El término no ha agradado del todo. Eso de que estás cantúa, ponchúa, pencúa, implica la cosificación de la mujer, en tanto separa los atributos físicos de su condición como persona.
La locución proviene de Málaga, España, donde, de hecho, los viejos poetas de la calle hoy la echan de menos. “Ojú que tía maj cantúa”, exclamaban, para halagar las curvas precisas de la mujer guapísima que pasaba por en frente, en vez de “¡vaya guayabo!” o “tía güena de puta madre”, como dicen ahora.
Aquí debió quedarse en uno de los desembarcos españoles, cuando los colonizadores venían a hacer de las suyas en el puerto de Cartagena. De manera que la palabra se había paseado, indigente, tal como la madre la parió, por las calles de nuestra lengua en medio de la indolencia de los hablantes.
Cantúa y no cantuda, como algún detractor podría inferir en su crítica mordaz a los cartageneros por el vicio persistente de comerse algunas letras. Cantúa, por la misma razón que los andaluces no dicen flor, sino flo.
La expresión, hay que admitirlo, no es muy frecuente. De hecho, ocupa la posición 69.813 de la lista de términos más usados del diccionario. Y tiene, por ahora, el mismo significado que la champeta le está dando: dícese de una mujer voluptuosa, de amplias caderas y firme derriere, que nunca pasa desapercibida. En la ciudad que la vio nacer: “una mujer bien hecha”. Por arriba, por abajo…
Pero lo interesante no es lo que cuentan las historias sino lo que la gente va armando cuando las lee. Esto decía Gabriel García Márquez sobre sus libros. Un disco es como una novela.
La expresión, es más, tiene varias connotaciones. En el libro Celtiberia bis, Luis Carandell le da a su país la más excelsa condición femenina: “Viva la España cantúa”. Y en los Apuntes lexicológicos del Español de Cuba, la investigadora Aurora Camacho se refiere al “dulce seco, hecho de boniato, coco, ajonjolí y azúcar prieta”. Una “chévere cantúa” es, por derivación, una mujer azucarada.
Mejor aún: cuando los andaluces andaban dando golpes de palabras por las recién fundadas ciudades, ya los indios tenían una voz parecida. A una flo vistosa, de curvas precisas, que nacía al natural en sus verdes paisajes, la llamaban qantu. Pues, Qantu o Qantúa es la flor sagrada de los Incas, que bien puede ser fucsia, rosada, blanca, roja o naranja.
Como vamos a estar oyendo la canción de aquí hasta el Miércoles de Ceniza, pasando, obviamente, por las fiestas de noviembre, propongo dejar de pensar en la agresión verbal con insinuación pecaminosa que, de por sí, están teniendo en su lamentable degradación, esas frases ingeniosas encintas de elegía, que los aduladores de las esquinas usaban para cortejar o enamorar a las transeúntes desprevenidas.
Para mí, por ejemplo, cantúa es una mujer que tiene muchos encantos. Por donde se le mire o escuche. Y en tanto soy un gran admirador de esta naturaleza, debo gritar que no hay una sola que no lo tenga. De esta manera, cantúa son todas las mujeres.
Que nuestro diccionario, entonces, empiece a decir: Cantúa: simple y dulcemente, una mujer encantadora. Y tonjeo, tonjeo, tonjeo…
amartinez@uninorte.edu.co @AlbertoMtinezM