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La camisa de flores y la bermuda corta delataban su ser caribe. Las medias hasta la rodilla, una identidad vanguardista que mutó de la seria modernidad. Desde aquel tiempo, cuando apenas tenía 4 años, Álvaro Barrios ha dibujado la realidad que se ha transformado frente a sus ojos. La vigencia de sus obras ha roto las fronteras geográficas para conquistar escenarios internacionales que parecían inalcanzables para un colombiano.

Sus dibujos, collages, fotografías y vidrios pintados han sido exhibidos en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, en el Museo Nacional de Bellas Artes y en el Culturgest Center de Lisboa. Su estilo particular lo ha logrado al 'conservar la perplejidad de la juventud'.

Ya perdió la cuenta de cuándo fue la última vez que expuso en su tierra, Barranquilla, 'la ciudad que más me gusta, la que más quiero, no quiero ser de otra parte'. El X Carnaval de las Artes lo trae de regreso para ser homenajeado. Desde mañana, en el foyer del Teatro Amira de la Rosa, tendrá una instalación de una serigrafía de 60 metros de largo. El artista habló con EL HERALDO sobre esa exhibición, su carrera artística, el Caribe y el Carnaval.

¿Cómo se formó esa sensibilidad estética que lo llevó a pasar de un dibujante a convertirse en el artista que es hoy?

Eso va paralelo con un espíritu investigador que cultivé desde niño. Estudié por mi cuenta la historia y las teorías del arte, lo que me sirvió para el desarrollo de mis obras. Con el tiempo fui ganándome ese título.

Irónicamente, no tengo ningún diploma en artes plásticas, pero no creo en los diplomas. No desanimo a la gente que esté estudiando, solo que la base de un talento no es tener un diploma, no es la garantía de una carrera exitosa.

¿Cómo ha influenciado el contexto caribe en esa formación artística que deriva en sus distintos trabajos?

Yo pensé que mis obras no estaban influenciadas por el Caribe. Pero la vida se encarga de contradecirme. No lo sabía hasta que alguien me hizo caer en cuenta de que toda mi obra de los años 70 está llena de escarcha, piedras de fantasía, elementos usados en los disfraces del Carnaval. Lo que pasa es que, tal vez, esos elementos están en mi subconsciente, por eso están planteados desde un ángulo de sofisticación; entonces, no es tan evidente la influencia. Mis cuadros no le tienen miedo al color, porque no los hice en las montañas de días grises, sino en días llenos de luz, de flores de colores chillones, frente al mar. Me di cuenta de que esa es la representación de mi ser caribe, pero también aprendí que ser caribe no es ser folclórico necesariamente; aunque admiro el folclor, entiendo que es otra ruta, y uno hace lo que siente en su realidad interior.

¿A qué le atribuye el éxito que ha tenido en escenarios internacionales como los circuitos de arte de Nueva York y de Sao Paulo?

A raíz de los avances de las comunicaciones, el mundo ‘descubrió’ lugares que antes se consideraban tercer mundo, injustificadamente, porque las culturas en todas partes son igualmente importantes, solo que son rutas distintas de expresarte. Siempre se pensó que el arte del primer mundo era el válido, que no había talento en otros lugares. Pero el desarrollo material no está ligado al desarrollo cultural ni al espiritual. Los museos y galerías empezaron a fijar su interés en esos sitios que antes no eran tenidos en cuenta.

¿Considera sus obras atemporales, que evolucionan con esos cambios del mundo?

Claro. Las obras envejecen si envejece el autor. Woody Allen hizo una recomendación que yo la tendré en cuenta toda la vida: 'no envejezcas, es muy malo envejecer'. La gente envejece porque quiere, incluso hay unos que nacen viejos. El mundo cambia y uno también debe hacerlo, uno no es estático, inamovible. Pero hay personas que se resisten al cambio y quieren ser siempre iguales, como si fuera una gran cosa. La vida se encarga de que mucha gente se vaya marchitando, y eso es lo que yo llamo la vejez, no tener arrugas, canas o un bastón. Picasso decía: 'se necesitan muchos años para ser joven', y murió de 94. Y Oscar Wilde decía: 'lo único malo de la juventud es que se desperdicia en los jóvenes'.

¿Cómo ve el panorama actual del arte en Barranquilla?

Barranquilla sigue siendo insuficiente desde el punto de vista intelectual. Tiene muchas virtudes, pero también es una ciudad frívola, la gente no se exige mucho, tiene otras prioridades antes que la cultura. Hacer cultura aquí es una proeza de héroes. En el Museo de Arte Moderno, donde soy curador, llevamos 18 años trabajando con las uñas, y solo hasta hoy existen recursos para construir una sede propia. El énfasis cultural de Barranquilla se ha hecho a través del Carnaval, pero solo cuando fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco sucedió eso.

Anteriormente había manifestado que no se consideraba muy carnavalero...

Cuando dije que no era carnavalero me refería a que ya no salgo a ver la Batalla de Flores. No me gusta que me echen maicena, ni me siento en un andén con una botella en la mano. Lo que pasa es que Barranquilla se identificó con el Carnaval como si no hubiera otra forma de manifestación cultural distinta.

Hablando un poco sobre su participación en el Carnaval de las Artes, ¿qué vaticina la pitonisa del cómic que va a presentar?

Mi exposición tiene un recuadro de la tira cómica Dick Tracy, donde este personaje consulta a una pitonisa que le va a dar unos vaticinios acerca del futuro del arte. Fue una serie que hice de dibujos y pinturas, donde la pitonisa usa una obra de Damien Hirst, un artista inglés, que es una calavera de diamantes, la cual yo transformo conceptualmente en una bola de cristal; a través de eso, escoge los 10 artistas perfectamente olvidables o los imprescindibles del arte colombiano y latinoamericano, como hacían los críticos del arte moderno. Así hago una crítica a través de mis cuadros.