
Omar Alonso o el espléndido contrapoder de la pintura figurativa
El universo gráfico del artista plástico barranquillero está atraído por las fuerzas estéticas de lo feo, lo grotesco y lo misterioso. Una mirada a ese retrato místico del ser humano.
El mundo visual del joven artista barranquillero Omar Alonso está constituido fundamentalmente por figuras humanas, tanto femeninas como masculinas, que ocupan con carácter protagónico el espacio de sus cuadros, de sus murales y de sus intervenciones pictóricas urbanas, la mayoría de las veces, incluso, sin ningún elemento de ambientación ni en el fondo ni en ningún otro plano de la obra. Sólo que tales figuras no se hallan en el mismo nivel de realidad en que se encuentra el espectador y por ello resultan desafiantes (e inquietantes) para la imaginación y la sensibilidad de éste.
La última exposición individual de Omar Alonso, que, bajo el título de La esencia del todo, tuvo lugar en la galería de La Aduana, de Barranquilla, a comienzos de este año, incluyó 16 desnudos femeninos, lo que representaba casi el 40% de la muestra, integrada por 42 cuadros distribuidos así: 39 dibujos, a lápiz, a tinta y en técnica mixta, todos de color rojo y sobre papel Fabriano; y tres pinturas en acrílico sobre lienzo.
Son mujeres de diferentes aspectos fisonómicos, jóvenes o relativamente jóvenes todas y en diferentes posturas: yacentes, sentadas y de pie. Todas tienen un tratamiento naturalista que permite ver con detallado verismo sus peculiaridades anatómicas, pero la mayoría acusa la intrusión de elementos fantásticos.
Así, hay algunas de cuyo cuerpo brotan algunas plantas. Y hay otras –seis, con exactitud– cuyos cuerpos están seccionados, ya por la cabeza, ya por el tronco, ya por los brazos, ya por las piernas; algunos de estos cuerpos seccionados también están hibridados con diversas formas vegetales.
Los títulos de las obras orientan nuestra interpretación de este entrevero orgánico entre cuerpos humanos femeninos y plantas. «Una mujer es un jardín» –título asignado a dos piezas– y «Renacer» nos proponen, por ejemplo, ver esta faceta temática como un homenaje a la mujer, ese ser complejo, suave y firme a la vez, variado, armónico y en constante renovación. Pero más allá de esta visión, sus figuras femeninas nos impactan por su extrañeza fantástica, por esa imposible pero feliz combinación física de dos seres de distintos reinos naturales que da como resultado una serie de criaturas mixtas que excitan nuestra imaginación.

Aparte de los desnudos femeninos, la obra de Omar Alonso, y no sólo la que hizo parte de la exposición La esencia del todo, nos ofrece una visión alucinada y transida de situaciones inicuas y escabrosas. La combinación de elementos y rasgos pertenecientes a diversas parcelas de la naturaleza se mantiene, pero ahora los resultados son monstruosos y están dirigidos a fustigar infamias y abusos de tipo social y político.
La hibridación entre humanos y animales, o entre humanos y máquinas, se usa para representar con mayor vigor escenas en que apreciamos estados y circunstancias sociales de opresión, sometimiento, manipulación y control. Unos seres se ven utilizando a otros como ‹Puntos de apoyo› –tal como irónicamente se titula uno de los cuadros–, lo que no es otra cosa que la acción desaprensiva mediante la cual los poderosos pasan por encima de los demás, atropellándolos y humillándolos, para lograr sus mezquinos objetivos. (Por cierto, ese cuadro que se titula «Puntos de apoyo» es uno de los más soberbios de Alonso, y evoca la Reunión de 35 cabezas de expresión, del francés Louis Léopold Boilly).
En otras escenas, las figuras sojuzgadas parecen haber internalizado a tal grado la dominación de que son objeto que ya se les ve autosometiéndose o autosilenciándose, en un actitud pasiva y sumisa de entrega.
Fuera de estas obras de contenido crítico político-social, hay otras que reflejan la profunda soledad de ciertos personajes que parecen condenados a una separación tan sobrenatural como irremediable.

