Creo no equivocarme al afirmar que el orgullo que habitantes de una región sienten por sus íconos materiales e inmateriales o por coterráneos distinguidos, son ingredientes indispensables para exaltar el autoestima y el sentido de pertenencia por el terruño que los vio nacer o donde muchos “han echado raíces”.
Por razones cuya explicación dejo a especialistas, la ciudad padeció en recientes épocas la indolencia de muchos de sus dirigentes, quienes en las últimas décadas se dedicaron de manera activa a otros menesteres, muchos de ellos “non sanctos”.
La desidia por valorar poco lo nuestro debe ser erradicada, para dar paso al por mucho tiempo dormido sentido de pertenencia por la ciudad, con acciones entre las que se destacan: la renovación de parques, la remodelación y creación de nuevos espacios deportivos, lograr que la capital del Atlántico mire al río y al mar Caribe, mostrar el Carnaval de Barranquilla como herencia de la humanidad y ojalá muchas más iniciativas que cambien el talante a La Arenosa y pase a ser una urbe progresista y optimista.
El evento del que la ciudad fue anfitriona, destaca su gran potencial para generar cambios en lo social, lo económico y lo deportivo. Infundir un comportamiento que exalte cualidades como compañerismo, cortesía y respeto ha sido desde las épocas de las Olimpiadas griegas, la razón de ser de los deportes, gestas que permitían descargar educadamente los vestigios del salvaje que llevamos dormido en nuestro hipotálamo.
La responsabilidad y el sentido de pertenencia nos han dejado una mejor infraestructura urbana, experiencia para organizar grandes eventos, fortalecimiento de la marca ciudad a nivel nacional e internacional y el orgullo renovado de los barranquilleros. El empuje y civismo que nos había convertido en modelo nacional y por el que merecimos el título de ‘Puerta de Oro de Colombia’, debe ayudar a recuperar esa imagen para que el olvido no sea parte de esa herencia.
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