La frase es de Jaime Atencia, el hombre que arriesgó su vida para salvar a otro, Guillermo Moncada, de la corriente del Arroyo del Country, uno de los temibles caudales de la muerte de esta ciudad sui generis.

Atencia bautizó como su “llave” a su rescatado, en un dos por tres y en una ceremonia laica e inimaginable, aun sin conocerlo. Esa es, sin duda, una “llave” que vale más que el cliché que se usa con frecuencia y de manera coloquial para saludar o para llamar a alguien.

Esta es la historia ya divulgada de dos hombres atados para siempre por un incidente que se volvió una lección ejemplarizante.

Es la historia de un acto de solidaridad de alguien que arriesgó su vida por otro a quien no conocía y con quien nada unía.

Es la historia de ejemplo de buenos seres humanos. Es la historia de Jaime, que sacó del arroyo a Guillermo, un segundo antes de que la corriente lo devorara y lo arrastrara cuatro tortuosos kilómetros por el canal que pasa a un lado del Club, cruza la vía 40 y termina en el río Magdalena, en donde ya no habría expectativas de vida.

Casos como este ocurren con frecuencia en Barraquilla, tanto que hace unos días EL HERALDO se ocupó de un interesante y humano reportaje sobre los héroes de los arroyos barranquilleros, corrientes tan temibles que su historial de muertes es cuantioso.

Son cientos de historias ocurridas desde que comenzó la brutal pavimentación de la urbe sin alcantarillado pluvial a principios de los años 20 del siglo pasado. Un error de planeación de esta ciudad que tanto nos ha costado en vidas y en dinero, pero que también ha mostrado el espíritu solidario de gente dedicada a rescatar a los náufragos urbanos.

Esto pasa con hombres como Jaime y decenas más que están prestos a salvar a otros de una muerte agónica.

Es probable que Jaime y Guillermo no se vuelvan a ver después de un breve almuerzo acordado para mirarse a los ojos y reconocerse mejor. Pero la historia marca a sus protagonistas y a la opinión pública, no sólo como un caso más de las decenas que han ocurrido y podrán volver a ocurrir, sino por la frase que marcó a los dos hombres por siempre: “Mi llave, ya te tengo”.

Coletilla: la extracción de órganos de un niño que ha muerto, sin que sus familiares hayan dado el consentimiento para ello, pasa de la arbitrariedad a la sospecha. La ley dice que es un delito que no conlleva cárcel sino sanción pecuniaria, y tal vez por un valor muy reducido con relación al costo de un par de corneas en el mercado de los órganos. Eso hace de este caso algo mucho más extraño porque es evidente que se necesita una plena formalidad para adelantar una intervención tan delicada, sobre todo cuando de un cadáver se trata. Exime la presunción de un negocio o venta de las corneas la carta de agradecimiento de la Fundación Bancosta, pero el abuso está. Un hecho insólito, comparable en menores proporciones con un célebre libro llevado al cine: “Coma”.

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