
El ‘importaculismo’ como cultura
Los barranquilleros, otrora ejemplo de civismo y caballerosidad hoy estamos demostrando al país que cambiamos nuestra perspectiva ciudadana por el mortal ‘importaculismo’, que no es otra cosa que la expresión del cambio poderoso que ha sufrido nuestra sociedad en nuestras propias narices y sin que parezca molestar o preocupar a quienes detentan el poder en cualquiera de sus formas. Ni desde la fuerza de los gremios ni desde el calabazo político ni de las llamadas organizaciones civiles se escucha una voz —clara y con autoridad— que clame por la imposición de la Cultura Ciudadana como fórmula básica y única de modificar los comportamientos antisociales que han arruinado esa bella fama que teníamos de ser ciudadanos plenos.
Tal es el desmaño que solo este periódico está desarrollando una campaña de ciudadanía activa y responsable: ‘Ciudadanos de honor’.
No conozco ninguna otra actividad de este tipo, masiva y permanente, que desarrolle ese tipo de programas y otros intentos como “¿Cómo conduzco?” que vemos en la parte trasera de buses y taxis, es una monería de burla: buseteros y taxistas hacen lo que les viene en gana, estacionan donde quieren, los paraderos son sombrillas para los deshidratados porque ahí solo se detienen los vehículos de Transmetro: los alimentadores y demás transporte público paran donde el usuario pide y recogen pasajeros hasta tres y cuatro veces en una misma cuadra. No les importa crear trancón ni impedir a otros su camino franco: llame usted al número de teléfono que la mayoría exhibe y jamás recibe respuesta.
El exceso de taxis circulando —mayor a lo que los usuarios necesitan— ha llevado a la instauración del ‘colectivo’: taxis que sin autorización se transforman en carrito por puestos, como en Venezuela y Dominicana, que recorren la 72 y la 76 a 20 kilómetros por hora y en actitud de cazadores de presuntos pasajeros: no es más que el conductor intuya, sospeche o presienta que la persona parada al borde del andén los está esperando para que hagan verdaderos horrores con tal de quedarle al frente: no importa que otros conductores tengan que frenar en seco, dar cabrillazos para no subirse encima del taxi o arrollar a los que cruzan las calles por donde les suena, gran contribución de los peatones, para quienes las cebras y los semáforos son adornos de la movilidad que nada tienen que ver con ellos: demasiado trabajo caminar media cuadra para cruzar en seguridad.
Y luego entramos los particulares: parece que nos herniamos si estacionamos en lugar autorizado y hacemos diligencias a pie; sí, necesitamos descender en la mera puerta del establecimiento comercial o residencia particular, aunque para ello sea necesario causar desvío y nudo gordiano en la movilidad general. La lectura es fácil: me importa “uncu” lo que los demás aguanten siempre que yo logre satisfacer mi deseo. Los peores son los choferes de particulares en cuatropuertas: actúan como guardaespaldas en el entendido de que la seguridad y confort de sus empleadores está por encima de cualquier otra noción de ciudad. Y todos clamando por más policías en la calle, sin hacer el mínimo debido y obligatorio para que fluya el tráfico. ¡Pobres policías!
losalcas@hotmail.com
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