colegio. No tienen idea de que cuánto dolor y ruina reina en sus alrededores.