Hace una semana Sophie Méndez cumplió 21 años. Su vestido azul aguamarina y sus tacones rosa pastel le dieron un aire delicado y resplandeciente.
Maquillarse le tomó cerca de hora y media. Frente al espejo delineó sus cejas, se aplicó rímel en las pestañas postizas, acentuó los ángulos de su rostro con contornos, dibujó sus labios con colores claros. Esa noche su cara fue su lienzo, un trabajo concienzudo y detallado que le dejó un resultado satisfactorio: ella brillaba.
Cuando la celebración apenas empezaba, un mensaje le quitó la respiración e hizo que su corazón latiera 'aceleradamente'. Era su madre, y en el mensaje decía: 'Mauricio, mándame una foto'. Ella prefirió apagar su móvil y aplazar revelar su nueva apariencia.
Hace cerca de un año, Sophie empezó su transformación. Un tratamiento con hormonas para hacer transición de hombre a mujer.
En su orientación sexual se define como transgénero. Esto quiere decir que siente una disonancia entre el sexo asignado al nacer y la forma en la que se reconoce (identidad de género).
Llegó a Barranquilla hace tres años, proveniente de Montería, para estudiar Comunicación Social- Periodismo en la Universidad Autónoma del Caribe.
Pisó la ciudad con una maleta llena de sueños y ropa masculina.
Por los pasillos de la universidad era conocido por su nombre de pila, Mauricio Méndez. Usaba tenis, pantalones anchos y camisetas, como un chico cualquiera; sin embargo, una diferencia lo delataba: no le gustaban las mujeres.
Involuntariamente, sus ojos se desviaban hacia los jovencitos. Terminadas las clases, al observar su reflejo, se sentía inconforme con su aspecto. El tamaño de su espalda, su pecho plano, sus brazos gruesos, su cabello corto, su incipiente barba. Un día decidió dar el paso, ser mujer, no solo en su interior, sino también con su apariencia.