A la edad de 25 años, durante la culminación de la segunda Guacherna del Carnaval, el zapatero Néstor Mathieu conoció el predestino.
Ocurrió en 1975, mientras veía caer cinco suelas rotas desde la mochila de un cumbiambero y la maicena volaba a su alrededor.
Un hombre amante del Carnaval y el calzado, dice Mathieu, debía hacer caso al llamado del Dios Momo en aquel momento verbenero.
'No tenían buenas chinelas para bailar y desfilar, y me dije ‘caramba, yo puedo hacer algo mejor’', rememora en su taller, en Barrio Abajo, mientras espera la próxima foto. En un taburete, el zapatero puntea una de las 45 zapatillas que usarán las mujeres de la cumbiamba, el Cumbión de Oro. Es la octava del lote de 45. Lo hace con gusto y calma.
Aprendió el antiguo oficio a la edad de 20, gracias a su padre, Luis Eduardo Mathieu, pensionado de Calzado Trevi y producto del amor entre un francés y una barranquillera.
'Yo era parásito de él, vivía pegado a él. Gracias a sus enseñanzas hoy tengo mi microempresa de calzado', afirma con la voz entrecortada el zapatero de 65 años. Su permanente sonrisa es reemplazada unos segundos por una expresión contenida.

Demanda. El Carnaval, además de ser el evento folklórico más importante del país, es sin duda una gran fuente de ingreso y empleo para cientos de locales y habitantes de otras ciudades. Mathieu lo sabe y da ejemplo.
La época de Carnaval es la de mayor demanda para su negocio y por eso, durante cada temporada festiva, le pide a tres hermanos que lo ayuden, al igual que contrata a cinco amigos, diestros del arte del calzado. Si en un día de junio Mathieu hace 6 pares de zapatos, en enero puede fabricar más de cien con ayuda de su equipo. El par de chinelas las comercializa a $20 mil, pero las botas o zapatos de fantasía pueden costar unos $60 mil, dependiendo del proceso de confección. Carnaval S.A., comparsas locales, de municipios aledaños y particulares le encargan el producto cada año. Esta temporada, asegura Mathieu, le deja unos $15 millones en promedio.
'Desde el primero de enero, luego de sonar los pitos de fin de año, tengo pedido. Las de la Normal La Hacienda son las primeras', dice.
Espacio. Su taller queda en el patio de su casa, en la carrera 51 con calle 48; mide 30 metros de largo con 20 de ancho y parte del piso es de arena.
Es un espacio fresco y entre mesas y estantes viejos, los nuevos zapatos relucen. En una habitación conexa se encuentra la zona de recorte de plantillas. Todos y cada uno de sus ayudantes siguen con la mirada clavada en su trabajo, mientras Mathieu recorre el lugar. Su camisa verde fluorescente contrasta con el gris del entorno.
En el taller, mientras muchos bailan y gozan el Carnaval, unos pocos trabajan hasta largas horas de la noche, acompañados con la música emergente de un viejo radio.'Todos los años le fabricamos zapatos al Rey Momo y reyes infantiles. Trasnochamos con gusto', comenta, en una esquina del patio.

Pasión. Hoy le hace zapatos a quince comparsas del Carnaval, entre las que se encuentran La Pollera Colorá, El Rumbón de la Normal, la Escuela de Danza de Federman Britto, El Cumbión de Oro, Las Marimondas de Montecristo, Las Bolivarianas de Simón Bolívar y El Cañonazo.
Hace rato perdió la cuenta de cuántos pares de zapato ha confeccionado, pero asegura que supera los cinco mil. Para su materia prima compra principalmente lona, cuero, caucho, silicona y pegante para las suelas.
De todos lo diseños que hace, indica, la bota de la comparsa Rumbón Normalista es su favorita.
'La clave para un buen zapato que recorre la vía 40, por ejemplo, es que tenga dos espumas con abollonado por dentro. La suela de prudobario se presta para ese tipo de recorridos', explica el barranquillero, mientras gesticula con las manos.
Fiesta. Mathieu suele disfrazarse de personajes inventados por él , como El Vampiro de Alaska, y recorrer las calles de Barrio Abajo para ‘mamar gallo’.
Ha bailado en diversas comparsas como La Estrellita de Barrio Abajo o la cumbiamba Curramba La Bella.
Pero cuando está de espectador en un desfile o evento, confiesa que no está pendiente de ver los pies de las comparsas que calza. 'El verdadero carnavalero ve y goza el espectáculo. El de las danzas, el del movimiento de brazos y de cadera, pero no está pendiente de los zapatos', afirma entre carcajadas.