El Heraldo
Proneotermes macondianus, termita hallada en cercanías de la Sierra Nevada.
Ciencia

El Caribe que nombra a las especies

El proceso de descubrir algo nuevo para la biodiversidad es un trabajo largo que termina con dar un nombre único por el cual se le reconocerá a nivel mundial.

Hablar de especies entre nosotros es hacerlo con su nombre común o vulgar. Pocos nos aprendemos el nombre científico con el que fueron bautizados y por eso, quizá, pocos conocemos la historia que esconden estos nombres dados en latín por sus descubridores.

Científicos que pasan horas describiendo, investigando, comparando y haciendo diferentes gestiones, que al final se ve reflejado en un nombre y apellido que tiene ciertas libertades para darle un sello propio difundido entre la comunidad científica.

Cuando nuestros padres se tomaron el tiempo de escoger nuestros nombres lo hicieron basados en la familia, en un gusto particular o en honor a alguien. Estas y otras razones llevaron que ante un notario decidieran cómo apareceríamos en nuestro registro civil, las listas escolares, los diplomas… toda la vida.

Así también deciden los investigadores, algunos motivados por compañeros de campo, por similitudes, o por un homenaje a su región, en este caso el Caribe.

“Casi como un ritual cristiano, todas las especies que hoy conocemos han sido bautizadas con un nombre”, dice Robin Casalla, entomólogo y coordinador de Maestría en Ciencias Naturales de la Universidad del Norte. En su caso, la termita Proneotermes macondiaus fue un hallazgo caribe que selló en homenaje al Macondo de Gabriel García Márquez.

El principio de otorgar el nombre para una nueva especie no es una tarea sencilla, afirma. "Desde hace más de 250 años los científicos han tratado de orientar las pautas para aquellos que desean iniciarse en sacramentar a sus especímenes. La regla más básica y quizás la más poderosa, está en relacionarlo con una característica que la diferencie de los demás, pero que también tenga un significado atractivo. Es así como también se han nombrado muchas cosas que conocemos hoy, y que antes, solo podían ser señalada con el dedo para nombrarla —al estilo garciamarquiano —”, explica Casalla.

“Eso es una sensación impresionante”, dice con emoción Hernando Sánchez, profesor de la Universidad Simón Bolívar, coordinador del Centro de Investigaciones Marinas y Limnológicas del Caribe. “Ya casi no hay nuevas especies, sobre todo en este grupo de crustáceos. En microorganismos hay, pero especies nuevas de macro es más difícil. La dificultad aumenta a medida que pasa el tiempo y se hacen nuevos reportes”, sostiene.

Sánchez da un resumen de lo que se hace al momento del ‘bautizo’ de una especie, que en su haber ya acumula varias en términos de crustáceos (cangrejos).

“Hacemos un diagnóstico, una descripción, un dibujo y una parte ecológica que es dónde vive, mediciones, y una literatura citada en la que está todo lo que tiene que ver con lo que ya se ha trabajado”, asegura.

 

Protalaridris Arhuac, hormiga bautizada así en honor a los arhuacos.

EN LATÍN. María Cristina Martínez, directora del departamento de Química y Biología de la Universidad del Norte, explica que ellos comienzan aprendiendo la clasificación con el sistema binominal, que consiste en que se nombran con dos palabras, “la primera que es el género, la que agrupa las especies más afines, parecidas o evolutivamente más cercanas y la segunda es el nombre único. No existen dos especies con el mismo nombre dentro del mismo reino, este es el identificador único de cada uno”.

Ella hizo parte del ‘bautizo’ del líquen Graphis mokanarum, especie nombrada así en homenaje al pueblo indígena mokaná del departamento del Atlántico.

Al comienzo, confiesa, es un poco difícil porque están en latín, “uno duda cómo pronunciarlas, a veces son largos y se le traba la lengua”.

Pero es la capacidad instintiva, intuitiva y todas aquellas ayudadas por los sentidos las que aportan valiosos tips para poder nombrar una especie, así lo señala Casalla.

De ahí que algunas características como los colores, tamaños, formas e inclusive olores, sitios geográfico, personas ilustres, amigos, y toda aquella primera experiencia o impresión que el investigador haya tenido con esa especie y que signifique algo para él/ella, podría ser un buen indicio para asignar un nombre.

