El Heraldo
Editorial

La culpa no es del tiburón

La Corporación para el Desarrollo Sostenible del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina intenta reubicar en un lugar seguro a dos escualos a raíz de la cacería que han emprendido nativos de la isla.

La muerte de un turista italiano, de 56 años, a causa de las heridas que le provocó el ataque de un tiburón tigre cuando nadaba en un área protegida es, sin duda, algo doloroso y lamentable en San Andrés. Una situación que nadie desea que suceda. 

Sin embargo, todo lo que ha acontecido posteriormente en las cristalinas aguas de la isla raya en lo más bárbaro, cruel e ignorante de los que se supone somos la especie racional de la tierra. Las autoridades no pueden estar más preocupadas. Un grupo de hombres –¡para la sorpresa  de todos!– ha creado bloques de búsqueda para cazar a estos escualos que, por lo general, no son vistos en las costas de San Andrés y de los que casi no se tienen registros de ataques a humanos. Y sí los hay, obedecen a mordidas producidas por la sensación de amenaza que los embarga. Al fin y el cabo ellos son los nativos y nosotros la población invasora.

La Armada, en su momento, alcanzó a evitar el derramamiento de sangre de dos tiburones en el popular sector de La Piscinita; sin embargo, horas más tarde se conocieron las fotos de la muerte de un tiburón nodriza, una especie que –según Coralina– no representa ningún peligro ya que solo se alimenta de invertebrados y peces muy pequeños.

El mal chiste no paró ahí. La cacería a los tiburones en San Andrés se ha vuelto tan grave, al menos de manera extraoficial, porque las autoridades locales poco y nada se pronuncian sobre esto, que Coralina decidió emprender una serie de maniobras de captura y reubicación de los dos tiburones tigrillo a un lugar distante de la Reserva de Biosfera Seaflower, con el fin de alejarlos de la costa para que “dejen de representar un potencial peligro para lugareños y visitantes”.

Sí, por más que parezca escandaloso es así: a los escualos que habitan en el Mar Caribe les están poniendo límites en su propio hogar porque los humanos,  por razones que aún se desconocen, salieron a cobrar venganza con cuanta especie que tenga aleta les aparezca, sin importar que la cacería de esta especie protegida está tipificada como delito ambiental, en el que las penas van desde multas hasta prisión preventiva de la libertad.

La dureza de las medidas tiene su razón científica: los tiburones ayudan a mantener la salud de sus hábitats, incluidos los lechos de algas y arrecifes corales, por lo que la muerte de esta especie puede producir devastadores efectos en cascada negativos en todo el ecosistema marino.     

Todo lo anterior no se puede tomar a la ligera ni puede quedar engavetado una vez pierda efervescencia el tema. El tema es de fondo e incluye a todos los actores del país: nativos, autoridades locales, ambientales y nacionales. Es necesario volver a hablar y dejar en claro hasta dónde están nuestros límites en la tierra y qué se está haciendo para que todos los tengamos claros.

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