El 21 de noviembre pasado el papa Francisco, máximo jerarca de la Iglesia Católica, denunció que algunas parroquias se convierten en 'casas de negocios'.
'Hay dos cosas que el pueblo de Dios no puede perdonar: a un sacerdote apegado al dinero y a un sacerdote que maltrata a la gente', dijo el pontífice desde Ciudad del Vaticano. Francisco señaló además que las iglesias no pueden ser especuladoras con los sacramentos, porque 'la salvación es gratuita'.
Para monseñor Jairo Jaramillo Monsalve, arzobispo de Barranquilla, lo que el papa está denunciando es que 'hay sacerdotes que pierden su razón de ser como pastores y servidores de una comunidad para la salvación de los hombres'.
El líder de la Iglesia Católica en el Atlántico considera que algunos párrocos 'convierten su parroquia en pequeñas empresas y están permanentemente comerciando con las cosas sagradas'.
¿Cómo se sostiene una iglesia católica en Colombia?. 'Las cosas sagradas no tienen precio', asegura monseñor en su despacho de la sede del arzobispado en la calle 75b N°42F – 83, en Ciudad Jardín.
'La iglesia vive fundamentalmente de la ofrenda de los fieles', explica el sacerdote de 74 años, quien desde hace 4 guía el arzobispado de Barranquilla por nombramiento del papa Benedicto XVI.
Jaramillo enumera los gastos que tiene una iglesia: 'mantener el templo, pagar los servicios públicos, la alimentación del sacerdote, los salarios de las personas que colaboran en la parroquia, el sueldo del párroco, que es de $1.200.000. Además el vino y las hostias cuestan. Todo eso se solventa con el aporte de los feligreses'.
Por eso argumenta que nadie más que el papa Francisco sabe que una iglesia vive de las ofrendas de los seguidores y que eso está consagrado en la ley de Dios.
'Ni el Estado colombiano ni el Estado Vaticano aportan dinero a la iglesia y aunque los terrenos del templo y la casa cural están exentos de impuestos, hay que solventar otras situaciones y por eso recibimos las ofrendas de buena voluntad de los fieles', manifiesta monseñor Jaramillo.
Para evitar que cada iglesia cobre los sacramentos a su libre albedrío, en Colombia el obispo de cada diócesis establece un arancel eclesiástico. En el caso de Barranquilla y el Atlántico, el arancel fue establecido por monseñor Jaramillo en 2013.
Sacramentos como confirmaciones y bautismos tienen un costo de $20.000, mientras que un matrimonio en horario de parroquia cuesta $120.000 y fuera de ella $200.000. El arzobispo antioqueño asegura que 'si un sacerdote cobra de más es llamado al orden y si persiste en la conducta es retirado de la parroquia'.
Piso de mármol. El padre Julio Márquez es el líder de la iglesia Santa Teresita, en el barrio Villa Santos, al norte de la ciudad.
El templo mide entre 7 y 8 metros de alto por 20 de ancho y 36 de largo, aproximadamente. Está adornada con tres vitrales de Santa Teresita, una religiosa francesa que perteneció a la orden de las Carmelitas Descalzas, la patrona de la comunidad. Hasta siete personas pueden acomodarse en cada una de las 64 bancas de madera del templo, lo que permite que unos 448 feligreses puedan estar cómodamente sentados.
Para el sacerdote Márquez sostener una iglesia tan imponente en un sector estrato seis 'no es fácil'. Por eso considera importantes 'los aportes de los feligreses puedan hacer'.
'En esta parroquia son cuatro los frentes por los que entran los recursos', explica Márquez, mientras camina por los pisos de mármol pulido del templo, los va enumerando. 'Los sacramentos, las ofrendas diarias y dominicales, las donaciones y las actividades alternas, como bingos o rifas', dice.
