A ratos se nos olvida que la Covid-19 sigue ahí. Eufóricos, tras volver a disfrutar de la incomparable pasión garantizada por el vibrante juego de la Selección Colombia, a muchos ciudadanos en Barranquilla, que acudieron a ver el partido ante Venezuela en sitios públicos, se les vio muy confiados al punto de relajar por completo sus medidas de prevención: cero distanciamiento social ni tapaboca a la hora de festejar.

Valdría la pena que hoy, cuando los muchachos vuelven a saltar a la cancha – esta vez ante Chile – los hinchas sepan que sin autocuidado existe un altísimo riesgo de contagio asociado a este tipo de aglomeraciones sociales.

El coronavirus no entiende de emoción por el tricolor nacional. Por el contrario, mientras una persona más levanta su voz, grita, canta, estornuda o tose las gotitas con el virus, que salen de su boca o nariz, si se encuentra infectada, lograrán un mayor alcance a su alrededor incrementando los factores de propagación de la Covid-19.

Otro escenario de difícil control son las celebraciones con decenas de personas en espacios reducidos, donde se presenta un elevado consumo de licor. ¡Es como si para ellos la pandemia ya no existiera! Mala cosa porque el asunto va para largo. Desconocerlo es un error que se paga muy caro. Las Caravanas por la Seguridad de la Alcaldía de Barranquilla y la Policía Metropolitana ‘apagaron’ 150 fiestas en la noche del viernes, inicio del puente festivo, durante el partido, principalmente en las localidades Suroccidente y Suroriente. Además cerraron 17 establecimientos comerciales, impusieron 152 comparendos y trasladaron a 51 personas a la Unidad de Servicios Especializados, UCJ.

En el cierre de la semana de receso, en las playas de Salgar, el Country, Miramar y Pradomar más de lo mismo. Aglomeraciones de ciudadanos pasándose por la faja las normas de bioseguridad en las narices de funcionarios incapaces de manejar el gentío que se ubica cómo quiere y dónde puede en quioscos sin guardar el espacio debido. Nadie vigila los puntos de acceso o desinfección ni mucho menos el consumo de alcohol. Las autoridades de Puerto Colombia dijeron que mantuvieron el control, pero las aglomeraciones hablaron por sí solas.

Es imposible ubicar un policía al lado de cada ciudadano en un estadero, una playa o en el interior de una vivienda durante reuniones familiares o con amigos, donde está demostrado que las personas se relajan mucho más en el uso adecuado del tapaboca o en el seguimiento de las medidas de prevención al interactuar con conocidos, según han podido establecer investigaciones en salud pública. Una falsa sensación de seguridad que dificulta el control de la pandemia.

Pasan los meses, y a pesar de lo mucho que ha costado salir avante, seguimos dando vueltas en el mismo punto, reiterando el llamado a la responsabilidad, a la solidaridad ciudadana para evitar contagiar y ser contagiado. No hay de otra ante la tozudez de tantos inconscientes. Antes de que sea demasiado tarde hay que insistir en el enorme riesgo que se corre cuando existe una alta concurrencia de personas en público o en privado, es decir, una aglomeración: esa debe ser una de las mayores preocupaciones ahora cuando se avecina la parte final de un año aciago que debería finalizar sin causar más dolor.

Nos cuesta entender que la vida no puede ser como antes de la aparición del virus, y eso desconcierta, pero nadie debe bajar la guardia. Hay que asumir, de una vez por todas, que la curva solo se aplana con sacrificios y renunciando a la búsqueda del placer individual a cambio del bienestar colectivo para continuar superando el desafío de seguir sanos.