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En un lugar del centro de Barranquilla, de cuyo nombre no quiero acordarme, un viejo hidalgo sale todas las mañanas a vocear las noticias en su Rocinante metálico.

Todos los días a las 3:30 de la madrugada, Antonio Bilbao se enfunda sus retazos de armadura: cada pieza (gorra, suéter, chaleco y manguilla) tienen los logotipos y nombres de diferentes periódicos, los mismos que sale a vender 'para conseguir la papita diaria'.

El hombre lleva 63 años como voceador de prensa, 'del tiempo de antes, el que cantaba las noticias para que la gente se entusiasmara y comprara', como él señala.

Una vez ataviado, sube a su descascarado y oxidado corcel de piel azul, y sale de su casa en la zona cachacal, envuelto en la complicidad de la noche. En cada pedalada imprime las fuerzas que le permiten sus 80 años. Va a un ‘trotecito’ lento, sorteando calles oscuras donde solo se adivinan cigarrillos encendidos soplados por molinos de viento de carne y hueso.

A las 4 en punto llega a la sede de EL HERALDO, donde le entregan los ejemplares que va a vender. Bromea con sus compañeros de jornada, comentan las pasadas elecciones locales y departamentales (25 de octubre) sobre tal o cuál amigo vendió su voto y cuánto le pagaron. Ríen con camaradería, con las vistas fijas en los hatillos de diarios que van sujetando a sus motos y bicicletas.

Con manos apergaminadas, dobla cuidadosamente las 80 copias de AL DÍA, El Tiempo, La Libertad, Q’hubo y EL HERALDO que intentará comercializar. 'Antes nos daban el doble pero ahora las ventas han bajado, con el internet ya las personas leen menos la prensa pero no creo que se acabe porque después me quedo sin trabajo', afirma con una sonrisa antes de tomar rumbo hacia su lugar habitual.

Servicio al cliente. A las 5 de la mañana, la esquina de la calle 47 con carrera 41 está casi desierta. Solo algunos transeúntes se van quitando la modorra del sereno y se alistan para ir al trabajo. Algunos saludan a 'Toño' en una señal de reconocimiento.

'Llevo cinco años en este lugar, desde que construyeron el Transmetro pero ya estaba desde antes en la Murillo (calle 45) y la gente ya me conoce', cuenta mientras va distribuyendo los ejemplares en un muro y les coloca piedras encima, para evitar que se vuelen.

Recuerda que empezó en el oficio de voceador cuando tenía 17 años y vivía en el barrio Montes. 'Con unos amigos nos pusimos a trabajar. En la mañana repartíamos EL HERALDO y a las dos de la tarde, cuando llegaban los camiones del interior, vendíamos El Siglo y El Tiempo', señala.

Distribuido el surtido, Bilbao se sienta a descansar. Toma un frugal desayuno compuesto de un vaso de agua de arroz y un dedito de queso.

Llega un cliente que lo saluda como si se trataran de viejos conocidos y, sin que su interlocutor se lo diga, le entrega un ejemplar. La misma operación ‘adivinatoria’ se repite un par de veces más. 'Ya conozco a mis compradores, son años de conocer sus gustos. Yo seguiré aquí mientras sigan creyendo en la prensa', expresa con una sonrisa de satisfacción, iluminada por el sol que ya golpea la esquina frente al asilo San Antonio.

La mañana transcurre 'con normalidad, aunque un poco lenta pero así son los martes', dice con la sabiduría de 63 años anunciando titulares y espera que se venda todo como el lunes, 'porque quedaron fue faltando periódicos con el especial de las elecciones'.

Una situación parecida, aunque en un contexto diferente, fue la que vivió después de los atentados de las Torres Gemelas, en septiembre de 2001. 'Las ediciones de los días después se vendieron como pan caliente, volaron toítos los periódicos', relata durante un rato de respiro que se toma.

Regreso a casa. El sol se acerca al cenit y con él la hora de recoger los cuatro ejemplares que le quedaron, para ir a almorzar. 'De pronto me coma una mojarrita frita o un bocachico. Hay que tener energía para tirar pedal', asegura con picardía.

Bilbao monta su fiel Rocinante y baja por la carrera 40, hacia su lugar de la mancha. En casa no lo espera Dulcinea del Toboso, desde 2008 se separó de su mujer porque, según él, 'todo era una peleadera y una cantaleta, y uno viejo tiene que vivir tranquilo para durar más'.

En la vivienda funcionaba el Sindicato de Voceadores de Barranquilla, pero ahora está descuidada, llena de polvo y los enseres arrumados contra las paredes la hacen parecer un enorme cuarto de san Alejo. Algo similar a la habitación donde Alonso Quijano vivía rodeado de novelas de caballería, solo que Bilbao está circundado por viejas ediciones de periódicos de esta casa editorial, que hoy cumple 82 años de fundada.

A diferencia del personaje de Miguel de Cervantes Saavedra, el anciano vocero si ha perpetuado su estirpe con seis hijos que le han dado 18 nietos. A pesar de haber sacado a su familia adelante con el oficio, no todos sus descendientes están de acuerdo con que continúe trabajando.

'El mayor ya quiere que me vaya a vivir con ellos a Malambo, pero no quiero ser una carga para nadie. Me gusta ganarme mi dinero para comprarme mis cositas, además me gusta sentirme útil', expresa con un tono de desafío en la voz.

Camina por la sala donde antes quedaba la asociación. Revuelve algunos diarios y acomoda los que están precariamente equilibrados. 'El día que deje de vocear, me da algo', lanza como una sentencia.

Como detenido en el tiempo, con recuerdos de historias que fueron noticia pero que quedaron obsoletas por el inexorable paso de los años se queda el viejo Quijote que se resiste a dejar de vocear la prensa cada mañana.