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Invitados, mi esposa y yo, por amigos a su casa de descanso en Polo Nuevo, y no sin antes asistir al oficio religioso que acostumbramos cada domingo, salimos con rumbo a dicha población.

Después del almuerzo, y a buen rato pasado el mediodía, nos trasladamos a Usiacurí.

No andado mucho del camino, desde Baranoa comenzaron a caer gruesas gotas de lluvia. La precipitación arreciaba a medida que avanzábamos.

Cuando entramos a la población difícilmente se veía a más de veinte metros de distancia. No pudimos bajar del vehículo y nos tocó volver a Barranquilla. Pero algo me llamó la atención durante el recorrido: las casas y no sé que más.

El domingo siguiente volvimos e inicié la reconstrucción de un pasado cuyos más de sesenta años me alejaban del momento. El pesebre del Atlántico, me dije mudo. Sus calles empedradas con desniveles y curvas pronunciadas, la humildad de sus gentes. Sus casas que se asoman entre el fresco verdor de sus cerros y su iglesia en lo más alto del terreno.

Hace unos años me contaron de la recuperación de la casa que perteneció a la familia Florez Moreno y lo primero que hicimos fue llegar hasta allí.

Visitando la casa museo Julio Flórez, envuelto en el silencio que allí reina, solté las riendas al potro de la imaginación mientras pensaba en el acogedor ambiente que pudo haber imperado allí, hace casi cien años, cuando el bardo boyacense arribó a su nuevo hogar en busca de salud corporal y sosiego para su alma, o si me atrapó lo solemne del sitio o haber imaginado la naturaleza agreste del lugar en esa época. De la forma que haya sido, estuve cautivo de algo que no logro describir y me hice el propósito de regresar pronto para volver a sentir el aroma de los versos que flotan entre los cantos de los pájaros y la mudez de los cerros.

“Oculta entre los árboles, mi casa,

bajo el denso ramaje florecido,

aparece a los ojos del que pasa

como un fragante y delicioso nido”

Ulises R Rico Olivero

uliricol93@hotmail.com