“Yo no te voy a tumbar”, me dice la mujer en tono tranquilizador, asegurando a continuación que la boleta con valor comercial de $50.000 que está ofreciendo a $200.000 (a precio de mercado negro) es absolutamente genuina, y no una falsificada.
Pero continúo fingiendo algo de desconfianza (en realidad intento darle oportunidad al reportero gráfico de que disimuladamente nos haga fotografías desde el otro lado de la calle). Y la revendedora insiste con algo de impaciencia: “¿Tú crees que yo me voy a perder de este lugar —que es mi puesto de venta habitual antes de cada partido—, por robarte el dinero de una boleta para Sur?”.
Parece un tanto ofendida. Da media vuelta, en una actitud de ‘tómalo o déjalo’, y se aleja unos pasos para atender —al igual que lo hace abiertamente una decena de personas en los alrededores— a los conductores que detienen sus autos en cercanías al cruce de la carrera 46 con calle 79 con el fin de averiguar también por los precios en negro de la boletería para el partido eliminatorio del viernes entre las selecciones de Colombia y Ecuador, con miras al Mundial de Fútbol de Brasil 2014.
Es miércoles por la mañana. Aún faltan dos días para el gran acontecimiento deportivo pero la actividad de las aproximadamente cuarenta personas que ocupan las cuatro esquinas de la 46 con 79 parece girar exclusivamente en torno a este encuentro futbolístico: quienes no venden camisetas, banderas y gorras con el tricolor nacional, se dedican a ofrecer boletas de reventa a los conductores obligados a detenerse ante la luz en rojo del semáforo. Y también a los peatones, como yo.
“Sur”, “Occidente”, “Oriente“, “Norte”: los cuatro puntos cardinales son ofrecidos como mercancía de rebaja a todo el que pasa por el lugar. Pero no son rebajas. Por el contrario: las entradas aquí se venden hasta cuatro veces por encima del valor comercial al que debía venderlas una agencia autorizada, ubicada en la misma esquina antes mencionada.
Lo curioso es que —al menos según lo aseguró la mujer— esta misma agencia es la que surte de boletería a los revendedores, quienes deben solicitar las boletas y entregar el dinero con quince días de anticipación. A cambio, les dan un papel con un sello y una firma que certifica que cada revendedor ha adquirido determinado “número de cupos”. Este papel resulta indispensable para luego retirar las boletas previamente canceladas.
Pero, ¿cómo obtiene una revendedora que trabaja a pie de calle el dinero necesario para hacer esta inversión, o para ofrecer hasta $190.000 por boleta (de Sur) a los peatones que quieran deshacerse de las suyas? He ahí el gran misterio. Ella misma ha asegurado, minutos antes, que si se dedica a esta actividad es porque es pobre y no tiene otras fuentes de ingresos. También habla de las dos bocas que debe alimentar y de “lo mala que está la situación”.
Y cuando finalmente le digo que está bien, que le voy a pagar $200.000, ella me da instrucciones de que me quede en compañía de otra mujer (ambas tienen alrededor de 30 años) que parece ser su socia en este negocio, mientras ella va “hasta la esquina de la 76”, ya que supuestamente allí se encuentra la persona que les suministra las boletas.
Solo hasta este momento se comienza a advertir que existe evidente clandestinidad en la transacción, casi como comprar drogas.
Durante los cinco minutos de espera, esta aparente socia me explica que no deben llevar las boletas encima porque corren el riesgo de que la Policía se las decomise. Asegura que uno de los revendedores fue detenido en la esquina tan solo una hora antes, pero los agentes le dejaron en paz después de no hallarle encima las boletas y de comprobar que el detenido no tenía antecedentes judiciales. “Tú sabes que este tipo de venta está prohibido”, añade mi momentánea acompañante.
Pero la verdad es que cuesta siquiera imaginarse que pueda existir algún tipo de prohibición tras ver la manera abierta y poco disimulada en que los andenes, las calles y las esquinas son utilizadas, a la vista del público, por una horda de revendedores que compiten entre ellos por atraer la atención de automovilistas y peatones.
La situación es similar alrededor del parque Suri Salcedo. Aunque en este último lugar las boletas para Sur se vendían a $230.000 y para Norte a $250.000.
¿Una rebaja?, le pregunto a la mujer que regresa con la boleta que le he pedido. Pero ni de fundas: “No puedo rebajar ni un peso. Ese precio es fijo: $200.000”.
Intenta tranquilizarme una vez más cuando le entrego el dinero acordado, asegurándome que la boleta es de las buenas, que no voy a tener ningún problema con ella en el Estadio Metropolitano. “No soy una ladrona”, remata.
Minutos más tarde, otro revendedor al que interrogo en el Suri Salcedo me dice que si le compro cinco, él me hace un descuento de $5.000 por cada boleta. Este último también me ofrece boletas para Oriental a $400.000, “y a $700.000 las de Occidental Numeradas”.
Capturas
La Policía Metropolitana de Barranquilla capturó por la tarde de ayer a tres sujetos, los cuales, momentos antes, habían engañado a una persona vendiéndole tres boletas falsas, a un costo de 450.000 pesos cada una.
La captura se produjo, precisamente, en la carrera 46 con calle 79, esquina.
La Policía advirtió ayer a la ciudadanía que compre sus boletas en lugares autorizados para este propósito.
Por Carlos A. Sourdis Pinedo