El sino trágico de la fatalidad parece que persigue a José Soto Berardinelly con relación a sus hijos.
Hace 25 años vivió un drama estremecedor con el mayor de sus hijos, Miller Jesús Soto Solano; y ahora palpa de nuevo otro infortunio con la muerte del menor de ellos, José Ricardo Soto López.
Un cuarto de siglo atrás Miller, entonces de 15 años, quedó reducido irremediablemente en una silla de ruedas, tras ser baleado en un intento de secuestro.
Podría suponerse que después de una adversidad de esta dimensión, Soto Berardinelly no volvería a padecer una pena semejante, sin embargo, desde el pasado 23 de mayo comenzó para él un nuevo sufrimiento.
El episodio causante de este pesar es la ya conocida denuncia por la aparente negligencia médica en el Hospital de Puerto Colombia para su hijo José Ricardo Soto, cuando este llegó allí en un estado de paroxismo incontrolable, y al parecer no le brindaron atención profesional. El incidente involucra a tres amigos del muchacho y a dos agentes de la Policía que presenciaron los hechos, y aparentemente tampoco actuaron para que lo atendieran.
Por esta situación el joven de 22 años estuvo en estado de coma durante 14 días, hasta su fatal desenlace en la madrugada del sábado.
La situación de José Ricardo, estudiante de derecho en la Universidad Autónoma de Caribe, fue tan compleja que los médicos habían afirmado que solo un milagro de Dios podría salvarlo
La solidaridad se manifestó en las redes sociales con cadenas de oración que imploraron por su mejoría. Incluso, el afamado cantante de música vallenata Silvestre Dangond colgó en Instagram una foto del joven con esta leyenda. 'José Ricardo nos necesita. No importa tu tipo de sangre. Ayúdalo a vivir'.
Igual clamó el futbolista Martín Arzuaga: 'Mi hermano José Ricardo otra vez necesita donantes. No importa el tipo de sangre', escribió.
De nada valieron las plegarias, José Ricardo no pudo superar su situación orgánica y colapsó, lo que sumó una nueva desgracia en su familia.
La primera adversidad
En 1990 a José Soto Berardinelly la vida le sonreía, sobresalía como un político exitoso y había alcanzado la Alcaldía de Barrancas, en el sur de La Guajira.
Este municipio comenzaba a disfrutar de una bonanza económica inusual, derivada de las millonarias regalías de la Nación por la explotación de las minas de carbón en su territorio.
Soto provenía de una de las familias más tradicionales y respetadas de la región. Los que lo conocen de esa época lo recuerda como un hombre de verbo fácil, de excelente oratoria y carisma. Por ello su carrera política ascendía vertiginosamente arropado con la bandera roja del partido liberal.
La desgracia que empañó esta aura rutilante del político y comerciante guajiro, lo tocó la mañana del 10 de octubre de 1990, cuando una cuadrilla de ocho delincuentes secuestró a su hijo Miller en las propias instalaciones del Instituto Cristo Rey.
El plantel, uno de los más prestigiosos de La Guajira, funciona en las afueras del municipio de Fonseca, en la vía a Barrancas.
Miller cursaba décimo grado, y también disfrutaba de aquel momento de felicidad que le deparaba la vida. A pesar de ser muy joven su padre lo alentaba con la promesa de que lo iba a suceder en la actividad política, y a heredar su caudal electoral para aspirar a grandes cosas en la vida pública de su departamento.
El joven era uno de los estudiantes más destacados del plantel, siempre se le veía rodeado de muchos amigos y chicas que se disputaban su corazón de mozalbete carismático y agraciado físicamente.
Como una cruel paradoja del destino la fatalidad le llegó a Miller en uno de los momentos más esperados por cualquier estudiante cuando está en clases: la hora del recreo.
Eran la 11:15 de la mañana y el joven conversaba con sus compañeros de clases cuando un escuadrón armado irrumpió en los patios del colegio.
Portaban armas largas y cortas, y vestían uniforme camuflado de corte similar al del Ejército.
Fueron directamente por él, y se lo llevaron hacia la zona montañosa aledaña a Fonseca. Muy cerca al grupo de Miller estaban sus hermanos menores, William, de 12 años; y José Francisco, pero con ellos no se metieron los plagiarios.
Las directivas del colegio alertaron inmediatamente al DAS (extinto organismo de seguridad) de lo que estaba pasando, y varias patrullas salieron en persecución de los secuestradores.
En el sitio Los Pondores, jurisdicción de Conejo, corregimiento de Fonseca, se produjo el primer choque armado.
En el cruce de fuego Miller Soto recibió dos balazos, uno en el estómago que le lesionó el hígado; y otro en la espina dorsal que sentenció su suerte: no volvería a caminar.
Inicialmente fue conducido al Hospital de San Juan del Cesar, y de allí lo trasladaron en un avión de Aeroatlántico a Barranquilla, a la Clínica Bautista.
Debido a la gravedad de su estado el 12 de octubre de ese mismo 1990, lo llevaron a Bogotá.
El entonces comandante de la Segunda Brigada, el general Juan Salcedo Lora, atribuyó el hecho criminal a un escuadrón de desmovilizados de la guerrilla del Epl.
En el operativo el DAS dio de baja a dos de los secuestradores, Celso David García Fernández y Juan Francisco Fernández. Fueron capturados Hernán Martínez Oviedo y Alex Alfonso Carrillo Flórez. Cuatro logaron huir.
Miller Soto Solano con el apoyo de su familia logró superar esta dura prueba de la vida, y con mucho tesón logró coronar sus estudios secundarios.
Luego graduó de derecho en la Universidad Libre y resultó elegido concejal de Barranquilla durante tres periodos.
A partir de ese incidente José Soto Berardinelly prácticamente cedió todo su capital político a favor de Miller, se hizo a un lado y sacrificó su propia carrera con tal de que este cumpliera sus propósitos en la vida.
Ahora es posible que tuviera los mismos planes con el benjamín de la familia, José Ricardo, pero la fatalidad se le atravesó de nuevo; pero esta vez truncando de tajo la vida del muchacho, sin darle otra oportunidad, como si la tuvo Miller.