
Día de la Madre
La tarde que Diane Després estrella su auto, su hijo incendia la cafetería de la escuela. Viuda desde muy temprano, a ella todo le sale tan mal que, incluso, al regresar caminando del supermercado las bolsas se le rompen –como por brujería– y los víveres se desparraman por la calle. Pero, de lejos, su mayor problema es Steve, su hijo adolescente, a quien ha decidido educar en lugar de internarlo en un psiquiátrico pues sufre de “trastorno de oposición desafiante”.
Estos personajes de Mommy nacieron en la mente de Xavier Dolan, un cineasta canadiense de escasos 26 años, cuyo trabajo, por lo provocador, suele estremecer las butacas. Así sucedió con su ópera prima, Yo maté a mi madre, que escribió y dirigió con tan sólo veinte años. A esa edad, hizo levantar a todos los que la vieron en su estreno en el Festival de Cannes: ocho minutos de aplausos duró la ovación.
Desde entonces, su trabajo visual es magnífico –en Mommy la pantalla se estrecha o amplia según la necesidad de la historia. Aunque sus diálogos carecen de madurez, son efectivos. Por su soberbia juventud, Dolan es en extremo narcisista. El uso recurrente de la música e iconografía contemporánea en sus películas sugieren un entorno banal, pero siempre sorprende por su profundidad emocional. La madre es su obsesión.
Mommy cuenta la historia de un chico educado por dos mujeres: la madre biológica –malgeniada e inestable, que hace las veces de ‘padre soltero’-, con quien Steve vive en constante conflicto; y su vecina, de carácter opuesto, una mujer sola a pesar de estar acompañada de su propia familia quien, desde su llegada a casa de los Després, genera en el muchacho una mezcla de amor y obediente respeto, ese sentimiento que suele generar una madre.
Gracias a la solidez del personaje y a la magnífica actuación de quien lo interpreta, al final de la cinta el espectador sólo tiene dos opciones con el chico: amarlo o repudiarlo hasta el deseo de su muerte. La madre, en cambio, deja un sentimiento de compasión y desasosiego. A pesar de todo lo que enfrenta, no hay en ella resignación (o al menos no esa resignación trágica de quien carga como una cruz el sufrimiento por su hijo): hasta el final, sigue en pie con una esperanza que incomoda. Hasta que no puede soportar tanta carga y se desborona: ¿hasta dónde es capaz de amar una madre?
La madre es también el eje central de la literatura del chileno Pablo Simonetti. En 2004 logró reconocimiento allende sus fronteras con Madre que estás en los cielos y ahora repite protagonismo en su sexta novela, Jardín, una pieza tan delicada como conmovedora que cuenta la historia de una mujer ante la decisión de vender la casa en la que crecieron sus tres hijos, lo cual implica abandonar su hermoso jardín. ¿Cómo dejar atrás esas raíces que arraigaron al tiempo la identidad de su familia? Al final de Jardín la madre deja todo por complacer a dos de sus hijos, lo cual agrieta la relación con el tercero: igual que con Diane Deprés, en lugar de resolverse, los problemas se enfatizan.
Dos miradas sobre el tema que se celebra este domingo: lo difícil que es ser madre. Lo que ella haga repercute, para bien o para mal, en sus hijos.
@sanchezbaute
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