En uno de mis más recientes seminarios para entrenadores me preguntaron qué era ser un buen futbolista. Le di nombres propios, que quizá es la mejor forma de explicarlo. Pero me insistieron en definirlo a través de algunas características.
Les respondí lo siguiente: un buen jugador de fútbol es alguien que, en principio, posee unas destrezas motoras que le permiten dominar acertadamente el balón con las diferentes superficies de contacto del cuerpo que el reglamento autoriza. Alguien que es capaz de ejecutar correctamente los fundamentos técnicos del juego: control, conducción, pase y remate. Condiciones técnicas.
También es alguien que logra percibir las distintas dificultades que el partido plantea, las analiza para saber qué solución le viene mejor; si jugar en corto o en largo, si es pase o gambeta, si hacer pausa o acelerar. Luego decidirse por una de ellas y por último ejecutarla a través de un buen gesto técnico. Todo eso procesado en fracciones de segundo, desde el cerebro hasta los pies, en un reducido espacio y con adversarios que se oponen e intentan frustrar el feliz desenlace de la jugada.
Un buen futbolista es alguien que entiende y acepta del juego su condición de deporte colectivo. Por lo tanto debe conocer los movimientos grupales, defensivos y ofensivos, con y sin balón, para que a través de sus características personales, coadyuve a que el equipo funcione como tal. Él debe saber que jugar, ciertamente, es sinónimo de libertad, pero que jugar en equipo es sinónimo de responsabilidad. Inteligencia táctica.
Un buen jugador de fútbol es alguien que, además, entrega rendimiento. El cual está relacionado en un alto porcentaje con su función primera dentro del campo.
Así, por ejemplo, el arquero rendirá cuentas por el número de goles evitados o encajados. El delantero por las opciones de gol generadas y convertidas. El defensor por los quites, las coberturas, los cierres oportunos. Claro es, entonces, que para ser considerado realmente bueno, no basta con las condiciones que traiga incorporadas el jugador, si no es capaz de traducirlas en un aporte útil para los propósitos de su equipo; en rendimiento.
Y por último, el buen jugador necesitará, para una eficaz puesta en escena de sus condiciones estrictamente futbolísticas, el acompañamiento y el apoyo de una buena preparación física y de un fuerte carácter.
Por Javier Castell López