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Hace mucho tiempo Antoine de Saint-Exupéry escribió una obra maravillosa titulada El principito. Esta lectura de intensión sublime, solo ha podido ser valorada por algunos lectores de esencia trascendental y lastimosamente ha sido mal utilizada por muchos educadores que desconociendo la exigencia del texto solo se dedican a tocar aspectos relacionados de la lectura literal, perdiendo la valiosa oportunidad de permear positivamente las mentes de nuestros aprehendientes de todo el país.

El impacto de esta obra ha sido de una magnitud tal que hasta hace unos pocos días se estreno en Francia una película del Director: Mark Osborne, titulada El Principito y que en esta fecha está siendo proyectada en los principales cines de nuestro país, la película no solo busca mostrar la belleza del séptimo arte, sino recordarle a la humanidad un sentimiento que se ha olvidado, ese sentimiento es el amor.

El mundo globalizado en la cual vivimos demanda una estandarización de nuestros actos, sin embargo hay que aclarar que existen aspectos intrínsecos de cada cultura que se deben respetar, pero el inconsciente social de la humanidad ha irrespetado con profunda flagrancia un sentimiento tan hermoso y tan sublime como el antes mencionado.

Muchas personas en la actualidad viven esclavas de estereotipos hollywoodenses dejando de lado lo verdaderamente importante, los sentimientos.

Tal vez algunos crean que compartir momentos con muchas personas, ser protagonistas de las redes sociales, vivir supuestamente el momento a través de relaciones epidérmicas les permita alcanzar la felicidad, pero esto no es así porque en algunos momentos de sus tristes vidas cuando la conciencia apremia miran a su alrededor y se percatan que están viviendo en medio de un desierto, porque están completamente solos, infinitamente solos.

Recordemos las palabras de Antoine de Saint-Exupéry a través de su personaje el zorro “lo esencial es invisible a los ojos”.

Douglas Blanquicett Rodríguez.