El Heraldo
Región Caribe

Las añoranzas que se viven en la Costa

Habitantes de la Región Caribe cuentan cómo han cambiado sus vidas con la pandemia de la COVID-19.

Camila Pichón González es una joven bióloga que ha pasado varias vacaciones en el Cabo de la Vela y este año tenía previsto ir de nuevo, sin embargo por la pandemia no va a poder hacerlo.

“Lo más bello de La Guajira son sus playas, por eso extraño las del Cabo, su tranquilidad, el sol, el mar, el paisaje y su gente”, manifestó con nostalgia.

Agrega que cuando todo esto pase, será una de las primeras en ir a visitar este sitio turístico junto a amigos o a su familia.

Quien también las extraña es Luis Freyle, quien llevaba 14 años de su vida visitando el Cabo de la Vela por lo menos una vez al mes, ya que además de disfrutar este bello lugar de La Guajira, también ayudaba en el negocio de su familia, la agencia Cabo Playa que ofrecía, hasta antes de la pandemia, paquetes turísticos a la Alta Guajira.

Afirma que extraña mucho el color del mar, el bello paisaje y comprar una que otra artesanía a las wayuu.

“Nos tocó cerrar la oficina en Riohacha, porque no teníamos ingresos para pagar el arriendo y los servicios. Este año en Semana Santa dejamos de atender unos 300 turistas y a mitad de año teníamos previsto recibir unos 900”, explicó.

En este negocio se han visto afectados 12 empleados directos y 30 indirectos, en su mayoría de la etnia wayuu, entre conductores, cocineros, aseadoras, meseros y guías turísticos.

En el Cabo de la Vela en total se han visto afectados con la emergencia del COVID-19, 105 negocios entre hospedajes y restaurantes, más 60 artesanas wayuu, 50 pescadores, 20 transportistas y 8 escuelas de kitesurf.

Según Élida Sánchez, de la Asociación de Hospedajes y Restaurantes Asocabo, se está realizando un censo casa a casa y una encuesta para establecer un balance de las pérdidas ocasionadas hasta la fecha por la emergencia.

“Nos encontramos con angustia y desasosiego por la carencia del sustento diario y los compromisos familiares”, manifestó.

En la misma situación están otros lugares turísticos como Punta Gallinas, Nazareth, el Santuario de Flora y Fauna Los Flamencos Rosados en el corregimiento de Camarones, las playas de Mayapo y el corregimiento de Palomino, entre otros.

“Anhelo los paseos por el Tayrona”

Eudoro Acosta Daza es un samario de 58 años, para quien el senderismo o excursionismo a pie, es una pasión, que ha tenido que suspender por la pandemia del coronavirus.

Aunque sabe que en cualquier momento llegará el día en que haya ‘luz verde’ para retomar esta actividad que mezcla lo deportivo con lo turístico, es consciente que “no será igual”, especialmente para quienes la utilizan con fines comerciales.

“Me hace mucha falta, pues yo salía en grupos y caminábamos por el mundo Tayrona, observando la naturaleza particular de nuestra principal montaña como es la Sierra Nevada”, comentó.

Las travesías a Calabazo, Pueblito y Cañaveral; la Vuelta del Oriente que comprende Campano, Los Pinos, Cascada Marinca y Minca; el río Córdoba hacia arriba y Ciudad Perdida, son los recorridos que hoy recuerda nostálgico entre las cuatro paredes de su casa.

Manifiesta que “es un deporte de naturaleza que por su sencillez, ausencia de riesgo y bajo coste económico, es muy adecuada para amplios segmentos de la población”.

En este deporte se inició a finales de la década del 60 cuando su padre, el profesor Eudoro Acosta, compró una finca en la región de La Lisa, Sierra Nevada y caminaba 2 horas por potreros, zona cafetera y colonos, cruzando ríos y subiendo la montaña.

“Desde entonces fui absorbido por el placer de caminar”, indicó.

Durante la cuarentena se ha dedicado a la investigación por internet y a leer notas sobre los grandes senderos del mundo, caso especial Perú y su legendario ‘Camino Inca’.

Aunque estudió Negocios Internacionales en la CUN de Santa Marta, Eudoro Acosta se ha dedicado al turismo, siendo dueño de una agencia de viajes.

“Se acaba esto y toca gradualmente recomenzar”, puntualizó.

Extraño un paseo en el ‘Hurtado’

El balneario Hurtado, principal atractivo turístico en Valledupar, ha quedado solo por cuenta de la pandemia del coronavirus. Propios y visitantes extrañan un paseo en este sector, que especialmente los fines de semana, era sitio de esparcimiento en familia. José Flórez, quien cada domingo llegaba con amigos y familiares a disfrutar de las aguas que bajan del río Guatapurí, señaló que “esto es bastante difícil, uno extraña pasar un buen rato en el balneario, esperamos que esto pase pronto”.

“Aquí el turismo era alto en tiempos normales, ahora el panorama es triste. No hay visitantes, tampoco podemos compartir de un paseo, hacer un sancocho o un asado a orillas del río”, dijo.

