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Recientemente ocurrió en la ciudad el romance de una pareja, con consecuencias ajenas a Cupido. Esto me hizo recordar la obra del escritor español José Ortega y Gasset sobre el amor. Además agrega apuntes del escritor francés Stendall. Ortega dice lo siguiente: Dante asciende para encontrar a Beatriz en el Imperio, mas Orfeo, musicando baja al infierno para encontrar a Eurídice.

Más adelante afirma: si un médico habla sobre la digestión, todo el mundo lo escucha con atención, pero si un psicólogo habla del amor, todos los oyen con desdén porque todos se creen doctores en la materia. Después afirma: ni los donjuanes ni los enamorados saben mayor cosa sobre Don Juan ni sobre el amor. Después Ortega expresa que el enamorado no suele entregarse, es un entregarse sin querer. Continúa: sí, aquello que amamos lo deseamos, pero deseamos muchas cosas que no amamos. Deseamos un buen vino, pero esto no es amarlo.

San Agustín, un gigante del erotismo, decía: el amor es el peso, por él voy donde quiere que vaya. Amor es la gravitación hacia lo amado. También sentencia: la mujer amada prefiere las angustias que el hombre amado le proporcione a la indolora indiferencia.

Al francés Stendall, Bayle, refiriéndose al amor, hace el pronunciamiento sobre el fenómeno que ocurre en las minas de Salzburgo llamado cristalización, el cual consiste en que si allí se arroja una rama de un arbusto, al día siguiente aparece cubierto de cristales irisados que realzan su aspecto.

Según Stendall, en el alma, capas de amor, sucede lo mismo. La imagen real de una mujer cae dentro del alma masculina y poco a poco se va recamando de suposiciones imaginarias.

Stendall también dice que el enamoramiento es un estado de miseria mental en el que la vida de nuestra conciencia se estrecha, empobrece y paraliza. Afirma que entre el idiota y el enamorado hay mucha semejanza, pues a aquel nada lo sorprende, y para este, el ser amado. También que el enamoramiento es más bien un angostamiento y una paralización de la conciencia. Stendall recuerda a Platón, el cual decía “el amor es una manía divina, y que todo enamorado llama divina a su amado, se siente a su vera en el cielo.

El enamorado fija su atención muy frecuentemente en el ser amado, es decir es una manía. Casi todos los grandes hombres han sido maníacos, solo que las consecuencias de su manía, de su idea fija, nos parecen útiles o estimables.

Francisco Miranda
c.c.1.209.979