El Heraldo

De lo variable...

Como una ley natural, como migran cigüeñuelas y chorlitos, como florecen los robles y se desvisten las ceibas, llegó una vez más diciembre. Las cosas vienen y van, todo cambia de repente. Con la llegada de las brisas una turba de emociones reaparece, y el mundo, para quienes asociamos la esperanza con la línea inquebrantable que nos traza el Mar Caribe, toma  carácter idílico; comenzamos a evacuar las ponzoñas de la vida cotidiana, demandamos y otorgamos el perdón y excedemos esa dote paliativa que por gracia nos protege: el olvido. ¿Quién quiere, por estos tiempos, acordarse de desastres naturales o prácticas contranaturales? ¿Quién quiere hablar de fracasos o de ocasos, de secuelas o de espuelas, de congresistas o carteristas, de atrabiliarios o totalitarios?

¿Quién quiere saber de cuotas o bancarrotas, de parlamentarios o dinosaurios, de adulterios o climaterios? Muy pocos. Por este lado del país, señalado injustamente de entregarse en demasía a los placeres de la vida terrenal, nadie quiere oír de dramas ni de tramas, porque en nombre del goce monumental que causa diciembre, ya cambiamos los velorios por jolgorios y la sevicia por pernicia, y solo queremos echarnos en la arena tibiecita de una playa, a mirar, como dijo el poeta Rojas Herazo, “las hormigas royendo un zapato/mientras los saltamontes/fabrican, élitro por élitro,/el zumbido del día”. Nos entregamos al placer de la más preciosa herencia caribe, la vida contemplativa.
No es el mismo diciembre el que se vive en Bogotá, por lo menos hasta ahora. Bajo un cielo que quizá determinó el carácter borrascoso de la gente del altiplano, campea un celaje de pelotera. Se ventila una corriente de contienda por la decisión de la Procuraduría de destituir e inhabilitar por 15 años al alcalde.

En las calles de la fría capital la celebridad vacila entre las figuras del Niño Jesús, Gustavo Petro y el doctrinario procurador Alejandro Ordóñez. Nada más contradictorio en una sociedad que presume de creyente y practicante, ni más representativo de la sucia maquinaria que mueve la política nacional.

Lo cierto es que, en un país donde la ley no ha garantizado exterminar la corrupción ni ha logrado combatir la impunidad, la aplicación de la misma es como pisar un hormiguero. En ese bache podrido donde anida el curubito que se lucra del poder es donde ha puesto la bota el procurador insistentemente, asumiendo que su criterio es más diáfano y visionario que el de todos los colombianos.

Pero el tiro le salió por la culata; la entusiasta reacción a favor de Petro es el repudio a una decisión motivada por intereses políticos, y respaldada por una figura que resultó fiel exponente de las ideas de la derecha fascista. Aún así, ya está claro que en Colombia la opinión y los arbitrajes de la política son variables, van y vienen como leyes naturales, como florecen los robles y se desvisten las ceibas; por tanto, quienes tenemos afán de una Colombia distinta no podemos permitir que en el éxtasis de diciembre el olvido haga olvidar que todos ellos, también el alcalde Petro, se criaron en el corazón del mismo hormiguero.

berthicaramos@gmail.com

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