Las orillas que antes se colmaban de cientos de personas para disfrutar del paisaje, entre música de acordeón, variedad de comidas y bebidas, ahora no tienen un solo visitante. “Nadie llega, esto se vino a pique y estamos en quiebra”, sostuvo Gregorio Alberto Mejía Daza, quien lleva 26 años trabajando como comerciante del río.

“Las ventas se cayeron en el 100%, no tenemos ayuda. Aquí ya no vienen ni propios, ni visitantes, estamos en crisis en medio de esta emergencia”, puntualizó.

“No he vuelto a pescar en el río Sinú”

Aficionado a pescar en el río Sinú, se resigna con tener  que apreciar las cadenciosas aguas desde una ventana mientras conserva los protocolos de aislamiento preventivo.

César Reyes Cárdenas, de 49 años, es un monteriano acostumbrado a observar las corrientes; sea en el río Sinú o en el mar Caribe, siempre encuentra el punto clave donde su anzuelo le permita pescar el mejor ejemplar. Aunque la pesca no es la actividad que sustenta la economía de su hogar, para César representa un hobby que disfruta cada vez que puede, pero debido a la pandemia ha tenido que dejar atrás las faenas por temor a ‘pescar’ un contagio por la COVID-19.

“Ahora no puedo salir, entonces me toca comprar el pescado a un señor que pasa con un megáfono por la casa, que vende tilapia, pero no es la misma especie, porque yo suelo pescar barbudo, liseta y tollo, si voy al mar”, indica.

César tiene zonas predilectas para pescar en el río Sinú, cuyo cauce atraviesa Montería, aunque también suele viajar a pescar a las playas de la zona Costanera de Córdoba.

“Cuando tengo pico y cédula, puedo salir a hacer las compras del mercado, entonces trato de ver el río, así sea desde la ventana de la buseta. El otro día pude ver que la corriente estaba un poco más crecida, debe haber más peces”, dice basado en su experiencia.

Además de pasar la cuarentena encerrado en su casa, César se gana el sustento trabajando como camarógrafo, en intensas jornadas de grabación.

“La pesca relaja mucho, me despeja y me ayuda a recuperar los ánimos. Para mi es algo relajante, porque luego de una semana de trabajo, me voy a las zonas de naturaleza a respirar aire fresco”, sostiene.

A pesar de que vive en el casco urbano de Montería, César recuerda su crianza en Boca de la Ceiba, una pequeña población en el corregimiento Los Garzones, a orillas del río Sinú.

“Esperemos que pase pronto esta pandemia para volver a salir a pescar, de lo contrario toca seguir viendo el río desde la ventana”, puntualiza.

“Sueño con volver a San Bernardo, el paraíso”

Mientras los hoteleros y demás prestadores de los servicios turísticos se alistan para lo que han denominado “el día después”, haciendo alusión a cuando pase la emergencia por la COVID-19, muchos amantes de la playa, la brisa y el mar también se aprestan para regresar a esos destinos.

En Sincelejo hay uno de ellos, se trata de Mauricio Velásquez, un productor audiovisual que cada 15 días visita con sus amigos cualquiera de las 10 Islas del Archipiélago de San Bernardo, que si bien no pertenecen geográficamente a Sucre son muy cercanas y por ende son destinos obligados para visitar.

Mauricio asegura que en estos momentos, cuando se extraña todo, más se valoran los momentos vividos y por eso no duda en decir que tras la pandemia saldrá hacia esas islas a reencontrarse con maravillosos paisajes y aguas cristalinas que lo hacen soñar.

“Quisiera volver con todas las ganas de aportar un granito de arena para reactivar la economía de cientos de personas que viven del turismo, pero, después de toda esta emergencia deberíamos volver más conscientes, más humanos, más responsables, más tranquilos, más felices”.

A uno de esos lugares a los que Mauricio anhela volver esa Isla Palma, donde está ubicado un hotel que es además una reserva natural y posee un hotel que lleva el mismo nombre.

Héctor Conde, gerente de ese hotel de 9 mil metros cuadrados que está rodeado de 26 kilómetros de playa privada y quien es además miembro de la junta directiva de Asetur GM, la Asociación de Empresarios Turísticos del Golfo de Morrosquillo, asegura que tanto él como los demás prestadores legalmente constituidos de la industria sin chimenea aseguran que se están preparando para recibir a todo el que quiera visitarlos después de la pandemia y para cumplir con los protocolos de bioseguridad trabajarán con una capacidad baja, es decir, que solo recibirán 60 personas y no las 120 habituales.

Además están a la espera de los lineamientos del Gobierno Nacional en lo que al tema del transporte se refiere; y se lamenta de que los préstamos que les prometieron para aliviar esta temporada no se hayan cristalizado por la cantidad de requisitos que demandan, la flexibilidad no existe.

Dice que el único beneficio que han logrado hasta ahora es sobre el tema de las reservas y lo agradecen.

Advierte que las pérdidas para este sector son millonarias y para sacar un estimativo se refiere a los días de Semana Santa y los dos puentes seguidos que suman 12 días de buena temporada que se deben multiplicar por las 35 mil camas legalmente constituidas en el Golfo y en promedio cada persona paga mínimo 100 mil pesos.

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