“Por otro lado el nombre de una especie en el ámbito científico, permite el ahorro de una considerable cantidad de tiempo, esfuerzo, dinero y por supuesto hacer investigación científica en un solo lenguaje universal, garantizando que estemos trabajando con la misma especie”, agrega.

Es un trabajo de años resumido en un nombre y apellido, estructurado en un documento científico y en requerimientos específicos de escala global.

“Cuando uno se encuentra con el chance de nombrar una especie es como ese momento eureka donde vas a dejar un legado porque tienes el privilegio de escoger qué nombre le pondrás y qué va a representar, además entra a ser parte del gran inventario de biodiversidad a nivel mundial. Es el lenguaje universal con el que hablamos ciencia, y un investigador en China va a llamar la especie con el mismo nombre que yo le di”, afirma Martínez.

En el caso del homenaje a los mokaná con una especie que hizo parte del primer estudio de la diversidad y composición de comunidades de líquenes en remanentes de bosque seco tropical en el Atlántico, Martínez indica que es importante saber que se deben “usar palabras en latín o latinizar alguna”. Mokaná entonces fue latinizada.“Quisimos reconocer que este líquen haya sido descubierto en el territorio de esta etnia indígena”, explica.

“Se debe revisar el género, porque hay masculino y femenino y eso se determina por cómo termina la palabra, y deben ir ambas palabras en el mismo género. En el código internacional de nomenclatura botánica se especifica todo, y una vez ya uno sepa que el nombre cumple esas normas, el procedimiento es que salga publicada en una revista evaluada por pares. Una imagen que, normalmente, es una ilustración científica. Antes la descripción debía hacerse en latín, ahora se acepta que se haga en inglés.

Una vez estos requisitos están la especie es publicada y entra a ser parte de un catálogo mundial de especies que se puede consultar”.

OTROS EJEMPLOS. En la Sierra Nevada de Santa Marta se dio hace poco el descubrimiento de una nueva especie de hormiga bautizada Protalaridris Arhuaca en honor a los indígenas.

“El nombre surge para homenajear a los arhuacos, quienes han estado protegiendo toda la biodiversidad de este hábitat, y porque es en el territorio de esta etnia en donde la especie se desempeña ecológicamente”, explicó en su momento el doctor en Zoología, Roberto Guerrero Flórez, director del Grupo de Investigación de Insectos Neotropicales de la Universidad del Magdalena.

Acherontisuchus guajiraensis (cocodrilo de Aqueronte de la Guajira) es otro caso de estos homenajes caribeños. Según se tiene registro, se trata un género extinto de cocodrilos que habitaron junto a la gigantesca Titanoboa Cerrejonensis en el noreste de Colombia durante el Paleoceno medio, hace aproximadamente 60 millones de años y constituye el segundo dirosáurido encontrado en la formación Cerrejón.

De este listado también puede hacer parte la Cerrejonemys wayuunaiki, considerada la tortuga wayuu. Su registro data de un género extinto de tortugas, perteneciente a las familias Podocnemidae (Pleurodiras), caracterizadas por ocultar su cuello de forma lateral dentro del caparazón.

Siendo Colombia un país megadiverso, los científicos afirman que es muy ardua la labor de poder nombrar e identificar todas sus especies presentes en los variados ecosistemas, que van desde las regiones marinas hasta los páramos.

“Por ejemplo, si se quisiese identificar una nueva especie de hormigas, habría que tener claves taxonómicas de hormigas nuestro territorio y en caso fallido llevar estos especímenes con los grandes especialistas de cada grupo de insectos y compararlos con los tipos taxonómicos, localizados en los grandes museos como el de Londres, Paris, Washington, Bruselas y Berlín, que poseen la mayor cantidad de holotipos –única pieza que se usó por primera vez para describir tal especie –”, explica el entomólogo.

Él mismo finaliza con una reflexión en torno a este proceso de ‘bautizo’ que, aunque suena fantástico y es uno de los mayores logros en la trayectoria de los investigadores, requiere más que de creatividad, para rendir un homenaje a algo o alguien.

“En Colombia hay muchas especies olvidadas y eternizadas en viejos frascos de vidrio de alcohol y formol que inundan museos y universidades, que esperan aún ser bautizadas. Creo que mientras sigamos con la peste del olvido, -en alusión al libro Cien años de soledad- la única manera de identificarlas es a través de una ardua tarea de tiempo, pero que al final deja satisfacción y regocijo”, finaliza.

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