Ahora bien, tal como decía arriba con respecto a los desnudos femeninos, estas obras punzantes y mordaces de Alonso tienen un extraordinario mérito artístico que es independiente de su fuerte intención comunicativa, y que radica en la forma audaz e inspirada en que despliega su capacidad inventiva para proponernos una imaginería fantástica que, por sus características (por favor, que esta razón quede clara, pues no se está planteando una equiparación de valores estéticos), remite a la de artistas como Pieter Brueghel el Viejo, el Bosco, el Goya de Los caprichos y, en menor medida, el surrealismo de Dalí.
Hay dos motivos visuales que, en el conjunto de su obra, y cualesquiera que sean las figuras representadas, constituyen una constante, que bien podría definirse como una marca característica de su estética: los seccionamientos y la desagregación de los cuerpos. Los primeros, que aparecen en número mucho mayor que la segunda, dan lugar a imágenes que, en las figuras masculinas, resultan bizarras, grotescas, terribles, no así en las figuras femeninas, entre las que incluso hay una en que dicho seccionamiento contribuye a la levitación del hermoso cuerpo desnudo (y «Levitación» se titula justamente ese dibujo). Para dar un ejemplo de lo dicho respecto a las figuras masculinas, citemos el dibujo a tinta «Sueño de media noche», en que el busto de un hombre de cara alargada y nariz prominente presenta un corte longitudinal que separa la parte posterior de la cabeza, la nuca y la espalda de sus respectivas secciones opuestas, de modo que el cráneo presenta una amplia abertura por la que sale una enorme cucaracha (la alusión a Kafka es clara).
Otra faceta importante del trabajo de Alonso es la que constituyen sus murales y sus grafitis, mediante los cuales ha hecho intervenciones pictóricas en diversos espacios públicos de Barranquilla. En ellos, en general, podemos apreciar los mismos temas y motivos a los que aquí nos hemos referido. Pero hay que destacar la técnica sin duda llamativa, y poco explorada en nuestro medio, con que él ha elaborado los grafitis: el trampantojo.
Uno de sus trampantojos más interesantes fue el que pintó a mediados de 2018 en la acera oeste de la avenida Murillo, entre las carreras 42 y 43, y que lamentablemente fue borrado por un grupo de grafiteros encolerizados unos seis meses después, a comienzos de 2019. Representaba a un rodiniano pensador que producía la ilusión óptica de hallarse metido en un nicho grande y profundo abierto en el muro. En la parte inferior de éste, a modo de título, figuraba la leyenda: «Afortundamente otros pienzan [sic] por mí». Viendo ahora la fotografía que registra para siempre esta fugaz obra del artista barranquillero, creo advertir una posible contradicción entre la imagen y la leyenda. ¿Cómo puede decir esto alguien que, a todas luces, está por completo concentrado en una larga y ardua reflexión? ¿O es que no debe atribuirse el mensaje escrito a la pensativa figura, sino al espectador? ¿Plantea, pues, el artista que es el espectador de su obra quien suele considerarse afortunado de que, al contrario del magro hombre sentado que tiene delante de los ojos, otros piensen por él? Si esta última interpretación es la correcta, la obra sin duda busca (busca, sí, ya que la fotografía la inscribe en el perenne presente del arte), la obra busca, digo, cuestionar esa negligencia racional del espectador, busca incomodarlo, sacarlo de su confortabilidad mental, hacerle ver que ésta no hace otra cosa que mantenerlo sumido en un estado de vulnerabilidad y de manipulabilidad sociales y políticas, en un estado de ignorancia, como parece subrayarlo el hecho simbólico de que el texto de marras adolezca de una clara falta de conocimiento ortográfico (pone «pienzan» en lugar de «piensan»). La incuria ortográfica, lo sabemos, es un síntoma fehaciente de la incuria ética.
Omar Alonso es un estupendo artista, con una diestra inclinación por el retrato. Su obra, particularmente atraída por las fuerzas estéticas de lo feo, lo grotesco y lo misterioso, representa hoy día parte de la renovación espléndida de la pintura figurativa como contrapoder, ya que es un ejercicio de resistencia, por un lado, a los iniquidades e inequidades del poder político y social establecido y, por otro, a la indigencia creativa (con excepciones) de ese otro poder establecido, al parecer ya desfalleciente, que es el llamado arte contemporáneo.