Cuando las comunicaciones no estaban tan adelantadas como ahora, muchas empresas llegaban directamente a sus clientes por medio de agentes viajeros que recorrían el país, tomando personalmente los pedidos. Una zona importante era la del Magdalena, Cesar y La Guajira, donde los viajeros visitaban hasta las más recónditas y pequeñas poblaciones, llevando además del muestrario, su hamaca, ya que como en muchos de esos pueblos no había hoteles, se alojaban en casa del cliente mas íntimo y colgaban su hamaca en una habitación, en los corredores de la casa o en el patio, bajo una bonga o un palo de mango. Su permanencia en cada pueblo era prolongada, pues después de tomar el pedido, hacían vida social bautizándole el pelao al cliente o apadrinando a una pareja de novios. Así, cada correría duraba dos meses o más, al cabo de los cuales regresaban a Barranquilla trayendo los pedidos que no podían enviar por correo, por lo deficiente de este en los pueblos, y venían cargando bolsas de papel, de aquellas de manigueta, con aguacates de la Sierra, pastas de mango de las Goenaga de Santa Marta y queques de Valledupar, para los empleados de la empresa. Ah, y un sinsonte, en una jaula de cuadrito, regalo del cliente guajiro para el gerente. Por la hermandad que había entre viajeros y clientes, ya que todos eran compadres, muchos les compraban por pura amistad y así era muy difícil para la competencia entrar a estas poblaciones, donde los clientes estaban prácticamente escriturados a determinado viajero. ¿No sería esta una mejor estrategia de ventas, que las sofisticadas y agresivas que emplean ahora ciertas empresas?


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