Una era con balón y otra con bola de trapo....
“¿Quién inventó la bola de trapo para jugar fútbol?”, nos espeta en una panadería uno de esos ‘amigos’ que uno se gana a través de este oficio de pergeñar crónicas deportivas de mucho tiempo atras.
Si nos hubiera cogido en el momento con el genio revuelto le habríamos dicho que no tenemos un pelo de consultor deportivo, pero estábamos dispuestos a la cordialidad y solo atinamos a contestarle, “no lo sé, pero bastante que la jugué en mi añorada infancia”, le respondimos al desconocido, pero cordial interlocutor.
¡Ah, la querida bola de trapo! ¿Qué barranquillero de viejos tiempos no la jugó a mañana o tarde en su barrio respectivo? Vamos a destilar un poco de vanidad de aquellos tiempos, para hoy contar que este columnista era el Messi entre aquellos ‘pelaos’, porque de veras que se desempeñaba como un endiablado dribleador con aquella bola de medias viejas o rotas y hasta calzoncillos de mayores.
Una vez le contábamos a los hijos adolescentes eso, que éramos mejores que el resto de compañeritos de fútbol callejero y al verles una sonrisita medio burlona por aquello que le decíamos, les ofrecimos una prueba, contándoles que a la hora de elegirse la formación con una moneda al aire, el que ganaba y por ende podía escoger de primero, de inmediato decía: “Me cojo a Chelo”.
Indefectiblemente nos escogía. Luego venían Gonzalo González, Carlin Nieto Carroll, Marco Rosillo y resto de jugadores. Pero así como contamos esa parte tan positiva de nuestros juegos infantiles y hasta adolescentes, también tenemos que señalar honestamente la otra cara de la moneda, es decir, la que lejos de favorecernos nos causó una tremenda decepción.
Ya en el colegio de Barranquilla, éste contrató como instructor de fútbol a un hermano de Lucho González Rubio, estrella del fútbol. De inmediato cuando él comenzó a organizar clubes por cursos, los condiscípulos del primer año de bachillerato y compañeros de barrio le decían que al primero que tenía que escoger era a este columnista.
Y vamos que el instructor nos puso a jugar por primera vez con el balón no con bola de trapo, y en aquel patio tan espacioso que tenía el Colegio, no la calle Santander. Y nos llevamos la desilusión más tremenda. Una cosa era jugar con bola de trapo y otra muy distinta con balón de fútbol, como también jugar siempre en una calle, cuando se combinaba hasta con el sardinel, y otra tan diferente en el manejo del balón. Iba a hacer un pase y éste quedaba corto; iba a driblear en corto y el balón no rodaba.
Total de los totales: fracaso absoluto. En el descanso del primer tiempo no esperamos que el instructor nos sacara, porque nos fuimos de allí, para no tocar un balón por el resto de esta larga vida que tenemos.
Por: Chelo De Castro