Pienso en Enrique Peñalosa como un hombre desafortunado. Fue de lejos el mejor alcalde que ha tenido Bogotá y, sin embargo, en sus siguientes intentos electorales lo hemos castigado una y otra vez con la derrota, como si sintiéramos una oscura antipatía por su persona, por su gestión y por su talante. Se ha dicho que este hombre alto y de barba cana es un extraordinario administrador, planificador y ejecutor, pero un pésimo político. Y es cierto. Con excepción de su única victoria en las urnas, cuando decidió no hacer alianzas con los caciques capitalinos, perdió, y cuando decidió aceptar el apoyo de las maquinarias, también perdió. Por unas razones o por otras, la mala fortuna, encarnada en nuestra perversa e ignorante masa de votantes, lo ha privado de traducir sus buenas ideas en hechos de gobierno, no solo para su desgracia, sino para la de quienes nos hemos empecinado en ignorar sus demostradas virtudes.

Ahora el empecinado es él; insiste de nuevo a pesar de las sucesivas derrotas, no le importa que su partido sea una invención de última hora, lo tiene sin cuidado la incomprensión de los maleducados cuyos votos debe conseguir y desafía al candidato-presidente y a sus soldados con un discurso tolerante y conciliador, que deliberadamente se aparta de los temas recurrentes en los que están inmersos los demás aspirantes a la Presidencia. Creo que esas maneras no son una pose, sino que obedecen al verdadero carácter del candidato. Él quiere con desesperación llegar al poder para actuar de inmediato, para ejecutar, para solucionar, para delegar, para organizar, para gobernar, que es lo que debe hacer un presidente. Peñalosa quisiera saltarse las etapas de las adhesiones, de las concesiones, de las hipocresías politiqueras. Esa inocultable animadversión suya por las costumbres de los políticos lo ha apartado de las victorias que tanto se merece, porque en este país es imposible conseguir éxitos electorales sin contar con los mismos personajillos de siempre, sin sonreírles, sin prometerles, sin cumplirles.

Las encuestas le dan a Peñalosa una posibilidad de victoria en las próximas elecciones que ni él mismo se esperaba. Y me parece que una vez más no logrará el objetivo. Creo que de nuevo se negará a departir con los caciques, los lagartos y los manzanillos y estos le negarán los votos de sus clientelas. Creo que no cometerá por segunda vez el error de aceptar el apoyo del oscurísimo senador electo, que de todas maneras no trasladará sus votos propios a ningún candidato presidencial, ni siquiera al suyo, el invisible Óscar Iván. Y creo que, cuando llegue el momento, los votantes sin partido, los que votan en blanco o no votan, esa franja que llaman “de opinión”, le negaremos una vez más al exalcalde la victoria, porque en el fondo no queremos a un tecnócrata limpio en el poder, porque estamos enamorados de los políticos profesionales y de sus legiones de lagartos y de manzanillos, porque nos asusta un tipo que solo quiere trabajar. Ese es el tamaño de la irresponsabilidad de nuestra democracia.

Enrique Peñalosa es un hombre desafortunado y perderá de nuevo una contienda electoral por cuenta de ser la mejor de las opciones. Ojalá me equivoque.

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