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Corte transversal de la Colonia mostrando la estratificación social.
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El Dominical | “La violencia es la madre de la historia”: Antonio Caballero

Aunque este escritor ilustre con caricaturas su libro de historia, ni el contenido ni sus reflexiones resultan una broma. Para el autor de ‘Historia de Colombia y sus oligarquías’, España “pagó ya hace cinco siglos” los agravios cometidos a los pueblos originarios de América.  

Antonio Caballero cree que de todas las formas literarias, la más sesgada es la relación histórica. Por eso en su libro Historia de Colombia y sus oligarquías (Crítica), este periodista, caricaturista y escritor colombiano recrea los acontecimientos más atroces y el pasado casi siempre sangriendo de un país cuyo relato «comenzó mal desde que lo conocemos». 

En esta ronda de preguntas y respuestas, Caballero reflexiona y ofrece una mirada crítica sobre las «cuentas pendientes» que, tras cumplirse 500 años del Descubrimiento, son recordadas por muchos en América. Lo hizo el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, cuya petición al rey de España y al papa Francisco nos ha puesto a conversar y revisar esas heridas abiertas. 

El caricaturista, periodista y escritor Antonio Caballero.
P.

¿Cuál cree usted que es la deuda, medio milenio después, de España por lo sucedido durante la Conquista?

R.

La España de hoy no tiene ninguna deuda con América por la Conquista del siglo XVI. Debe responder por otras, eso sí, del siglo XX y del XXI: el costosísimo metro de Medellín, la inexistente energía de Electricaribe, las inconclusas carreteras de Comsa, para hablar solo de las deudas que tiene con Colombia. Y supongo que otras tantas tendrá con el resto de los países de América a los que han entrado a saco sus empresas y sus bancos en los últimos treinta o cuarenta años.  

“Pero por los saqueos y las matanzas de hace cinco siglos España pagó ya hace cinco siglos.

El oro que se llevó de América lo perdió en el juego de sus guerras de Europa. Decía el poeta Quevedo de ese oro: «nace en las Indias honrado,/ viene a morir en España / y es en Génova enterrado».

Lo que se ganó en la guerra se gastó en la guerra: era lo habitual entonces, tanto en el Viejo Mundo como en el Nuevo recién encontrado por los aventureros del Viejo. La conquista, a veces acompañada de genocidio, no la practicaron solo los españoles, sino también los ingleses, los portugueses, los holandeses, los franceses, como antes los árabes y los godos y los romanos, para no salirnos de Europa y de España. Y así se hicieron también aquí los imperios locales: el de los incas y el de los aztecas. Pedir cuentas por todo eso a estas alturas es una ridiculez demagógica. La violencia es la madre de la Historia.

P.

¿Cómo catalogar a los protagonistas de la Conquista? Es decir, ¿hay héroes y villanos, descubridores o invasores, vencidos y vencedores?

R.

Hay de todo. Más que todo, villanos heroicos: gente sin escrúpulos, codiciosa y rapaz, asesina, pero también con asombrosa energía, mucha inteligencia e increíble valor. Eso fueron los grandes conquistadores: Cortés, Pizarro, Quesada, y muchos de los suyos. Y con ellos venían, o vinieron poco después, hombres generosos y tal vez aún más valientes, capaces de criticar y condenar la Conquista misma en la que estaban participando y a sus propios compañeros, como los frailes Montesinos y De las Casas.

¿Vencedores y vencidos? Las dos cosas a la vez. La mayoría de los conquistadores supervivientes (más de la mitad moría en su primer año en las Indias) terminaron arruinados o presos. En cuanto a los aborígenes, los indios, como fueron llamados por el convencimiento de Cristóbal Colón de haber desembarcado en la India, un dato: de los cien millones de aborígenes que había en el continente cuando llegó Colón, un siglo más tarde quedaban solo tres millones.

P.

¿Qué lecturas hace o cómo tratar las distintas versiones de una historia común?

R.

Sumándolas y restándolas, en una especie de suma algebraica. Hay que tomar Las cartas de relación de Hernán Cortés y la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé De las Casas, la recopilación de textos aztecas de Miguel León Portilla titulada La visión de los vencidos. Por otro lado, La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo y Los comentarios reales de Inca Garcilaso de la Vega y Primer nueva corónica y buen gobierno de Guamán Poma de Ayala. Y todo lo demás.

P.

Usted tiene ascendencia española, ¿hay algo por lo cual pediría perdón?

R.

Casi todos en Colombia tenemos en algún grado ascendencia española. Este no es un país mitad indio y mitad blanco, como Bolivia, digamos, sino mayoritariamente mestizo y mulato. Y, por supuesto, España es tal vez el país más mestizo de Europa: mezcolanza de íberos y cartagineses, celtas y romanos y judíos y moros y godos y media docena de invasores más. Yo tengo ascendencia, hasta donde sé, de españoles de distintas ramas y regiones: de Andalucía, de Cantabria, de Extremadura, de Castilla. Y más recientemente de distintas regiones de Colombia: de Bogotá, de Santander, del Cauca, de Boyacá, de la Costa.

“Ya dije que no creo que la España de hoy deba rendir cuentas por lo que hicieron los españoles de hace quinientos años.

En lo que a mí toca, tampoco yo me considero responsable de lo que hicieron mis antepasados.  Pero si así fuera, y sin poder cambiarlas, me arrepentiría de cuatro cosas. Del regalo que en 1893 arbitrariamente le hizo a la reina de España mi bisabuelo el presidente Carlos Holguín del «tesoro de los quimbayas», la colección de objetos de orfebrería que hoy se exhibe en el Museo de América de Madrid. De la fundación en 1849 del nefasto partido conservador colombiano por mi tatarabuelo el poeta José Eusebio Caro. Del engaño a que indujo mi remoto tío el arzobispo-virrey Antonio Caballero y Góngora a los comuneros rebeldes en las «Capitulaciones» de Zipaquirá, en 1781. Y en cuarto lugar, o cronológicamente en primero, de las ferocidades sin cuento cometidas contra indios y españoles por igual por mi aún más improbable y remotísimo pariente el conquistador Pedrarias Dávila, el apodado «Furor Domini»,  o Ira de Dios, en el Darién de principios del siglo XVI.

Pero insisto: ninguna de esas cuatro culpas es mía.

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