Barranquilla cerró el último trimestre de 2022 con una tasa de desempleo de 10,4 %. Se trata, sin duda, del mejor dato del año anterior, que demostró cómo la ciudad fue capaz de crear puestos de trabajo en unos meses ciertamente difíciles en los que empezaron a ser más evidentes los efectos de presiones inflacionarias, decisiones de política monetaria como la subida en las tasas de interés, la caída del consumo o la ralentización de la dinámica de sectores cruciales como el comercio o la vivienda. Hechos incontestables demostrativos de lo que se esperaba e incluso buscaba: la desaceleración de la economía que se intensificará en este desafiante 2023, en el que se pronostica un crecimiento bastante austero, por no decir pírrico, de 0,2 %. En paralelo, se anticipa una inflación aún elevada que podría llegar, según las propias proyecciones del Banco de la República, al 8,7 %. Escenario de baja expansión que pondrá en duros aprietos, todavía más, a hogares, empresas e industrias por razones sencillas de entender o, mejor, padecer.
Resiste el empleo en Barranquilla con 595 mil ocupados en el cierre de 2022, 42 mil más que en el mismo periodo de 2021. Mientras que la ciudad redujo de 81 mil a 69 mil las personas sin trabajo. Aún son muchos en una capital con 1,2 millones de habitantes. Claramente, encaramos una cifra escandalosa que exige renovados esfuerzos entre los sectores público y privado para reducirla todo lo que sea posible. Sin embargo, ante un entorno tan difícil como el que atravesamos no solo en Atlántico, sino en toda Colombia, y, si me lo permiten, en el contexto global, el reto del Distrito y, en especial, de sus secretarías de Desarrollo Económico y Planeación tiene que ser concentrarse en cómo contrarrestar, con todas las herramientas que tengan a la mano, los predecibles embates que un crecimiento tan débil, sumado a otros imponderables, provoquen en la estabilidad laboral de los ciudadanos. Situación que nadie desea, eso está claro.
No se trata de ser ave de mal agüero, faltaría más. Solo conviene revisar datos que anticipan dificultades y contrastarlos con las estimaciones críticas de analistas económicos o centros de pensamiento, para salirles al paso a circunstancias de las que no escaparán ni las economías más robustas del planeta. La Alcaldía de Barranquilla, como el Gobierno de Colombia, debe curarse en salud ante condiciones financieras menos holgadas, costos de financiación y prima de riesgos elevados o signos de desaceleración entre sus principales socios comerciales. Como se diría coloquialmente, el palo no está para cucharas. Misma precaución aplica también para los que usan con excesiva presteza su tarjeta de crédito. Les corresponde valorar que la tasa de usura para febrero se trepó a la estratosférica cifra de 45,27 %, lo que eleva el costo del dinero a niveles impagables. Para comparar, en enero de 2021 era de 25,98 %. Cada quien decidirá qué hacer, aunque muchos no tienen más opciones que fondearse cada mes usando el plástico para avances.
Sin caer en el entusiasmo complaciente, Barranquilla exhibe indicadores positivos en los sectores de turismo, actividades artísticas, entretenimiento, manufacturas, alojamientos, servicios de comida o el inmobiliario. Con más o menos matices, los datos confirman su crecimiento. Casi 23 mil extranjeros nos visitaron solo en diciembre. Insistir en su fortalecimiento para crear empleo de calidad, con valor añadido y bien remunerado es determinante. Volver a un dígito en la tasa de desempleo, como antes de la pandemia, debe ser un propósito indeclinable. Al igual que reducir la endémica brecha de género e impulsar el empleo juvenil, sin olvidar el combate de uno de nuestros peores lastres para crecer: la informalidad que enmascara la precariedad del mercado laboral. Ante visiones apocalípticas o cantos de sirena sobre un futuro tan incierto, pragmatismo, además de cautela, porque ya no tenemos cómo dar marcha atrás.