La nueva producción de Atom Egoyan, aclamado director de origen armenio nacido en Egipto y educado en Canadá, no es precisamente lo que se espera de quien dirigió The Sweet Hereafter (1997), su obra maestra por la cual ganó el Premio del Jurado en Cannes y por la que estuvo nominado al Óscar como Mejor Director, entre otros premios recibidos. Sin embargo, Cautiva participó en la Selección Oficial del Festival de Cannes en 2014, y estuvo nominada a la Palma de Oro, un mérito importante a pesar del abucheo con que fue recibida por los críticos.
El tema del secuestro ha sido tratado en el cine y en la literatura infinidad de veces. En este caso no se trata de la historia típica donde los hechos se van revelando hasta descubrir un culpable; aquí lo conocemos desde el comienzo. Con flashbacks un tanto confusos y sin mucho detalle se nos presenta la situación actual, ocho años después del secuestro y sus escalofriantes y enfermizas secuelas, que sin mostrar directamente la violencia, la percibimos de una manera que podría catalogarse teatro del absurdo.
Cautiva cuenta el caso de una niña pequeña, Cass (Alexia Fast), quien desaparece del carro de su padre Mathew (Ryan Reynolds) mientras este se baja para hacer una corta diligencia. El primer sospechoso resulta siendo el mismo padre, acosado insistentemente por un detective (Scott Speedman).
La madre, Tina (Mireille Enos), que trabaja como camarera en un hotel, está no solo abatida por la desaparición de su hija, sino que se ve acosada por la aparición repentina de objetos pertenecientes a ella, plantados por alguien en el lugar donde trabaja con el objetivo de atormentarla aún más.
El secuestrador Mika (Kevin Durand) es la típica caricatura de un psicópata, cuya fachada se transforma cuando escucha La flauta mágica, de Mozart, que lo transporta a estados de éxtasis. Impecablemente vestido, su deleite no está tan concentrado en la secuestrada, sino en el tormento que produce a los padres de la misma.
Los hechos sucedidos en el momento del secuestro no son muy claros y quedan cabos sin atar. La cinta parece concentrarse más bien en mostrar los efectos de lo que podría ser un Síndrome de Estocolmo. Los años de cautiverio y el estar condenada a mantener una relación limitada a su secuestrador transforman la visión del mundo en Cass, quien solo puede experimentar la realidad que Mika le pinta.
Egoyan utiliza contrastes estéticos para enfatizar lo macabro. Sin lograr las sutilezas con que nos cautivó en otros momentos, representa escenas de exquisitos decorados donde se está experimentando el dolor más profundo.
El caso está basado en historias reales de una banda de pedófilos y secuestradores que operaba en Canadá. La cámara, a cargo de Paul Sarossy, nos pasea por unos paisajes desoladores tanto en el interior del hotel donde trabaja la madre como en los exteriores cubiertos de nieve durante un pesado invierno en el norte de Ontario.