La declaratoria de pandemia por SARS-CoV-2 de la Organización Mundial de la Salud está próxima a cumplir los 16 meses. La cifra mundial de casos diagnosticados de la covid-19 se acerca a los 200 millones, y en un par de días lamentablemente se espera se superen las cuatro millones de personas fallecidas por esta causa.

Con el avance global de la inmunización ya se evidencia que el número de enfermos nuevos por día, y las muertes en grupos de riesgo, empiezan a estabilizarse y en algunos territorios, incluso a disminuir por debajo de los niveles considerados como críticos para las declaratorias de emergencias de salud pública.

Después de haber vivido recientemente, tal vez, las semanas más duras de la pandemia en Colombia, el avance del Plan Nacional de Vacunación nos hace mirar con prudente optimismo el futuro mediato. Cada vez vemos más cerca el anhelado regreso a la anterior normalidad y con ello la aparición de nuevos retos, entre ellos: ponernos muy rápidamente al día en las atenciones pendientes en salud y retomar de manera segura la presencialidad educativa.

Un ejemplo de los retos en salud que como país enfrentaremos al regresar a la normalidad fue citado por el director de la OMS haciendo referencia a la tuberculosis: “Durante los primeros 12 meses de la declaratoria de pandemia, en 84 países se redujeron las atenciones por esta enfermedad en aproximadamente un 21%”, lo que se traduce en menos diagnósticos. Los datos preliminares reportados para el año 2020 en Colombia por el Instituto Nacional de Salud en su boletín epidemiológico de la semana 11 de este año, muestran una disminución similar a la reportada a nivel global. Lo que en principio (menos enfermos) puede ser interpretado como un logro, debe llamar la atención de los entes gubernamentales para intensificar la búsqueda activa de casos y de sus contactos, pues todos sabemos que la fuerza laboral de los equipos de salud estuvo concentrada en la atención de la emergencia pandémica. Necesitamos confirmar que el descenso reportado se explica por intervenciones exitosas y no por actividades pendientes.

En educación el desafío no es menor. Más de 100 millones de niños siguen en América Latina sin ir a las escuelas (incluidos los servicios de primera infancia) por las condiciones epidemiológicas que enfrentan en sus comunidades con la covid-19. Si bien, instituciones, docentes, familias y estudiantes han hecho su mejor esfuerzo para continuar desde la virtualidad, ya hay suficiente evidencia que la calidad del aprendizaje y la necesaria socialización escolar han sufrido.

En nuestro país la posición gubernamental para el retorno seguro e inmediato aún no logra conciliarse plenamente con algunos grupos de educadores y actores del sistema. Si el regreso a la presencialidad se sigue dilatando, los logros colectivos en cobertura y calidad que se habían alcanzado se pueden perder muy rápidamente. A nivel individual las cicatrices en el neurodesarrollo de estos jóvenes “aislados” pueden disminuir sus oportunidades en la vida.

Todas las instituciones educativas de nuestra geografía deben poder cumplir los protocolos de bioseguridad garantizando con ello un regreso a las aulas de manera segura. Lo anterior evitará el impacto diferencial que acabaría generando aún más desigualdad entre la infancia rica y la pobre de nuestro país.