Cuando en 1918 terminó la Primera Guerra Mundial el mundo vivía muy desconectado en los que años después se conocería como la ciencia de la Geopolítica. El sistema Morse apenas descubría su eficiencia en las comunicaciones inalámbricas y los líderes del planeta para reunirse debían navegar muchas veces semanas en barcos de altamar.
El avance de las tecnologías principalmente en el transporte y las comunicaciones le fue cambiando el semblante al mundo. Después de haber experimentado la creación de la Liga de las Naciones en dos décadas atrás, al culminar con el triunfo aliado de la Segunda Guerra Mundial nació la Organización de las Naciones Unidas con sus diferentes satélites, divisiones o departamentos o secciones, que esparcidos por el mundo transformaron a favor la integración de todas las naciones asociadas y así, empezó a gestarse lo que se tramita en la actualidad con éxito como el concepto teórico-práctico de la globalización.
Estas entidades, la ONU, después la OEA, dieron vida directa o indirectamente a satélites o “hijos” legítimos como la Otan, la Unesco, la Corte Internacional de Justicia, la Cepal muy acertada por cierto donde influyó bastante nuestro expresidente Lleras Restrepo, y más recientemente, entre otros CIDH, Comisión Internacional de Derechos Humanos. Todos ellos iniciaron con propósitos definidos y mucha influencia entre los socios suscritos, pero la verdad es que con el paso de los años la mayoría de estas instituciones se fueron transformando en grandes conglomerados burocráticos, de frondosos sueldos, mas rimbombantes nombres que efectividad, cuya eficacia y resultados fueron y son pobres, relativos, ambiguos, casi siempre débiles.
Prueba de estos fracasos tenemos varios como por ejemplo la interminable Guerra Israelí – Palestina, o la sangría de Siria, o la explosiva permanente actitud bélica de Irán, o para no ir muy lejos el terrorismo en Colombia o violencia de setenta años incrustada en nuestra ADN como un pergamino de honor. Nada de todo los descrito y mucho más mejoraron los organismos internacionales a través de décadas porque si se distinguieron por algo fue por equivocarse en el diagnóstico.
Una vez más llegó el fracaso a Colombia con ésta visita ridícula de la Comisión de Derechos Humanos que, como se ha impuesto en el mundo moderno por causa de las amenazas, vino a premiar la desobediencia civil, el crimen, la rebelión contra la autoridad mientras desconoce los valores de esa autoridad, la legitimidad que ellos mismos tienen incrustados en sus principios y credos normativos.
Sin desconocer los errores o agravios que en el país pudieran cometer autoridades o la policía que deben ser castigados, la famosa comisión resolvió que se violan los Derechos Humanos cuando se reprime el vandalismo, los incendios, las muertes y ataques al comercio pero el enunciado no se aplica cuando se atropella, se asesina como el caso del Capitán Solano o se defiende el principio de autoridad. Como diría Montaigne “Farsa con farsa se cubre entre las dos”. ¡Bien, que vuelva la comisión cuando quiera, las invitan a el té amargo capitalino y que se regresen rápido!