Aprendí la importancia de aplicar apropiadamente las normas de puntuación con una frase de don Quijote, un ejemplo que utilizaban en mi casa para mostrarnos la tremenda diferencia que hay entre “quien canta sus males espanta” y “quien canta sus males, espanta”. Fue en la edad de la inocencia, en la infancia, en los tiempos en que todo lo que ocurre contribuye a formatear el disco duro con imperceptibles surcos sobre los que regresamos una y otra vez a lo largo de la vida. Pero, si aquella temprana lección de puntuación fue esencial para aprender a leer correctamente los textos y, por consiguiente, el mundo que entonces comenzaba a revelarse, fue aún más definitiva para lograr incorporar a la aventura existencial su acertada interpretación.
Haber comprendido a tiempo que, quien canta sus males espanta, parece ser una de las características de las cantadoras que conforman el patrimonio oral de las orillas del río, tal como pudimos verlo, y disfrutarlo una vez más, en la decimosegunda versión de La Noche del Río. La tambora, palabra festiva que alude tanto a la danza como a la música y los cantos ancestrales de los pueblos ribereños, fue el personaje central del abreboca del carnaval 2017 que realizó el Parque Cultural del Caribe, un homenaje que sirvió también para evaluar las conquistas impalpables, pero auténticas, que van obteniendo las mujeres. Las mujeres despabiladas que en defensa de tradición e identidad acaban por abrazar –a mi parecer de la manera más ingeniosa– las banderas de un feminismo sigiloso que en lugar de dedicarse a recalcar un término como empoderamiento, que ya comienza a palidecer, se atribuyen un poder que es quizá más efectivo porque opera en consonancia con el placer. Mujeres que, siendo discriminadas o atropelladas por las taras culturales, entre ellas el machismo recalcitrante, se suben a un escenario a transmitir un mensaje esperanzador y, sobre todo, liberador. Mujeres que ahora tocan la tambora, un ámbito masculino por tradición, promoviendo una igualdad que se consolida no solo con la apropiación del instrumento, sino con el reconocimiento de una verdad. Mujeres que cantan y sus males espantan.
“Ayer me dieron una muenda/ y hoy, por sinvergüenza, me van a volvé a pegá”. Versos como estos fueron entonados temerariamente en La Noche del Río por las voces femeninas de las distintas agrupaciones, cantadoras que, paradójicamente, habían dejado a sus hombres, sus familias e hijos, y viajado hasta nueve horas río abajo trayendo consigo las vivencias de su cotidianidad, para festejar la tambora bajo la luna carnavalera de Barranquilla.
Quien canta sus males espanta. Tambora y mujeres acabaron protagonizando verdaderos actos de emancipación, en un extraordinario espectáculo folclórico en el que quizá solo habría que examinar con detenimiento la intervención de ciertas fusiones con sabor global.
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