Las negociaciones de paz en La Habana dieron ayer un salto cualitativo con la aprobación de una declaración de principios sobre víctimas, cuyo aspecto más destacado es que las Farc reconocen por primera vez a sus víctimas en el conflicto.
La noticia llega a solo ocho días de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales y con un escenario complicado para las ambiciones reeleccionistas de Juan Manuel Santos. En ese contexto, no sorprende que el candidato-presidente intentara ayer sacar pecho con el alcance del acuerdo de La Habana, y que su rival, Óscar Iván Zuluaga, acusara a Santos de apoyarse en la guerrilla para lograr objetivos electorales.
Al margen de las derivaciones que tenga este asunto en la batalla política inmediata, el documento suscrito ayer, sin duda de gran trascendencia, merece algunas observaciones. La primera es que, en efecto, se trata de la primera vez que las Farc admiten de manera expresa la obviedad de que han causado víctimas.
Por supuesto que no hay que estallar en júbilo porque un grupo armado ilegal, que tanto daño ha ocasionado al país, reconozca una parte del mal causado, como lo son sus víctimas directas. Es lo mínimo que el Estado puede esperar de aquellos a quienes está ofreciendo la oportunidad de reinsertarse a la legalidad. Pero no por ello hay que negar que el paso dado por las Farc constituye una novedad interesante en el camino hacia la paz.
Ahora bien, las declaraciones posteriores del jefe de la delegación negociadora de las Farc, Iván Márquez, dan una idea de la senda tortuosa que aún habrá que recorrer para clarificar el capítulo de la víctimas. El líder guerrillero reconoció que existen víctimas “del conflicto armado y los errores de la guerra”, pero señaló como máximo responsable al Estado por sus “políticas sociales y económicas”. Habrá, pues, que esperar el momento de la negociación de este punto para saber qué entiende la guerrilla por víctimas y hasta dónde asumirá su propia responsabilidad en la historia sangrienta del país.
Otro aspecto relevante del acuerdo es la inclusión de las víctimas en las conversaciones. La complejidad en este punto será seleccionar la delegación que hablará en nombre de todos los damnificados, ya que el colectivo de las víctimas es heterogéneo y tiene puntos de vista diversos –a veces enfrentados– acerca de las causas, los responsables y las dimensiones de la violencia.
Y, si no son suficientes tantas complicaciones, está el tema de la verdad. Los expertos en procesos transicionales señalan la verdad como uno de los tres ejes de la superación de conflictos, junto a la justicia y reparación. Pero muy rara vez las sociedades logran un relato único de los hechos, salvo en casos en que el causante del mal es claramente identificable y ha sido aplastado, como Hitler en Alemania. En España, donde Franco ganó la Guerra Civil y se mantuvo casi cuatro décadas en el poder, ha sido imposible acordar una historia común aceptada por todos los ciudadanos.
Ese esfuerzo será mucho más arduo en el caso colombiano, donde no ha habido un único ‘malo’ identificado colectivamente como tal, sino una vieja y difusa espiral de violencia en la que todas las partes encuentran justificaciones a su conducta. En suma: el proceso de paz avanza... y los interrogantes se acumulan.