La canícula del mediodía hace arder la piel pero la fe de los peregrinos es más fuerte y soportan varias horas alrededor del templo para esperar la salida del Cristo Milagroso de la Villa e iniciar juntos la procesión más concurrida de la región.
A la una de la tarde, el Cristo gigante parece levitar sobre miles y miles de fervientes creyentes que, bajo gran cantidad de paraguas multicolores, lo glorifican con expresiones diversas: “¡Viva el negrito de la Villa!” y “¡¿Quién es el que vive?!... ¡El Milagroso de la Villa!”, eran, entre otras, las exclamaciones de júbilo que se escuchan en la comarca.
Como de costumbre, el Milagroso va adornado con el tricolor nacional. En medio del fervor que crece paso a paso las ligas Cristianas, procedentes de un sinnúmero de ciudades colombianas, interpretan cánticos para identificar a sus regiones.
Los 20 mil peregrinos que esta vez se dieron cita en el Santuario caminan apretujados. Van a pie descalzo, de rodillas, de espaldas o cargando la cruz. Unos aplauden y otros lloran de emoción al sentir cerca la figura para ellos milagrosa.
La lenta procesión recorre sectores donde lo que más se nota es la pobreza y se abre paso en medio numerosas ventas callejeras donde hay de todo: réplicas del Cristo Milagroso, en diferentes materiales, porciones de agua bendita, comidas típicas, artesanías, artículos religiosos y ramas de eucaliptos, olivos y palmas bendecidas.
El multitudinario recorrido religioso también pasa frente a cantinas y billares que, por algunos minutos, apagan sus equipos de sonido. Cuando todos se alejan, en los potentes parlantes vuelven a sonar los estridentes vallenatos de moda.
Cuestión de fe
En medio de su devoción, creyentes como Miriam Berdejo De los Ríos dicen que el esfuerzo, la espera y los padecimientos para llegar hasta la villa de San Benito Abad, un pueblo al sur de Sucre de unos 15 mil habitantes, valieron la pena. Sin revelar el porqué de su peregrinaje, la mujer, procedente de Barranquilla, no deja de expresar sus agradecimientos al Milagroso, mientras que con un trapo blanco seca el sudor de su cara y se deja caer varios litros de agua en el cuerpo para amainar el calor.
En cada peregrino hay una historia de padecimiento personal o familiar, pero junto a ello aflora una enorme gratitud por el milagro de sanación con el que, gracias a su fe, los cubrió el Santo Milagroso de la Villa. “Por eso vengo cada año a este encuentro”, afirma Liris Petro Doria, quien representa a la delegación de Lorica, Córdoba.
De más lejos, Rosa Martínez Pineda vino de Santa Marta. Es la primera vez que llega al Santuario tras un recorrido de ocho horas, apretujada en un bus de ruta urbana de su ciudad. “Tengo la fe y la esperanza de que mi hijo saldrá de los problemas que tiene. El Señor de los Milagros me escuchará”, confía.
A las cuatro de la tarde, el sol ardiente da paso a un temporal nublado. Entonces desaparecen las sombrillas y algunos fieles describen figuras religiosas sobre el cielo del poblado.
Más que milagros
Al llegar la noche la procesión finaliza. Antes de entrar a la iglesia, la imagen del ‘Negrito de la Villa’ es despedida con aplausos. En medio del frenesí religioso, cientos de choferes, procedentes de rincones apartados de la Costa Caribe y el país, también hacen sonar las cornetas de sus buses.
Es hora, además, de llamar a los pasajeros para iniciar el viaje de regreso por una carretera agreste que como la de Sampués – San Benito tiene 40 de sus 64 kilómetro en muy mal estado. Muchos de los feligreses dicen que esta es la parte más difícil de su peregrinación.
En la plaza, frente a la iglesia, exitosos vendedores guardan en sus bolsillos las ganancias que les ha dejado otro 14 de septiembre, el día oficial del Milagroso de la Villa. Para ellos, la mayor parte habitantes de este empobrecido Municipio, el milagro va más allá de su fe religiosa, teniendo en cuenta que las ventas de comidas, artesanías, accesorios religiosos y el alojamiento de visitantes les han dejado buenas utilidades.
“El milagro del Cristo es que ayuda a mucha gente (del pueblo) a vivir de sus negocios, al menos dos veces al año. El resto del tiempo hay que ingeniarse la forma para sobrevivir. Cuando se van los peregrinos, volvemos a nuestra pobre realidad”, admite Teresa Martínez una de las vendedoras de comida.
Tanto a ella como a sus paisanos solo les resta rezar para que llegue marzo de 2012, cuando a San Benito volverán en romería los creyentes del Cristo Milagroso de la Villa a agradecerle sus favores.
Por Jaime Vides Feria



