El Heraldo
El sendero de Sanaguare es uno de los primeros que se encuentran en el recorrido. Tiene cerca de 300 metros de extensión. Cesar Bolívar
Entretenimiento

Un recorrido por los caminos de Luriza

La reserva de bosque seco tropical se encuentra a seis kilómetros de Usiacurí. Esta área ecológica es propicia para los amantes de la fauna y el senderismo.

Senderos serpenteados se abren paso entre el verdor del follaje en Luriza, una reserva protegida de bosque seco tropical, ubicada a seis kilometros de Usiacurí. 

El olor a arena mojada, en mixtura con el aroma fresco de las plantas, el sonido del canto de las aves, y a la vista, un espectáculo ecológico que parece exhalar vida, le dan al viajero la bienvenida a 837 hectáreas de la más pura naturaleza. 

La aventura se inicia en la plaza principal de Usiacurí. Para llegar—si decide hacerlo en transporte público— podrá tomar un bus que va derecho por la Cordialidad, pasando por los municipios de Galapa y Baranoa hasta llegar al pesebre del Atlántico con un costo de 4.000 pesos. 

Ya en la plaza puede tomar un motocarro, furgoneta o moto por un costo de 4.000 pesos, que lo transporte hasta el paradero que conduce a Luriza. 

Antes de hacer senderismo en esa vasta zona silvestre debe acordar previamente con un conocedor del sector para que le guíe en el recorrido.

El precio promedio es de  $40.000 en dos horas de caminata por las diferentes zonas ecológicas. El valor de la tarifa se cobra por grupo, máximo de 10 personas.

Una familia se desplaza cuesta abajo con un burro tras comprar algunos víveres en el municipio. César Bolívar

Cuesta abajo

 El paraíso escondido se halla bajando una larga cuesta. La entrada está a más de 200 metros de altitud y el descenso debe hacerse por un camino empedrado, lodoso y muy empinado. 

El acceso puede ser un poco dificultoso por el mal estado de la vía, por este motivo es recomendable que el viajero se desplace con cuidado para evitar resbalar. 

Al llegar a terreno plano está la entrada a Luriza. 

En unos cuantos minutos el paisaje cambia diametralmente. De abismos, maleza, piedras, arena amarilla y un cielo de azul resplandeciente en un terreno vertiginoso, el visitante se encuentra de manera abrupta con recovecos adornados por frondosos árboles y una exquisita biodiversidad. 

En la reserva se han identificado 138 especies de aves siendo este uno de los principales atractivos de los visitantes. Además, cuenta con 19 ejemplares de anfibios, 44 de reptiles, 122 de plantas y 43 de mamíferos, entre los que se destaca el mono aullador rojo.

Enrique Ventura es un conocedor de las tierras de Luriza. Él se dedica a guiar a los turistas en el recorrido por los diferentes senderos que tiene esta reserva natural cercana al municipio de Usiacurí. César Bolívar

Enrique Ventura, un campesino de 55 años, nativo del sector, quien fue nuestro guía en el recorrido, explicó que el venado, la guartinaja, el conejo y el tigrillo, además del mencionado primate son algunos de los animales que tienen mayores avistamientos en Luriza. 

“¿Se imagina despertarse en la mañana y encontrarse con esta maravilla? Aquí uno abre los ojos con el canto de los pajaritos y las mariposas revoloteando. Hay una paz que no se encuentra en la ciudad”, mencionó este jornalero de contextura delgada y piel oscura que a diario sube la cuesta “hasta 10 veces”, para ir y venir a Usiacurí. 

Gregorio Márquez, de la Fundación Usiacurí Verde, encargada de promover el senderismo en Luriza, explica que la aventura ecológica se hace en su mayoría en cinco senderos principales.

“Sanaware es el primero con 300 metros de extensión; le sigue Arroyo Oscuro con 1 kilometro y medio; Los Helechos, conformado por microcuencas de 300 metros; El Pital con un tamaño similar y Palmitas que tiene un ingreso un poco más complicado por quedar cerca del cuerpo del arroyo Luriza. Está ubicado de oeste a sur y tiene cerca de 4 kilómetros. No tiene salida, por este motivo el retorno se hace por el mismo camino. En estos casos depende mucho del estado físico del visitante”. 

Después de caminar unas cuantas horas sin perder el asombro por la hermosura de la fauna, los riachuelos, las piedras revestidas de liquen, las lianas enormes que cuelgan de los arboles, llegó el momento de volver. Enrique, que caminaba siempre adelante blandeando su machete, dirigió al grupo cuesta arriba donde empezó el recorrido a pie. En la subida de regreso queda casi el último aliento, el sudor salió a borbotones empapando la ropa de los caminantes, mientras el corazón latía desbocado por el esfuerzo. El guía no sintió el camino, para él subir esa cuesta es el pan de cada día. —¿Vuelven a Barranquilla ahora?— preguntó. Alguien responde que sí y el gesto del jornalero es de sorpresa. “No viviría en la ciudad. Le tengo miedo a los accidentes”, concluyó. 

Algunas de las especies, como la morrocoy, que habitan en la reserva. César Bolívar
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