El clérigo tiene 43 años, cabello negro crespo y una afable cara redonda. En tres de sus 20 años como sacerdote ha estado vinculado a esa comunidad. 'Cuando llegué la casa cural era inadecuada para vivir. Desde entonces he procurado acondicionarla', explica el párroco oriundo de Usiacurí, municipio del departamento del Atlántico.
Narra el sacerdote que el lugar 'estaba prácticamente en obra negra'. Ahora es una vivienda de dos pisos con recepción, cocina, garaje y el despacho parroquial en el primero. En el segundo nivel hay una sala de reuniones, una habitación para huéspedes y el cuarto del cura.
Junto al padre Márquez trabajan un jardinero, una secretaria, una empleada que hace el aseo y un joven de oficios varios. Todos reciben un sueldo que sale del fondo parroquial, que también provee al padre de su sueldo como sacerdote.
Márquez sabe que 'como lo dijo su santidad Francisco, la salvación de los hombres no tiene precio', aunque considera justo el cobro del 'arancel' para solventar las necesidades de su parroquia.
'Se me han presentado casos en los que las personas llegan y no tienen la ofrenda completa. Como sacerdote estoy en la obligación de prestarles un servicio', dice el religioso.
En un barrio humilde. Una situación diferente vive el padre Luis de la Rosa. Él es el párroco de la iglesia Santo Domingo Savio, ubicada en el laberíntico sector de Don Bosco IV, al suroccidente del municipio de Soledad.
El barrio es un lugar humilde, con una vía principal pavimentada y el resto de calles alternas destapadas, que se llenan de barro con cualquier aguacero.
La iglesia es una vivienda pintada de blanco que solo se diferencia de los otros domicilios por la imagen de un cáliz con una hostia que sobresale del borde, todo tallado en cada una de las dos ventanas de madera de la fachada. Mide unos 6 metros de ancho por 12 de largo y 3,5 de alto.
En la estancia caben 43 sillas plásticas. Las paredes, en las que están fijados cuatro abanicos distribuidos de tal forma que no haya puntos calurosos en el lugar, están descascaradas en algunas partes.
La mayoría de los habitantes de la localidad son personas sencillas que trabajan como comerciantes informales, mototaxistas, albañiles o en cualquier oficio que aparezca.
De la Rosa es un hombre alto con un rostro ancho y bonachón. Nació en Soledad hace de 43 años y 5 de ellos los lleva dedicados al sacerdocio. Se crió en una comunidad como la que ahora guía, por eso el religioso entiende que los aportes de sus parroquianos no pueden ser abundantes pero que 'dan con el corazón lo poco que tienen'.
El clérigo sabe que lo que recoge mensualmente no le alcanza para sostener el templo en el que oficia desde hace tres años, por eso debe trabajar como capellán en el Sena.
Un capellán es un sacerdote que desempeña sus funciones religiosas en una institución. Con el sueldo que recibe puede solventar las necesidades de su parroquia, pero su principal preocupación es dejarle a su comunidad una iglesia bien acondicionada.
Según De la Rosa la construcción del templo como lo ha planeado con la comunidad costaría unos $180 millones que aún no sabe de dónde saldrán pero confía en que Dios lo iluminé 'para conseguir los recursos'.
'La salvación es gratis. Nosotros somos siervos, no explotadores. Por eso estoy de acuerdo con la opinión del papa Francisco', expresa el sacerdote De la Rosa, además agrega que siempre le dice a su comunidad que 'por el dinero no se preocupen.
'Los sacerdotes sabemos que no se cobran los sacramentos pero de alguna forma hay que sostener el templo', dice.
Los ejemplos de los sacerdotes De la Rosa y Márquez dan cuenta de una situación que refleja no solo la realidad de Barranquilla, sino de muchos lugares del país.. De acuerdo al sector en el que esté ubicado así son las condiciones para sostenerlo, más o menos complicadas, pero al final depende de la generosidad de los feligreses y de la capacidad de gestión del párroco.
El sacristán de Santo Domingo Savio toma un descanso en la casa cural entre las paredes llenas de moho y humedad.